domingo, 22 de junio de 2014

MINI YOS

  Compartir experiencias es la clave de las relaciones paterno-filiales. Ya he hablado en alguna ocasión de la importancia del ejemplo para la educación de nuestros cachorros humanos. Su aprendizaje está basado en lo que seamos capaces de transmitirles. Y no solo de valores y disciplina vive el hombre, ni tampoco de espíritu lúdico y juguetón.
   Yo, a mis hijos y asimilados (incluyo a mi hermano pequeño Mateo, de 12 años, porque es más joven que su sobrina Claudia de 17, y por roce, afinidad y vinculación forma parte del núcleo duro de mis afectos), me los he cargado con el fashionismo.
   Creo que he creado monstruos del estilismo y el seguimiento de las tendencias, que gruñen como un jauría de perros hambrientos cuando la combinación de ropa propuesta no se ajusta al menos al canon de un escaparate de Zara o H&M.
   Tienen inoculado el sentido de la estética casi como una asignatura más de su educación moral y religiosa, conocedores de la importancia para la formación de su espíritu de sentirse guapos y atractivos, elegantes como una prolongación natural de la cultura que están teniendo la suerte de recibir. Pura vanidad intravenosa.


   Para mí ha sido una labor tan prioritaria como leerles un cuento cada noche al acostarles, sacarles de paseo, llevarles a conocer lugares diferentes, o crear un vínculo indestructible yendo al cine el mismo día del estreno a ver todas y cada una de las 6 películas de Harry Potter, de la primer a la última.
   Una labor tan entregada como la de hablarles de suerte y solidaridad: la que ellos tienen y la que le deben a quienes les rodean. Una labor tan primordial como educarles en la igualdad, sin posicionamientos radicales, pero instruyéndoles en la toma de partido ante la vida, para que las injusticias maniqueas de esta sociedad  tan hipócrita no les alteren la percepción de esas pocas realidades incuestionables. Una labor, en fin, tan próxima a lo artístico y a lo teatral como yo mismo, en un intento de que valoren la importancia de la puesta en escena como parte indisoluble de la función.
   Y tienen tan claros los dress-codes de cada ocasión, como que todo está supeditado a que se esfuercen al máximo en sus estudios para que logren ser aquello con lo que sueñen en la zancadilleante jungla inanimada que les aguarda ahí fuera.


   La culpa de haberles llevado de compras, y haberles justificado cada una de ellas en base a criterios tan esenciales como el fondo de armario, el clásico intemporal o la tendencia más rabiosa, han hecho de ellos unos superdotados del eclecticismo.
   Claudia tiene desde hace años su propio blog de moda, con cientos de seguidores de los cinco continentes (ventajas de una educación bilingüe y de escribirlo enteramente en inglés). Va adaptando sus prendas vintage, combinándolas con otras low cost, buscando siempre en las fotos en las que hace de modelo una unidad de criterio argumental, en las que no se deja al azar ni el peinado, ni el maquillaje, ni los complementos. En esencia, una manifestación insoslayable de que los caminos de la genética son inescrutables.


   Con Liam y Mateo la conexión siempre empieza por lo capilar. De forma inintencionada, acabamos compartiendo no sólo peluquera sino peinado. Verles después a escondidas, cómo enchufan el secador y se cepillan el pelo, para acabar dándose el toque final con una extensa variedad de ceras, gominas y espumas, no deja de ser algo subyugante.
   Y luego, también de forma inconsciente, quedamos los 3 condicionados por ese peinado para vestirnos según la ocasión lo requiera, siempre a caballo entre la elegancia británica y la italiana, como no podía ser de otro modo bajo pena de cadalso si cometieran semejante apostasía sartorial.
   Quedo pues a la entera disposición de todo aquel que quiera increparme llamándome superficial, para explicarle con calma pero con contundencia las claves de todo lo que para mí entra de un modo innegociable dentro del concepto de educación.
   Detesto profundamente cuando a los niños los disfrazan de niños, convirtiéndoles en personajes caricaturescos llenos de bordados, lazos y entredoses.
  Un niño, un hijo, debe estar en sintonía con sus padres. Ser un mini yo une más que cualquier otro vínculo sanguíneo. Coincidir con tus hijos luciendo una misma cazadora perfecto de cuero, o entonados en los mismos estampados de camuflaje, o usar un modelo similar de gafas de sol polarizadas, te acerca a su espíritu de un modo tan compacto, que difícilmente podrá romperse esa conexión de estilo por mucho que las diferencias generacionales quieran anegarla. Pero claro, para eso hay que ser un padre fashionista…y entregado.




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