miércoles, 23 de julio de 2014

GOLD


   El acto inaugural de los renovados Jardines de Pereda de Santander tuvo una parte institucional, por la mañana, cuajada de discursos de relumbrón, formalidades, palabras previsibles, y pretensiones de vísceralidad carentes de tuétano.
   Es lo que tienen los gestores, que suelen ser eficaces desempeñando su trabajo, pero adolecen de esa capacidad de pellizcar el alma que marca diferencias insalvables entre lo simplemente correcto y lo verdaderamente sublime, por muy grandilocuentes que sean las frases con que tratan de envolverse.

   Ya por la tarde, con la anhelada puntualidad de quienes esperan desprenderse de un vendaje que les oculta la cara o de una escayola que les inmoviliza las extremidades para conseguir una mejoría o una curación completa tras días, semanas o meses de incómodas molestias, los Jardines fueron tomados por los santanderinos.
 

   Los más de 700 amigos del Centro Botín que nos congregamos ahí, formamos una cadena humana rodeando todo el perímetro de unas vallas que comenzaron a desaparecer hasta dejar completamente expedito un espacio tan geográficamente emblemático como emocionalmente arraigado.

   Mis compañeros de eslabón eran mis hijos y mi hermano Mateo. Todos nosotros dimos nuestros primeros pasos lúdicos con varias décadas de diferencia en aquel espacio arbolado, y lo más probable es que sus hijos, mis nietos, hagan lo propio algún día, espero que también guiados de mi mano. Por eso era tan importante estar ahí. Al menos para mí. Y desde luego con ellos.




   Nos soltamos las manos, y arrancamos nuestra exploración. Corriendo, gritando, impacientes, tal vez acompasando la rítmica y estruendosa música de los tambores que tan idóneamente nos servía de marco sonoro en la integración sensorial de los nuevos rincones. Ávidos de un descubrimiento viajero sin salir de casa. Turismo doméstico. Perplejos de cómo algo tan reconocible puede llegar a resultar tan desconocido. Cómo un remozo puede alterar las coordenadas vivenciales de una buena parte de tu vida. Cómo la modernidad, el futuro, los puntales inteligentes de una sociedad sostenible se abrazan con los monumentos de siempre, con la más arraigada tradición tan solo cambiada de ubicación. Pisas la misma tierra, pero no es el mismo suelo. Reconoces tu silueta infantil en el puente sobre el estanque, oyes las voces de tus abuelas susurrándote su ternura inabarcable…pero te has hecho adulto, y seguramente ahí, en ese breve instante, el corazón puede quebrarse un segundo y provocar la preclara advertencia de tantas oportunidades perdidas. Es un choque, no cabe duda, pero son tan solo un par de notas las que conforman la frustración mientras rebobinas a toda leche la película de tu vida. Lo que tienes delante es siempre un futuro abierto al que seguir pidiendo cohabitación.

   Pero la reveladora emoción que mi bendita/maldita sensibilidad encuentra siempre en los actos más sencillos, terminó por regalarme mi más reciente momento álgido. Mi espíritu en máximos. Inesperado e inolvidable. En conexión directa con las contradictorias pero complementarias sensaciones experimentadas a lo largo de la tarde, también asistí a la inauguración del pequeño anfiteatro al aire libre que se integra dentro de los nuevos Jardines de Pereda.

   Reencontrarme separado por tan solo 5 metros de escenario con Tony Hadley, el vocalista de Spandau Ballet, el mítico grupo de los 80´s, fue uno de esos regalos merecidos con los que te premia muy de vez en cuando el azar.

 

   Lo que la música de aquel grupo new romantic supuso en mi adolescencia inconexa, probablemente no tenga más precio que el que he pagado por mis propios fracasos. Elevado. Aquellos sintetizadores, los cardados y la laca de sus peinados, la elegancia estudiada del raso y los terciopelos adentrándose en el mundo del glam pero aferrándose sin tapujos a las camisas con chorreras, y por encima de todo, la modulación potente y varonil de la voz de crooner de Tony, con ese timbre de matriz clásica adornado por giros redondos y siempre afinados, oscuro en los graves y vibrante en los agudos.

   Spandau Ballet, ya desde su evocador nombre, y a través de las canciones que Tony Hadley interpretaba, me hicieron soñar con un futuro emulador de rancio abolengo europeo adobado con la modernidad más descarnada. Eso sí tuve claro que quería que fuera mi vida.

 

   Más de 30 años después, con una vida desestructurada con peterpanescas pretensiones de mejora, me hizo mucho bien corear “Gold”, “Only when you leave” o “Through the barricades” con mucho más trasfondo emocional que cuando tenía 14 años.

