sábado, 2 de agosto de 2014

FUEGO CRUZADO

   Sólo se me ocurre el escapismo como modo de supervivencia. Juro que la cobardía nunca en mí ha conseguido encardinarse. De tantas decisiones tomadas valientemente proceden la inmensa mayoría de mis cicatrices.
   Sólo un grito que me nace del duodeno, yeyuno e íleon y atraviesa mis vísceras más contaminadas en una progresión ascendente hacia mi boca, hastiada ya de silencios estratégicos y de argumentaciones desestructuradas.

   Sólo el viento del norte y el salitre del mar como testigos. Y el eterno retorno al punto de inmovilismo primigenio, tan rancio ya, tan pútrido de tanto embate y embestidas.
 

   Harto ya de ser el eterno prejuzgado, el sospechoso habitual al que recurrir en ausencia de otras evidencias. Harto de que me caiga toda la mierda de las bajantes de un edificio comunitario en el que siempre me han encalomado todas las reparaciones. Da igual mi pericia, mi técnica, mi intención. Siempre tras el arreglo aparecerá otra avería, y siempre, siempre, todos dirán que es consecuencia de mi mala gestión anterior…aunque haya permanecido inmóvil desde entonces.

   Ya me pesa la mala prensa, y más que eso las traiciones de las opiniones variables, de las inteligencias sobrevaloradas, de las apariciones estelares. Me pesa la ausencia de nobleza, el interés y los egoísmos, los negocios que se anteponen a los compromisos, y los olvidos intencionados que dañan más que los obligados.

   Pero pueden irse jodiendo quienes me cercan, porque aún no me ha flaqueado la estructura ni el resuello. El hecho de no haber experimentado, por el momento y de forma un tanto incomprensible, cambio físico alguno desde los últimos 30 años, me está permitiendo sobrevivir a tantas hostias punzantemente lanzadas.
 

   Cuento además con una ventaja competitiva que pesa más que cualquier otra represalia: dispongo del archivo gráfico y documental más extenso que pueda tenerse. Lo sé todo, me acuerdo de todo, y sobre todo, puedo aportar las pruebas irrefutables de todo ello. Imágenes que me exculpan y delatan a otros, secuencias escritas de legajos que me exoneran de las responsabilidades que me atribuyen. Todo ordenado, todo dispuesto, todo a buen recaudo.

   Así que esa es mi gran disyuntiva. Sacar los papeles a la luz o apartarme ya por siempre de todos cuantos me hieren. En mi caso tengo claro que mi verdadera independencia va indexada al ostracismo. Pero lo he aceptado. Ya no me duele.

   Pero algo queda de escatológico, que me sitúa permanentemente en medio del fuego cruzado. Haga lo que haga. Repare lo que repare. Sirva para lo que sirva. El mundo que uno daba por conocido, el que te aportaba el equilibrio imprescindible para seguirte levantando mucho antes de que comenzara a sonar el despertador, ése sigue dándose la vuelta cada poco, tratando de ponerme patas arriba a mí con él. Y nadie teme lo que pueda tener guardado, como si ni siquiera fuera considerado como enemigo.
 
 
   Y estoy cansado de las estrategias, de las traiciones…mucho más que de las ingratitudes. He pagado por todo, y aun así no me compensa el beneficio.

 

 

 

 

 

 

miércoles, 23 de julio de 2014

GOLD


   El acto inaugural de los renovados Jardines de Pereda de Santander tuvo una parte institucional, por la mañana, cuajada de discursos de relumbrón, formalidades, palabras previsibles, y pretensiones de vísceralidad carentes de tuétano.
   Es lo que tienen los gestores, que suelen ser eficaces desempeñando su trabajo, pero adolecen de esa capacidad de pellizcar el alma que marca diferencias insalvables entre lo simplemente correcto y lo verdaderamente sublime, por muy grandilocuentes que sean las frases con que tratan de envolverse.

