"There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny
nothing, but doubt everything"
Este pensamiento
de Lord Byron salió a mi encuentro ayer, al doblar la esquina del hotel en el
que me he alojado durante el fin de semana en Nottingham. Aparecía en un cartel
junto a otras dos citas, una de D.H. Lawrence y otra de Alan Sillitoe, que
bajo el título "Our rebel writers" (nuestros escritores rebeldes) decoraba
con sus respectivos retratos la fachada de un edificio en proceso de restauración
frente a la estación de trenes.
Me produjo un
impacto frontal, sin airbag que pudiera amortiguarlo, como si ese aristócrata y
poeta inglés del romanticismo hubiera decidido zarandearme en espíritu, justo
un día después de haber asistido a la celebración de una boda típicamente
inglesa en la que había sido la casa familiar de sus ancestros, Colwick Hall.
Me quedé anclado
a la acera, no sé si solamente conturbado, o además aterrado. Para un escritor
que imagina historias en las que el sino aparece como único elemento
gravitacional, era como probar un poco de
mi propia medicina.
Y de repente me vi
convertido en uno de mis personajes, uno de esos que se pregunta qué causalidad
gobierna ese acontecimiento súbito, qué indescifrable mensaje me envía el más
allá, con qué intención y con qué pretendido fin.
También tuve un
segundo de henchido egocentrismo, y deliré brevemente con la idea de
pertenencia a una cadena sobrenatural que fuera uniendo poetas románticos a lo
largo de los siglos. Fue un segundo gozoso, pero afortunadamente pasó raudo
para no enfrentarme de nuevo a mi patética cara de insatisfecho fracasado.
Así que opté por
hallarle un sentido a la frase, una aplicación práctica que hilara lo que soy o
lo que quiero ser, con dónde estaba y porqué allí y entonces precisamente. Los
postulados del determinismo que me llevan poseyendo desde lejos, como si mi vida fuera una cinta mecánica como las
del metro o los aeropuertos, que me traslada cómodamente en línea desde mi
anterior causa a mi próxima consecuencia, fueron de los que eché mano todo mi
camino de vuelta desde Inglaterra.
Verdaderamente
yo no hubiera llegado a ese cartel ni a esa frase, si no hubiera estado ese fin
de semana en Inglaterra. Jamás hubiera asistido a esa boda si no tuviera desde
hace 7 años una relación sentimental con una mujer, viuda de un inglés, y con
un hijo que es el mío desde que tenía 3 años.
Lo cierto es que
ellos tampoco hubieran ido si no me hubieran conocido. De eso también estoy seguro. Esa grave enfermedad que
padezco desde que fui consciente, como repito incesantemente como si fuera mi
mayor dogma, que la cigüeña erró estrepitosamente al depositarme en España y no
en las Islas Británicas, es la culpable de que fomente en ellos la necesidad de
seguir en contacto con la familia de la que el niño procede y de que me muestre
inflexible a la hora de abanderar lo británico como paradigma de la fusión
entre tradición y modernidad como nadie es capaz de trascenderse en este planeta. Y lo digo bajo mi más profunda convicción. Soy yo quien les arrastro, no ellos quienes me
obligan.
Hay además mucho
mar de fondo doloroso, muchos recuerdos que suelen aflorar al entrar en
contacto con la asunción de las ausencias con tanto esfuerzo preteridas, hasta el punto de haber provocado en
el pasado auténticas somatizaciones físicas no deseadas. Para paliarlo dicen
que he llegado yo, para servir de tuerca engrasada en un mecanismo que no debe
romperse y para el que aporto mis brazos de gimnasio, mi alma romántica y una
especie de egoísmo generoso que pongo en práctica como nadie cada vez que
focalizo una escapada a Inglaterra en el horizonte.
Es mucho más que
ponerle al niño la música de Elgar de "Pompa y Circunstancia" o "Rule
Britannia" como parte insoslayable de su educación humana y musical; mucho
más que tener una habilidad pasmosa para organizar viajes, billetes e
itinerarios; mucho más que ultimar un vestuario ad hoc que
incluyera referencias cromáticas al mismo azul del tartan Anderson de la
corbata que mi hijo lució durante el evento. Es mucho más que sentir amor por
ellos, mucho más que ser un anglófilo recalcitrante y paranoico.
Es llegar al
final de la celebración que me llevó allí, a la que tal vez nunca en mi vida hubiera
asistido, y que el tío de mi hijo, el hermano de su padre, se fundiera conmigo
en un profundo y compacto abrazo, tan lleno de hombría como de emoción, y me
dijera con una voz que sonaba tan de verdad como que me siento british, que no tiene precio lo que yo estaba
haciendo, que Paul se sentiría tremendamente orgulloso de cómo estaba educando
a su hijo, que yo era ya un miembro más de esa familia…sólo le faltó decirme
que cuando quisiera podía también cambiarme el apellido y pasar a ser miembro de
pleno derecho del clan escocés de los Anderson.
No se dan cuenta
que el favor me lo están haciendo todos ellos a mí.
P.D. : " Hay
algo pagano en mí de lo que no pudo sacudirme. En resumen, no niego nada, pero
dudo de todo", que decía Lord Byron. Y yo le digo…de poeta a poeta,
también a él…gracias...from the bottom of my heart.
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