   Eran versiones interpretadas por una impresionante Big Band, que sonaban tan iguales como distintas en la voz de Mr. Hadley. Su sudor sobre el escenario, entregado a la grandeza, patrimonio exclusivo de muy pocos, de transmitir con su elegancia y su dicción perfecta el esfuerzo de vivir, era mucho más que el efecto de los focos. Su sudor, paliado entre canción y canción con un sorbito de whisky escocés, era el mío. Pero gracias a él, tengo claro que aún me queda tiempo para encontrar el oro. Gold.
 

viernes, 4 de julio de 2014

LORD BYRON´S MIRACLE (ENGLISH VERSION)

  
"There is something Pagan in me that I can not shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything".

  This Lord Byron´s thought met me yesterday, around the corner from the hotel where I've stayed for the weekend in Nottingham. It appeared on a poster beside another two quotes, one of DH Lawrence and another one of Alan Sillitoe, under the title "Our rebel writers”, with their respective portraits decorating the facade of a building under restoration opposite the railway station.

 It was a frontal impact without airbag that could cushion it, as if the aristocrat and English Romantic poet had decided to shake me in spirit, just a day after attending the ceremony of a typically English wedding in the place that had been the family home of his ancestors, Colwick Hall.



  I was anchored to the sidewalk, I do not know if I was only disturbed, or in addition terrified. For a writer who imagines stories in which destiny appears as the single gravitational element, it was like a little taste of my own medicine. And I had suddenly become one of my characters, one of those who wondered why causality governs this sudden event, which unreadable message sends me the beyond, for what purpose and to achieve what kind of goal.
   I also had a second filled with egocentrism, and I enjoyed briefly the idea of belonging to a supernatural chain that was joining romantic poets throughout the centuries. It was a joyful second, but fortunately went swiftly back in order to not face again my pathetic dissatisfied face of failure.
 So I decided to find a sense to the phrase, a useful application which spun what I am or what I want to be, to where I was and why exactly there and then. The postulates of determinism took possession of me, as if my life were a moving walkway - as airports or subway ones- that move me conveniently in line since my last cause to my next consequence, while I was returning from England.
 Indeed I would not have reached that poster or that phrase, if I had not been that weekend in England. I would have never attended the wedding if I hadn´t had a 7-year relationship with a woman, an English widow, with a son that is mine since he was 3.
 The truth is that they would not have gone if they had not known me. And I’m really sure about it. This serious illness I suffer since I was aware, as I repeat incessantly like my greatest dogma, that the stork erred miserably by depositing me in Spain and not in the British Islands, is the one who is guilty about me encouraging them the need of maintaining the contact with the child´s English family; the one who is guilty aboutI showing inflexible when flagging Britishness as a paradigm of the fusion between tradition and modernity. I’m the one who dragg them, not them who force me.
 
 There is also a lot of painful sea in the background, many memories that often emerge when you are in contact with the assumption of absence, to the point that in the past it has caused some unwanted somatization. To alleviate it, I say that I have come to serve as a greased nut in a mechanism that should not be broken and to which I bring my gym arms, my romantic soul and a generous sort of selfishness that I apply as none other every time I focus a trip to England on the horizon.


  It is much more than the fact to put the child Elgar´s music "Pomp and Circumstance" or "Rule Brittania" as an unavoidable part of human and musical education; much more than having an amazing ability to organize trips, tickets and itineraries; much more than the selection of an ad hoc costume for the event that included the same blue chromatic Anderson tartan in the tie that Liam wore during the event. It is much more than to feel love for them, much more than being a paranoid and a die-hard Anglophile.
 Is to reach at the end of the celebration that took me there, that my son's uncle, his father's brother, melted me into a deep and compact hug, so fulled of manhood as it was fulled of emotion, and told me in a voice that sounded as true as I felt british, that it was really priceless what I was doing, that Paul would feel tremendously proud of how his son was being educated, that I was already a member of that family…I just say as a joke that they should give me the opportunity of change my name and become a full member of the Scottish clan of Anderson, including the right to wear a kilt.
 They do not realize that they are the ones who are doing the real favor to me.



  P. D. "There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything.", said Lord Byron. And I say from a poet to a poet: thanks, from the bottom of my heart.


martes, 1 de julio de 2014

LORD BYRON

"There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything"
   Este pensamiento de Lord Byron salió a mi encuentro ayer, al doblar la esquina del hotel en el que me he alojado durante el fin de semana en Nottingham. Aparecía en un cartel junto a otras dos citas, una de D.H. Lawrence y otra de Alan Sillitoe, que bajo el título "Our rebel writers" (nuestros escritores rebeldes) decoraba con sus respectivos retratos la fachada de un edificio en proceso de restauración frente a la estación de trenes.
   Me produjo un impacto frontal, sin airbag que pudiera amortiguarlo, como si ese aristócrata y poeta inglés del romanticismo hubiera decidido zarandearme en espíritu, justo un día después de haber asistido a la celebración de una boda típicamente inglesa en la que había sido la casa familiar de sus ancestros, Colwick Hall.