   Ya por la tarde, con la anhelada puntualidad de quienes esperan desprenderse de un vendaje que les oculta la cara o de una escayola que les inmoviliza las extremidades para conseguir una mejoría o una curación completa tras días, semanas o meses de incómodas molestias, los Jardines fueron tomados por los santanderinos.
 

   Los más de 700 amigos del Centro Botín que nos congregamos ahí, formamos una cadena humana rodeando todo el perímetro de unas vallas que comenzaron a desaparecer hasta dejar completamente expedito un espacio tan geográficamente emblemático como emocionalmente arraigado.

   Mis compañeros de eslabón eran mis hijos y mi hermano Mateo. Todos nosotros dimos nuestros primeros pasos lúdicos con varias décadas de diferencia en aquel espacio arbolado, y lo más probable es que sus hijos, mis nietos, hagan lo propio algún día, espero que también guiados de mi mano. Por eso era tan importante estar ahí. Al menos para mí. Y desde luego con ellos.




   Nos soltamos las manos, y arrancamos nuestra exploración. Corriendo, gritando, impacientes, tal vez acompasando la rítmica y estruendosa música de los tambores que tan idóneamente nos servía de marco sonoro en la integración sensorial de los nuevos rincones. Ávidos de un descubrimiento viajero sin salir de casa. Turismo doméstico. Perplejos de cómo algo tan reconocible puede llegar a resultar tan desconocido. Cómo un remozo puede alterar las coordenadas vivenciales de una buena parte de tu vida. Cómo la modernidad, el futuro, los puntales inteligentes de una sociedad sostenible se abrazan con los monumentos de siempre, con la más arraigada tradición tan solo cambiada de ubicación. Pisas la misma tierra, pero no es el mismo suelo. Reconoces tu silueta infantil en el puente sobre el estanque, oyes las voces de tus abuelas susurrándote su ternura inabarcable…pero te has hecho adulto, y seguramente ahí, en ese breve instante, el corazón puede quebrarse un segundo y provocar la preclara advertencia de tantas oportunidades perdidas. Es un choque, no cabe duda, pero son tan solo un par de notas las que conforman la frustración mientras rebobinas a toda leche la película de tu vida. Lo que tienes delante es siempre un futuro abierto al que seguir pidiendo cohabitación.

   Pero la reveladora emoción que mi bendita/maldita sensibilidad encuentra siempre en los actos más sencillos, terminó por regalarme mi más reciente momento álgido. Mi espíritu en máximos. Inesperado e inolvidable. En conexión directa con las contradictorias pero complementarias sensaciones experimentadas a lo largo de la tarde, también asistí a la inauguración del pequeño anfiteatro al aire libre que se integra dentro de los nuevos Jardines de Pereda.

   Reencontrarme separado por tan solo 5 metros de escenario con Tony Hadley, el vocalista de Spandau Ballet, el mítico grupo de los 80´s, fue uno de esos regalos merecidos con los que te premia muy de vez en cuando el azar.

 

   Lo que la música de aquel grupo new romantic supuso en mi adolescencia inconexa, probablemente no tenga más precio que el que he pagado por mis propios fracasos. Elevado. Aquellos sintetizadores, los cardados y la laca de sus peinados, la elegancia estudiada del raso y los terciopelos adentrándose en el mundo del glam pero aferrándose sin tapujos a las camisas con chorreras, y por encima de todo, la modulación potente y varonil de la voz de crooner de Tony, con ese timbre de matriz clásica adornado por giros redondos y siempre afinados, oscuro en los graves y vibrante en los agudos.

   Spandau Ballet, ya desde su evocador nombre, y a través de las canciones que Tony Hadley interpretaba, me hicieron soñar con un futuro emulador de rancio abolengo europeo adobado con la modernidad más descarnada. Eso sí tuve claro que quería que fuera mi vida.

 

   Más de 30 años después, con una vida desestructurada con peterpanescas pretensiones de mejora, me hizo mucho bien corear “Gold”, “Only when you leave” o “Through the barricades” con mucho más trasfondo emocional que cuando tenía 14 años.

