martes, 1 de julio de 2014

LORD BYRON

"There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything"
   Este pensamiento de Lord Byron salió a mi encuentro ayer, al doblar la esquina del hotel en el que me he alojado durante el fin de semana en Nottingham. Aparecía en un cartel junto a otras dos citas, una de D.H. Lawrence y otra de Alan Sillitoe, que bajo el título "Our rebel writers" (nuestros escritores rebeldes) decoraba con sus respectivos retratos la fachada de un edificio en proceso de restauración frente a la estación de trenes.
   Me produjo un impacto frontal, sin airbag que pudiera amortiguarlo, como si ese aristócrata y poeta inglés del romanticismo hubiera decidido zarandearme en espíritu, justo un día después de haber asistido a la celebración de una boda típicamente inglesa en la que había sido la casa familiar de sus ancestros, Colwick Hall.


   Me quedé anclado a la acera, no sé si solamente conturbado, o además aterrado. Para un escritor que imagina historias en las que el sino aparece como único elemento gravitacional, era como probar un poco de  mi propia medicina.
   Y de repente me vi convertido en uno de mis personajes, uno de esos que se pregunta qué causalidad gobierna ese acontecimiento súbito, qué indescifrable mensaje me envía el más allá, con qué intención y con qué pretendido fin.
   También tuve un segundo de henchido egocentrismo, y deliré brevemente con la idea de pertenencia a una cadena sobrenatural que fuera uniendo poetas románticos a lo largo de los siglos. Fue un segundo gozoso, pero afortunadamente pasó raudo para no enfrentarme de nuevo a mi patética cara de insatisfecho fracasado.
  Así que opté por hallarle un sentido a la frase, una aplicación práctica que hilara lo que soy o lo que quiero ser, con dónde estaba y porqué allí y entonces precisamente. Los postulados del determinismo que me llevan poseyendo desde lejos, como si  mi vida fuera una cinta mecánica como las del metro o los aeropuertos, que me traslada cómodamente en línea desde mi anterior causa a mi próxima consecuencia, fueron de los que eché mano todo mi camino de vuelta desde Inglaterra.
   Verdaderamente yo no hubiera llegado a ese cartel ni a esa frase, si no hubiera estado ese fin de semana en Inglaterra. Jamás hubiera asistido a esa boda si no tuviera desde hace 7 años una relación sentimental con una mujer, viuda de un inglés, y con un hijo que es el mío desde que tenía 3 años.
   Lo cierto es que ellos tampoco hubieran ido si no me hubieran conocido. De eso también estoy seguro. Esa grave enfermedad que padezco desde que fui consciente, como repito incesantemente como si fuera mi mayor dogma, que la cigüeña erró estrepitosamente al depositarme en España y no en las Islas Británicas, es la culpable de que fomente en ellos la necesidad de seguir en contacto con la familia de la que el niño procede y de que me muestre inflexible a la hora de abanderar lo británico como paradigma de la fusión entre tradición y modernidad como nadie es capaz de trascenderse en este planeta. Y lo digo bajo mi más profunda convicción. Soy yo quien les arrastro, no ellos quienes me obligan.
   Hay además mucho mar de fondo doloroso, muchos recuerdos que suelen aflorar al entrar en contacto con la asunción de las ausencias con tanto esfuerzo preteridas, hasta el punto de haber provocado en el pasado auténticas somatizaciones físicas no deseadas. Para paliarlo dicen que he llegado yo, para servir de tuerca engrasada en un mecanismo que no debe romperse y para el que aporto mis brazos de gimnasio, mi alma romántica y una especie de egoísmo generoso que pongo en práctica como nadie cada vez que focalizo una escapada a Inglaterra en el horizonte.



   Es mucho más que ponerle al niño la música de Elgar de "Pompa y Circunstancia" o "Rule Britannia" como parte insoslayable de su educación humana y musical; mucho más que tener una habilidad pasmosa para organizar viajes, billetes e itinerarios; mucho más que ultimar un vestuario ad hoc que incluyera referencias cromáticas al mismo azul del tartan Anderson de la corbata que mi hijo lució durante el evento. Es mucho más que sentir amor por ellos, mucho más que ser un anglófilo recalcitrante y paranoico.


   Es llegar al final de la celebración que me llevó allí, a la que tal vez nunca en mi vida hubiera asistido, y que el tío de mi hijo, el hermano de su padre, se fundiera conmigo en un profundo y compacto abrazo, tan lleno de hombría como de emoción, y me dijera con una voz que sonaba tan de verdad como que me siento british, que no tiene precio lo que yo estaba haciendo, que Paul se sentiría tremendamente orgulloso de cómo estaba educando a su hijo, que yo era ya un miembro más de esa familia…sólo le faltó decirme que cuando quisiera podía también cambiarme el apellido y pasar a ser miembro de pleno derecho del clan escocés de los Anderson.
   No se dan cuenta que el favor me lo están haciendo todos ellos a mí.

P.D. : " Hay algo pagano en mí de lo que no pudo sacudirme. En resumen, no niego nada, pero dudo de todo", que decía Lord Byron. Y yo le digo…de poeta a poeta, también a él…gracias...from the bottom of my heart.


No hay comentarios:

Publicar un comentario