   Me quedé anclado a la acera, no sé si solamente conturbado, o además aterrado. Para un escritor que imagina historias en las que el sino aparece como único elemento gravitacional, era como probar un poco de  mi propia medicina.
   Y de repente me vi convertido en uno de mis personajes, uno de esos que se pregunta qué causalidad gobierna ese acontecimiento súbito, qué indescifrable mensaje me envía el más allá, con qué intención y con qué pretendido fin.
   También tuve un segundo de henchido egocentrismo, y deliré brevemente con la idea de pertenencia a una cadena sobrenatural que fuera uniendo poetas románticos a lo largo de los siglos. Fue un segundo gozoso, pero afortunadamente pasó raudo para no enfrentarme de nuevo a mi patética cara de insatisfecho fracasado.
  Así que opté por hallarle un sentido a la frase, una aplicación práctica que hilara lo que soy o lo que quiero ser, con dónde estaba y porqué allí y entonces precisamente. Los postulados del determinismo que me llevan poseyendo desde lejos, como si  mi vida fuera una cinta mecánica como las del metro o los aeropuertos, que me traslada cómodamente en línea desde mi anterior causa a mi próxima consecuencia, fueron de los que eché mano todo mi camino de vuelta desde Inglaterra.
   Verdaderamente yo no hubiera llegado a ese cartel ni a esa frase, si no hubiera estado ese fin de semana en Inglaterra. Jamás hubiera asistido a esa boda si no tuviera desde hace 7 años una relación sentimental con una mujer, viuda de un inglés, y con un hijo que es el mío desde que tenía 3 años.
   Lo cierto es que ellos tampoco hubieran ido si no me hubieran conocido. De eso también estoy seguro. Esa grave enfermedad que padezco desde que fui consciente, como repito incesantemente como si fuera mi mayor dogma, que la cigüeña erró estrepitosamente al depositarme en España y no en las Islas Británicas, es la culpable de que fomente en ellos la necesidad de seguir en contacto con la familia de la que el niño procede y de que me muestre inflexible a la hora de abanderar lo británico como paradigma de la fusión entre tradición y modernidad como nadie es capaz de trascenderse en este planeta. Y lo digo bajo mi más profunda convicción. Soy yo quien les arrastro, no ellos quienes me obligan.
   Hay además mucho mar de fondo doloroso, muchos recuerdos que suelen aflorar al entrar en contacto con la asunción de las ausencias con tanto esfuerzo preteridas, hasta el punto de haber provocado en el pasado auténticas somatizaciones físicas no deseadas. Para paliarlo dicen que he llegado yo, para servir de tuerca engrasada en un mecanismo que no debe romperse y para el que aporto mis brazos de gimnasio, mi alma romántica y una especie de egoísmo generoso que pongo en práctica como nadie cada vez que focalizo una escapada a Inglaterra en el horizonte.



   Es mucho más que ponerle al niño la música de Elgar de "Pompa y Circunstancia" o "Rule Britannia" como parte insoslayable de su educación humana y musical; mucho más que tener una habilidad pasmosa para organizar viajes, billetes e itinerarios; mucho más que ultimar un vestuario ad hoc que incluyera referencias cromáticas al mismo azul del tartan Anderson de la corbata que mi hijo lució durante el evento. Es mucho más que sentir amor por ellos, mucho más que ser un anglófilo recalcitrante y paranoico.


   Es llegar al final de la celebración que me llevó allí, a la que tal vez nunca en mi vida hubiera asistido, y que el tío de mi hijo, el hermano de su padre, se fundiera conmigo en un profundo y compacto abrazo, tan lleno de hombría como de emoción, y me dijera con una voz que sonaba tan de verdad como que me siento british, que no tiene precio lo que yo estaba haciendo, que Paul se sentiría tremendamente orgulloso de cómo estaba educando a su hijo, que yo era ya un miembro más de esa familia…sólo le faltó decirme que cuando quisiera podía también cambiarme el apellido y pasar a ser miembro de pleno derecho del clan escocés de los Anderson.
   No se dan cuenta que el favor me lo están haciendo todos ellos a mí.

P.D. : " Hay algo pagano en mí de lo que no pudo sacudirme. En resumen, no niego nada, pero dudo de todo", que decía Lord Byron. Y yo le digo…de poeta a poeta, también a él…gracias...from the bottom of my heart.