   Eran versiones interpretadas por una impresionante Big Band, que sonaban tan iguales como distintas en la voz de Mr. Hadley. Su sudor sobre el escenario, entregado a la grandeza, patrimonio exclusivo de muy pocos, de transmitir con su elegancia y su dicción perfecta el esfuerzo de vivir, era mucho más que el efecto de los focos. Su sudor, paliado entre canción y canción con un sorbito de whisky escocés, era el mío. Pero gracias a él, tengo claro que aún me queda tiempo para encontrar el oro. Gold.
 

viernes, 4 de julio de 2014

LORD BYRON´S MIRACLE (ENGLISH VERSION)

  
"There is something Pagan in me that I can not shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything".

  This Lord Byron´s thought met me yesterday, around the corner from the hotel where I've stayed for the weekend in Nottingham. It appeared on a poster beside another two quotes, one of DH Lawrence and another one of Alan Sillitoe, under the title "Our rebel writers”, with their respective portraits decorating the facade of a building under restoration opposite the railway station.

 It was a frontal impact without airbag that could cushion it, as if the aristocrat and English Romantic poet had decided to shake me in spirit, just a day after attending the ceremony of a typically English wedding in the place that had been the family home of his ancestors, Colwick Hall.



  I was anchored to the sidewalk, I do not know if I was only disturbed, or in addition terrified. For a writer who imagines stories in which destiny appears as the single gravitational element, it was like a little taste of my own medicine. And I had suddenly become one of my characters, one of those who wondered why causality governs this sudden event, which unreadable message sends me the beyond, for what purpose and to achieve what kind of goal.
   I also had a second filled with egocentrism, and I enjoyed briefly the idea of belonging to a supernatural chain that was joining romantic poets throughout the centuries. It was a joyful second, but fortunately went swiftly back in order to not face again my pathetic dissatisfied face of failure.
 So I decided to find a sense to the phrase, a useful application which spun what I am or what I want to be, to where I was and why exactly there and then. The postulates of determinism took possession of me, as if my life were a moving walkway - as airports or subway ones- that move me conveniently in line since my last cause to my next consequence, while I was returning from England.
 Indeed I would not have reached that poster or that phrase, if I had not been that weekend in England. I would have never attended the wedding if I hadn´t had a 7-year relationship with a woman, an English widow, with a son that is mine since he was 3.
 The truth is that they would not have gone if they had not known me. And I’m really sure about it. This serious illness I suffer since I was aware, as I repeat incessantly like my greatest dogma, that the stork erred miserably by depositing me in Spain and not in the British Islands, is the one who is guilty about me encouraging them the need of maintaining the contact with the child´s English family; the one who is guilty aboutI showing inflexible when flagging Britishness as a paradigm of the fusion between tradition and modernity. I’m the one who dragg them, not them who force me.
 
 There is also a lot of painful sea in the background, many memories that often emerge when you are in contact with the assumption of absence, to the point that in the past it has caused some unwanted somatization. To alleviate it, I say that I have come to serve as a greased nut in a mechanism that should not be broken and to which I bring my gym arms, my romantic soul and a generous sort of selfishness that I apply as none other every time I focus a trip to England on the horizon.


  It is much more than the fact to put the child Elgar´s music "Pomp and Circumstance" or "Rule Brittania" as an unavoidable part of human and musical education; much more than having an amazing ability to organize trips, tickets and itineraries; much more than the selection of an ad hoc costume for the event that included the same blue chromatic Anderson tartan in the tie that Liam wore during the event. It is much more than to feel love for them, much more than being a paranoid and a die-hard Anglophile.
 Is to reach at the end of the celebration that took me there, that my son's uncle, his father's brother, melted me into a deep and compact hug, so fulled of manhood as it was fulled of emotion, and told me in a voice that sounded as true as I felt british, that it was really priceless what I was doing, that Paul would feel tremendously proud of how his son was being educated, that I was already a member of that family…I just say as a joke that they should give me the opportunity of change my name and become a full member of the Scottish clan of Anderson, including the right to wear a kilt.
 They do not realize that they are the ones who are doing the real favor to me.



