Compartir experiencias es la clave de las relaciones
paterno-filiales. Ya he hablado en alguna ocasión de la importancia del ejemplo
para la educación de nuestros cachorros humanos. Su aprendizaje está basado en
lo que seamos capaces de transmitirles. Y no solo de valores y disciplina vive
el hombre, ni tampoco de espíritu lúdico y juguetón.
Yo, a mis hijos
y asimilados (incluyo a mi hermano pequeño Mateo, de 12 años, porque es más
joven que su sobrina Claudia de 17, y por roce, afinidad y vinculación forma
parte del núcleo duro de mis afectos), me los he cargado con el fashionismo.
Creo que he
creado monstruos del estilismo y el seguimiento de las tendencias, que gruñen
como un jauría de perros hambrientos cuando la combinación de ropa propuesta no
se ajusta al menos al canon de un escaparate de Zara o H&M.
Tienen inoculado
el sentido de la estética casi como una asignatura más de su educación moral y
religiosa, conocedores de la importancia para la formación de su espíritu de
sentirse guapos y atractivos, elegantes como una prolongación natural de la cultura
que están teniendo la suerte de recibir. Pura vanidad intravenosa.
Para mí ha sido
una labor tan prioritaria como leerles un cuento cada noche al acostarles,
sacarles de paseo, llevarles a conocer lugares diferentes, o crear un vínculo
indestructible yendo al cine el mismo día del estreno a ver todas y cada una de
las 6 películas de Harry Potter, de la primer a la última.
Una labor tan
entregada como la de hablarles de suerte y solidaridad: la que ellos tienen y
la que le deben a quienes les rodean. Una labor tan primordial como educarles
en la igualdad, sin posicionamientos radicales, pero instruyéndoles en la toma
de partido ante la vida, para que las injusticias maniqueas de esta
sociedad tan hipócrita no les alteren la
percepción de esas pocas realidades incuestionables. Una labor, en fin, tan
próxima a lo artístico y a lo teatral como yo mismo, en un intento de que
valoren la importancia de la puesta en escena como parte indisoluble de la
función.
Y tienen tan claros
los dress-codes de cada ocasión, como
que todo está supeditado a que se esfuercen al máximo en sus estudios para que
logren ser aquello con lo que sueñen en la zancadilleante jungla inanimada que
les aguarda ahí fuera.
La culpa de
haberles llevado de compras, y haberles justificado cada una de ellas en base a
criterios tan esenciales como el fondo de armario, el clásico intemporal o la
tendencia más rabiosa, han hecho de ellos unos superdotados del eclecticismo.
Claudia tiene
desde hace años su propio blog de moda, con cientos de seguidores de los cinco
continentes (ventajas de una educación bilingüe y de escribirlo enteramente en
inglés). Va adaptando sus prendas vintage,
combinándolas con otras low cost, buscando
siempre en las fotos en las que hace de modelo una unidad de criterio
argumental, en las que no se deja al azar ni el peinado, ni el maquillaje, ni
los complementos. En esencia, una manifestación insoslayable de que los caminos
de la genética son inescrutables.
Con Liam y Mateo la conexión siempre empieza
por lo capilar. De forma inintencionada, acabamos compartiendo no sólo
peluquera sino peinado. Verles después a escondidas, cómo enchufan el secador y
se cepillan el pelo, para acabar dándose el toque final con una extensa
variedad de ceras, gominas y espumas, no deja de ser algo subyugante.
Y luego, también
de forma inconsciente, quedamos los 3 condicionados por ese peinado para
vestirnos según la ocasión lo requiera, siempre a caballo entre la elegancia
británica y la italiana, como no podía ser de otro modo bajo pena de cadalso si
cometieran semejante apostasía sartorial.
Quedo pues a la entera disposición de todo aquel que quiera increparme llamándome superficial, para
explicarle con calma pero con contundencia las claves de todo lo que para mí entra de un modo innegociable dentro del concepto de educación.
Detesto profundamente cuando a los niños los
disfrazan de niños, convirtiéndoles en personajes caricaturescos llenos de
bordados, lazos y entredoses.
Un niño, un hijo,
debe estar en sintonía con sus padres. Ser un mini yo une más que cualquier
otro vínculo sanguíneo. Coincidir con tus hijos luciendo una misma cazadora perfecto de cuero, o entonados en los
mismos estampados de camuflaje, o usar un modelo similar de gafas de sol
polarizadas, te acerca a su espíritu de un modo tan compacto, que difícilmente
podrá romperse esa conexión de estilo por mucho que las diferencias
generacionales quieran anegarla. Pero claro, para eso hay que ser un padre
fashionista…y entregado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario