La marcada bipolaridad de nuestra moderna sociedad
dominada por Internet, por un lado nos ha ido quitado placeres arcanos como los
que emanaban de pasar a mano las hojas de un libro, del olor del papel, el
tacto de la cubierta o la emoción de seleccionar tu ejemplar de entre todos los
que podías comprar en el siempre estimulante viaje a la librería; pero por otro
nos ha dado la inmediatez de la sabiduría, el acceso a los más completos dosieres
sobre cualquier hecho o personaje, que en el pasado nos hubiera llevado días
encontrar y ordenar sistemáticamente dentro de una buena biblioteca, no siempre
cercana o disponible para todos.
Pensé en ello
ayer, cuando en menos de cinco minutos, la rápida ojeada a un suplemento
dominical me llevó a leer un reportaje en el que se planteaban una serie de
preguntas, en general manidas y poco inteligentes, a hombres y mujeres con
influencia en el actual mundo social, político o cultural cuyo nexo de unión
era haber nacido en la España de los 60´s y formar parte, como yo, de la
generación de Felipe VI. Uno de ellos era Antonio de Felipe, pintor valenciano
de 1965. De ahí a un buscador de internet donde no sólo obtuve una información
completa y exhaustiva de su biografía y trayectoria artística, sino que pude
disfrutar de cientos de imágenes con la mayoría de su obra pictórica. Hasta
vídeos subidos a YouTube con entrevistas e imágenes en movimiento. De
inmediato. Directo al conocimiento y al disfrute.
Antonio de
Felipe es el gran exponente del pop-art en nuestro país, ese que desde mediados
del siglo XX toma prestados todo tipo de referentes iconográficos de la cultura
popular, sacados de la publicidad, de los comics, de los carteles de cine con
sus grandes estrellas, y los utiliza para crear un arte irónico, iconoclasta,ocurrente y las más de las veces inteligente, siempre como oposición al
formalismo clásico de las Bellas Artes.
En el caso de
Antonio de Felipe, tras una formación académica tradicional, en la que uno de los
referentes más notorios en su obra es Diego Velázquez, continúa el camino
descubierto por Warhol y Liechtenstein en los Estados Unidos.
Del primero
obtiene la inspiración para declinar a las icónicas meninas en diferentes contextos
y con increíbles complementos. Un enorme cartel de coca-cola de fondo y una
botella del mismo refresco en una mano y un osito de peluche o un Mickey Mouse en
la otra, o el logo del chupa-chups en forma de horquilla para el pelo adornando
el siempre inalterable emblema velazqueño.
Del otro, la
reordenación del concepto de retrato a través de una misma imagen modificada
tan sólo con la aplicación de distintas gamas cromáticas. Audrey Hepburn fue la
elegida por nuestro artista patrio, hasta el punto de convertirla en un
referente litográfico presente en un sinnúmero de salones españoles, casi tantos como la flamenca está encima de la tele.
Como propia y
reconocible marca, su serie de cuadros y esculturas de vacas, modificando un
lomo tan reconocible en manchas blancas y negras, por otros impresos con logos
publicitarios o acebrados.
O la
reinterpretación de las portadas de los discos de vinilo más emblemáticos de
los 80 y los 90´s, donde destaca como buque insignia el cuadro basado en el Sgt. Pepper de los Beatles, donde el pintor se autorretrata entre una amplísima galería
de personajes de toda índole, época y procedencia, reales o de ficción, puro
eclecticismo caprichoso de quien aúna mitos y referentes culturales. Desde su
propio padre a Mazinger Z, pasando por Indiana Jones, la pantera rosa,
Superman, Tintín, Bambi, Madonna o el toro de Osborne.
Esa es su verdadera obra cumbre, la que sirve como referente a una generación entera, la mía,
la de Felipe VI, en el fondo como éste blog, tan pop, tan peterpanesca, tan
temerosa de crecer, tan bien preparada, tan culta y tan llena de talento.
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