  P. D. "There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything.", said Lord Byron. And I say from a poet to a poet: thanks, from the bottom of my heart.


martes, 1 de julio de 2014

LORD BYRON

"There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but doubt everything"
   Este pensamiento de Lord Byron salió a mi encuentro ayer, al doblar la esquina del hotel en el que me he alojado durante el fin de semana en Nottingham. Aparecía en un cartel junto a otras dos citas, una de D.H. Lawrence y otra de Alan Sillitoe, que bajo el título "Our rebel writers" (nuestros escritores rebeldes) decoraba con sus respectivos retratos la fachada de un edificio en proceso de restauración frente a la estación de trenes.
   Me produjo un impacto frontal, sin airbag que pudiera amortiguarlo, como si ese aristócrata y poeta inglés del romanticismo hubiera decidido zarandearme en espíritu, justo un día después de haber asistido a la celebración de una boda típicamente inglesa en la que había sido la casa familiar de sus ancestros, Colwick Hall.


   Me quedé anclado a la acera, no sé si solamente conturbado, o además aterrado. Para un escritor que imagina historias en las que el sino aparece como único elemento gravitacional, era como probar un poco de  mi propia medicina.
   Y de repente me vi convertido en uno de mis personajes, uno de esos que se pregunta qué causalidad gobierna ese acontecimiento súbito, qué indescifrable mensaje me envía el más allá, con qué intención y con qué pretendido fin.
   También tuve un segundo de henchido egocentrismo, y deliré brevemente con la idea de pertenencia a una cadena sobrenatural que fuera uniendo poetas románticos a lo largo de los siglos. Fue un segundo gozoso, pero afortunadamente pasó raudo para no enfrentarme de nuevo a mi patética cara de insatisfecho fracasado.
  Así que opté por hallarle un sentido a la frase, una aplicación práctica que hilara lo que soy o lo que quiero ser, con dónde estaba y porqué allí y entonces precisamente. Los postulados del determinismo que me llevan poseyendo desde lejos, como si  mi vida fuera una cinta mecánica como las del metro o los aeropuertos, que me traslada cómodamente en línea desde mi anterior causa a mi próxima consecuencia, fueron de los que eché mano todo mi camino de vuelta desde Inglaterra.
   Verdaderamente yo no hubiera llegado a ese cartel ni a esa frase, si no hubiera estado ese fin de semana en Inglaterra. Jamás hubiera asistido a esa boda si no tuviera desde hace 7 años una relación sentimental con una mujer, viuda de un inglés, y con un hijo que es el mío desde que tenía 3 años.
   Lo cierto es que ellos tampoco hubieran ido si no me hubieran conocido. De eso también estoy seguro. Esa grave enfermedad que padezco desde que fui consciente, como repito incesantemente como si fuera mi mayor dogma, que la cigüeña erró estrepitosamente al depositarme en España y no en las Islas Británicas, es la culpable de que fomente en ellos la necesidad de seguir en contacto con la familia de la que el niño procede y de que me muestre inflexible a la hora de abanderar lo británico como paradigma de la fusión entre tradición y modernidad como nadie es capaz de trascenderse en este planeta. Y lo digo bajo mi más profunda convicción. Soy yo quien les arrastro, no ellos quienes me obligan.
   Hay además mucho mar de fondo doloroso, muchos recuerdos que suelen aflorar al entrar en contacto con la asunción de las ausencias con tanto esfuerzo preteridas, hasta el punto de haber provocado en el pasado auténticas somatizaciones físicas no deseadas. Para paliarlo dicen que he llegado yo, para servir de tuerca engrasada en un mecanismo que no debe romperse y para el que aporto mis brazos de gimnasio, mi alma romántica y una especie de egoísmo generoso que pongo en práctica como nadie cada vez que focalizo una escapada a Inglaterra en el horizonte.



   Es mucho más que ponerle al niño la música de Elgar de "Pompa y Circunstancia" o "Rule Britannia" como parte insoslayable de su educación humana y musical; mucho más que tener una habilidad pasmosa para organizar viajes, billetes e itinerarios; mucho más que ultimar un vestuario ad hoc que incluyera referencias cromáticas al mismo azul del tartan Anderson de la corbata que mi hijo lució durante el evento. Es mucho más que sentir amor por ellos, mucho más que ser un anglófilo recalcitrante y paranoico.


   Es llegar al final de la celebración que me llevó allí, a la que tal vez nunca en mi vida hubiera asistido, y que el tío de mi hijo, el hermano de su padre, se fundiera conmigo en un profundo y compacto abrazo, tan lleno de hombría como de emoción, y me dijera con una voz que sonaba tan de verdad como que me siento british, que no tiene precio lo que yo estaba haciendo, que Paul se sentiría tremendamente orgulloso de cómo estaba educando a su hijo, que yo era ya un miembro más de esa familia…sólo le faltó decirme que cuando quisiera podía también cambiarme el apellido y pasar a ser miembro de pleno derecho del clan escocés de los Anderson.
   No se dan cuenta que el favor me lo están haciendo todos ellos a mí.

P.D. : " Hay algo pagano en mí de lo que no pudo sacudirme. En resumen, no niego nada, pero dudo de todo", que decía Lord Byron. Y yo le digo…de poeta a poeta, también a él…gracias...from the bottom of my heart.


domingo, 22 de junio de 2014

MINI YOS

  Compartir experiencias es la clave de las relaciones paterno-filiales. Ya he hablado en alguna ocasión de la importancia del ejemplo para la educación de nuestros cachorros humanos. Su aprendizaje está basado en lo que seamos capaces de transmitirles. Y no solo de valores y disciplina vive el hombre, ni tampoco de espíritu lúdico y juguetón.
   Yo, a mis hijos y asimilados (incluyo a mi hermano pequeño Mateo, de 12 años, porque es más joven que su sobrina Claudia de 17, y por roce, afinidad y vinculación forma parte del núcleo duro de mis afectos), me los he cargado con el fashionismo.
   Creo que he creado monstruos del estilismo y el seguimiento de las tendencias, que gruñen como un jauría de perros hambrientos cuando la combinación de ropa propuesta no se ajusta al menos al canon de un escaparate de Zara o H&M.
   Tienen inoculado el sentido de la estética casi como una asignatura más de su educación moral y religiosa, conocedores de la importancia para la formación de su espíritu de sentirse guapos y atractivos, elegantes como una prolongación natural de la cultura que están teniendo la suerte de recibir. Pura vanidad intravenosa.


   Para mí ha sido una labor tan prioritaria como leerles un cuento cada noche al acostarles, sacarles de paseo, llevarles a conocer lugares diferentes, o crear un vínculo indestructible yendo al cine el mismo día del estreno a ver todas y cada una de las 6 películas de Harry Potter, de la primer a la última.
   Una labor tan entregada como la de hablarles de suerte y solidaridad: la que ellos tienen y la que le deben a quienes les rodean. Una labor tan primordial como educarles en la igualdad, sin posicionamientos radicales, pero instruyéndoles en la toma de partido ante la vida, para que las injusticias maniqueas de esta sociedad  tan hipócrita no les alteren la percepción de esas pocas realidades incuestionables. Una labor, en fin, tan próxima a lo artístico y a lo teatral como yo mismo, en un intento de que valoren la importancia de la puesta en escena como parte indisoluble de la función.
   Y tienen tan claros los dress-codes de cada ocasión, como que todo está supeditado a que se esfuercen al máximo en sus estudios para que logren ser aquello con lo que sueñen en la zancadilleante jungla inanimada que les aguarda ahí fuera.


   La culpa de haberles llevado de compras, y haberles justificado cada una de ellas en base a criterios tan esenciales como el fondo de armario, el clásico intemporal o la tendencia más rabiosa, han hecho de ellos unos superdotados del eclecticismo.
   Claudia tiene desde hace años su propio blog de moda, con cientos de seguidores de los cinco continentes (ventajas de una educación bilingüe y de escribirlo enteramente en inglés). Va adaptando sus prendas vintage, combinándolas con otras low cost, buscando siempre en las fotos en las que hace de modelo una unidad de criterio argumental, en las que no se deja al azar ni el peinado, ni el maquillaje, ni los complementos. En esencia, una manifestación insoslayable de que los caminos de la genética son inescrutables.


   Con Liam y Mateo la conexión siempre empieza por lo capilar. De forma inintencionada, acabamos compartiendo no sólo peluquera sino peinado. Verles después a escondidas, cómo enchufan el secador y se cepillan el pelo, para acabar dándose el toque final con una extensa variedad de ceras, gominas y espumas, no deja de ser algo subyugante.
   Y luego, también de forma inconsciente, quedamos los 3 condicionados por ese peinado para vestirnos según la ocasión lo requiera, siempre a caballo entre la elegancia británica y la italiana, como no podía ser de otro modo bajo pena de cadalso si cometieran semejante apostasía sartorial.
   Quedo pues a la entera disposición de todo aquel que quiera increparme llamándome superficial, para explicarle con calma pero con contundencia las claves de todo lo que para mí entra de un modo innegociable dentro del concepto de educación.
   Detesto profundamente cuando a los niños los disfrazan de niños, convirtiéndoles en personajes caricaturescos llenos de bordados, lazos y entredoses.
  Un niño, un hijo, debe estar en sintonía con sus padres. Ser un mini yo une más que cualquier otro vínculo sanguíneo. Coincidir con tus hijos luciendo una misma cazadora perfecto de cuero, o entonados en los mismos estampados de camuflaje, o usar un modelo similar de gafas de sol polarizadas, te acerca a su espíritu de un modo tan compacto, que difícilmente podrá romperse esa conexión de estilo por mucho que las diferencias generacionales quieran anegarla. Pero claro, para eso hay que ser un padre fashionista…y entregado.




jueves, 19 de junio de 2014

JUBILADOS EN EL GIMNASIO

   Como era previsible, acabó en tangana. Casi en riña tumultuaria necesitada de intervención de las fuerzas del orden. Se veía venir. No podía durar eternamente la inmunidad a las mafias organizadas de jubilados que se desplazan diariamente, haciendo alarde de una gran notoriedad, de la cinta de correr a la zona de abdominales, y de la sala de actividades colectiva a la de musculación.
   Era algo que veníamos comentando desde hace muchísimo tiempo entre nosotros, el resto de socios de mi gimnasio. Una mañana cualquiera, máxime los lunes, por aquello de las conciencias culpables tras los excesos etílicos y gastronómicos del fin de semana, en la franja horaria entre las 9 y las 12, el normal desarrollo de una simple tabla de ejercicios resulta una labor mucho más difícil que entender el bosón de Higgs para un iletrado en física como creo que somos el común de los mortales.
   No es ya solamente la constatación de que cualquier ejercicio cardiovascular que uno se plantee realizar va a resultar infructuoso, y no por una manifiesta insuficiencia de máquinas para practicarlo (que no es el caso en mi gimnasio), sino porque nuestra querida mafia de jubilados no sólo sobrepasa impunemente los 30 minutos máximos de utilización para las que todas están programadas volviéndolas a reiniciar sin bajarse, sino que se van reservando el turno unos a otros en la mejor tradición alcaponiana.


   De ahí que cuando al fin, después de haberte quedado frío esperando, les ves bajar de la máquina y te diriges a ocuparla, te paren en seco. Y no es porque por higiene o educación cívica tengan el pundonor de limpiarla de sus propios restos de transpiración antes de que tú la utilices, sino porque te indican con expresión muy seria y trascendente que ya se la tenían pedida.Como si de la cola de la pescadería se tratase.
   Hoy un hombre de unos 40 años ha tenido la osadía de replicarle a una señora enjuta y contrahecha que se bajaba de la elíptica. Ella se la tenía reservada a su marido, que mientras esperaba los últimos 45 minutos había pasado del remo a la bicicleta estática. La susodicha es bien conocida por todos como la capomafiosa oficial. Gestiona con maestría no sólo la máquina que ocupa, sino todas las demás, y en sus recriminaciones e imposición de orden habla como portavoz de todos sus adeptos, matrimonios jubilados como ella y su marido, con los que en su vida no deportiva comparten también viajes del Inserso a Benidorm y baile en la Finca Altamira los jueves, viernes y sábados.


   Pues bien, el valiente que ha osado encararse con la señora bajita de gafas, ha hecho oídos sordos de la prohibición de subirse a la máquina sin que se le pusiera nada por delante. Bueno, nada que no fuera el señor que a continuación ha aparecido de inmediato para conminarle a que se bajara y que con gesto violento en sus ademanes y agresividad en sus palabras casi le zarandea y le echa a empellones más que por usurpación, por haber mancillado el honor de la que viene siendo su esposa desde hace 50 años. Ella está muy claro que se vale sola, y que es el cerebro de ese matrimonio, pero en circunstancias difíciles apela al clásico rol del macho protector.
   El altercado se ha solucionado con la intervención de los monitores de sala, que no sabían por dónde les soplaba el aire, hasta que el socio expulsado de la elíptica de marras ha tomado la deportiva decisión de bajarse de la misma y dirigirse al despacho de gerencia del centro para poner la correspondiente reclamación recogiendo el sentir de todos nosotros.
   Y lo mismo puede decirse de las ocupaciones interminables de las máquinas de musculación por parte de los jubilados. Sus descansos entre serie y serie los realizan sentados en la propia máquina, y si se osa sugerirles que si es posible alternar el uso, suelen mirarte con cara de haber visto un quinqui navajero que les quiere robar la cartera empleando la fuerza bruta. Se levantan a regañadientes, como diciendo "ahora me vas a cambiar el peso y me vas a descentrar cuando vuelva a sentarme". Y eso es lo más suave, porque otra de las casuísticas habituales es la de un jubilado sentado en la máquina de press pectoral, sin utilizarla, y otro jubilado de pie frente a él, dándose mutuo palique durante más de un cuarto de hora, que alguna vez lo hemos cronometrado.


   O cuando invaden la zona reservada para las colchonetas en las que hacer los abdominales, y capitaneados por otro jubilado jefe que en su día fue profesor de karate y que ha desarrollado un método propio de gimnasia, se ponen a mover brazos y piernas durante más de media hora provocando el absoluto colapso de las instalaciones. Y como es una kedada clandestina, que no oficial del club, no pueden utilizar las salas de clases colectivas.
   En estas últimas se produce otro hecho sangrante, esta vez atentativo al más elemental sentido de la estética. Y no hablo ya de las redondeces recogidas en modernas prendas de licra antitranspirantes, sino  de las completas asincronías en los movimientos coreográficos de las clases de zumba, aerobic, kick-boxing o step. Algo que debería resultar tan próximo al baile contemporáneo o a la danza, se convierte en una función colegial de cuarta regional. Pero ellas tan pichis y tan de peluquería, con todo el oro y joyerío resonando entre paso y zancada.


   Que conste que defiendo la práctica deportiva y la vida saludable por encima de todas las cosas, y que valoro la constancia de todos estos jubilados con los que comparto gimnasio cada mañana. (Es más, con muchos de ellos he fraguado amistades entrañables de las que me nutro abundantemente y con las que no paro de aprender). Pero no es menos cierto que lo han tomado al asalto, han impuesto sus leyes aprovechando un vacío legal y una prevalencia de posición por su mayor edad. Y aun respetándoles, no estaría de más recordarles de forma gráfica que deben pensar un poco en los demás, que ese es un espacio común, y que para contarse sus chascarrillos siempre les queda la cafetería, la sala de baile o las prolongadas estancias en Benidorm. Y que a los que vamos con el tiempo justo para realizar nuestras rutinas de ejercicios nos permitan llevarlas a cabo sin barreras psicológicas ni obstáculos físicos insalvables.



miércoles, 18 de junio de 2014

ANTONIO DE FELIPE

  La marcada bipolaridad de nuestra moderna sociedad dominada por Internet, por un lado nos ha ido quitado placeres arcanos como los que emanaban de pasar a mano las hojas de un libro, del olor del papel, el tacto de la cubierta o la emoción de seleccionar tu ejemplar de entre todos los que podías comprar en el siempre estimulante viaje a la librería; pero por otro nos ha dado la inmediatez de la sabiduría, el acceso a los más completos dosieres sobre cualquier hecho o personaje, que en el pasado nos hubiera llevado días encontrar y ordenar sistemáticamente dentro de una buena biblioteca, no siempre cercana o disponible para todos.
   Pensé en ello ayer, cuando en menos de cinco minutos, la rápida ojeada a un suplemento dominical me llevó a leer un reportaje en el que se planteaban una serie de preguntas, en general manidas y poco inteligentes, a hombres y mujeres con influencia en el actual mundo social, político o cultural cuyo nexo de unión era haber nacido en la España de los 60´s y formar parte, como yo, de la generación de Felipe VI. Uno de ellos era Antonio de Felipe, pintor valenciano de 1965. De ahí a un buscador de internet donde no sólo obtuve una información completa y exhaustiva de su biografía y trayectoria artística, sino que pude disfrutar de cientos de imágenes con la mayoría de su obra pictórica. Hasta vídeos subidos a YouTube con entrevistas e imágenes en movimiento. De inmediato. Directo al conocimiento y al disfrute.


   Antonio de Felipe es el gran exponente del pop-art en nuestro país, ese que desde mediados del siglo XX toma prestados todo tipo de referentes iconográficos de la cultura popular, sacados de la publicidad, de los comics, de los carteles de cine con sus grandes estrellas, y los utiliza para crear un arte irónico, iconoclasta,ocurrente y las más de las veces inteligente, siempre como oposición al formalismo clásico de las Bellas Artes.
   En el caso de Antonio de Felipe, tras una formación académica tradicional, en la que uno de los referentes más notorios en su obra es Diego Velázquez, continúa el camino descubierto por Warhol y Liechtenstein en los Estados Unidos.
   Del primero obtiene la inspiración para declinar a las icónicas meninas en diferentes contextos y con increíbles complementos. Un enorme cartel de coca-cola de fondo y una botella del mismo refresco en una mano y un osito de peluche o un Mickey Mouse en la otra, o el logo del chupa-chups en forma de horquilla para el pelo adornando el siempre inalterable emblema velazqueño.




  Del otro, la reordenación del concepto de retrato a través de una misma imagen modificada tan sólo con la aplicación de distintas gamas cromáticas. Audrey Hepburn fue la elegida por nuestro artista patrio, hasta el punto de convertirla en un referente litográfico presente en un sinnúmero de salones españoles, casi tantos como la flamenca está encima de la tele.


   Como propia y reconocible marca, su serie de cuadros y esculturas de vacas, modificando un lomo tan reconocible en manchas blancas y negras, por otros impresos con logos publicitarios o acebrados.



   O la reinterpretación de las portadas de los discos de vinilo más emblemáticos de los 80 y los 90´s, donde destaca como buque insignia el cuadro basado en el Sgt. Pepper de los Beatles, donde el pintor se autorretrata entre una amplísima galería de personajes de toda índole, época y procedencia, reales o de ficción, puro eclecticismo caprichoso de quien aúna mitos y referentes culturales. Desde su propio padre a Mazinger Z, pasando por Indiana Jones, la pantera rosa, Superman, Tintín, Bambi, Madonna o el toro de Osborne.


  Esa es su verdadera obra cumbre, la que sirve como referente a una generación entera, la mía, la de Felipe VI, en el fondo como éste blog, tan pop, tan peterpanesca, tan temerosa de crecer, tan bien preparada, tan culta y tan llena de talento.