jueves, 19 de junio de 2014

JUBILADOS EN EL GIMNASIO

   Como era previsible, acabó en tangana. Casi en riña tumultuaria necesitada de intervención de las fuerzas del orden. Se veía venir. No podía durar eternamente la inmunidad a las mafias organizadas de jubilados que se desplazan diariamente, haciendo alarde de una gran notoriedad, de la cinta de correr a la zona de abdominales, y de la sala de actividades colectiva a la de musculación.
   Era algo que veníamos comentando desde hace muchísimo tiempo entre nosotros, el resto de socios de mi gimnasio. Una mañana cualquiera, máxime los lunes, por aquello de las conciencias culpables tras los excesos etílicos y gastronómicos del fin de semana, en la franja horaria entre las 9 y las 12, el normal desarrollo de una simple tabla de ejercicios resulta una labor mucho más difícil que entender el bosón de Higgs para un iletrado en física como creo que somos el común de los mortales.
   No es ya solamente la constatación de que cualquier ejercicio cardiovascular que uno se plantee realizar va a resultar infructuoso, y no por una manifiesta insuficiencia de máquinas para practicarlo (que no es el caso en mi gimnasio), sino porque nuestra querida mafia de jubilados no sólo sobrepasa impunemente los 30 minutos máximos de utilización para las que todas están programadas volviéndolas a reiniciar sin bajarse, sino que se van reservando el turno unos a otros en la mejor tradición alcaponiana.


   De ahí que cuando al fin, después de haberte quedado frío esperando, les ves bajar de la máquina y te diriges a ocuparla, te paren en seco. Y no es porque por higiene o educación cívica tengan el pundonor de limpiarla de sus propios restos de transpiración antes de que tú la utilices, sino porque te indican con expresión muy seria y trascendente que ya se la tenían pedida.Como si de la cola de la pescadería se tratase.
   Hoy un hombre de unos 40 años ha tenido la osadía de replicarle a una señora enjuta y contrahecha que se bajaba de la elíptica. Ella se la tenía reservada a su marido, que mientras esperaba los últimos 45 minutos había pasado del remo a la bicicleta estática. La susodicha es bien conocida por todos como la capomafiosa oficial. Gestiona con maestría no sólo la máquina que ocupa, sino todas las demás, y en sus recriminaciones e imposición de orden habla como portavoz de todos sus adeptos, matrimonios jubilados como ella y su marido, con los que en su vida no deportiva comparten también viajes del Inserso a Benidorm y baile en la Finca Altamira los jueves, viernes y sábados.


   Pues bien, el valiente que ha osado encararse con la señora bajita de gafas, ha hecho oídos sordos de la prohibición de subirse a la máquina sin que se le pusiera nada por delante. Bueno, nada que no fuera el señor que a continuación ha aparecido de inmediato para conminarle a que se bajara y que con gesto violento en sus ademanes y agresividad en sus palabras casi le zarandea y le echa a empellones más que por usurpación, por haber mancillado el honor de la que viene siendo su esposa desde hace 50 años. Ella está muy claro que se vale sola, y que es el cerebro de ese matrimonio, pero en circunstancias difíciles apela al clásico rol del macho protector.
   El altercado se ha solucionado con la intervención de los monitores de sala, que no sabían por dónde les soplaba el aire, hasta que el socio expulsado de la elíptica de marras ha tomado la deportiva decisión de bajarse de la misma y dirigirse al despacho de gerencia del centro para poner la correspondiente reclamación recogiendo el sentir de todos nosotros.
   Y lo mismo puede decirse de las ocupaciones interminables de las máquinas de musculación por parte de los jubilados. Sus descansos entre serie y serie los realizan sentados en la propia máquina, y si se osa sugerirles que si es posible alternar el uso, suelen mirarte con cara de haber visto un quinqui navajero que les quiere robar la cartera empleando la fuerza bruta. Se levantan a regañadientes, como diciendo "ahora me vas a cambiar el peso y me vas a descentrar cuando vuelva a sentarme". Y eso es lo más suave, porque otra de las casuísticas habituales es la de un jubilado sentado en la máquina de press pectoral, sin utilizarla, y otro jubilado de pie frente a él, dándose mutuo palique durante más de un cuarto de hora, que alguna vez lo hemos cronometrado.


   O cuando invaden la zona reservada para las colchonetas en las que hacer los abdominales, y capitaneados por otro jubilado jefe que en su día fue profesor de karate y que ha desarrollado un método propio de gimnasia, se ponen a mover brazos y piernas durante más de media hora provocando el absoluto colapso de las instalaciones. Y como es una kedada clandestina, que no oficial del club, no pueden utilizar las salas de clases colectivas.
   En estas últimas se produce otro hecho sangrante, esta vez atentativo al más elemental sentido de la estética. Y no hablo ya de las redondeces recogidas en modernas prendas de licra antitranspirantes, sino  de las completas asincronías en los movimientos coreográficos de las clases de zumba, aerobic, kick-boxing o step. Algo que debería resultar tan próximo al baile contemporáneo o a la danza, se convierte en una función colegial de cuarta regional. Pero ellas tan pichis y tan de peluquería, con todo el oro y joyerío resonando entre paso y zancada.


   Que conste que defiendo la práctica deportiva y la vida saludable por encima de todas las cosas, y que valoro la constancia de todos estos jubilados con los que comparto gimnasio cada mañana. (Es más, con muchos de ellos he fraguado amistades entrañables de las que me nutro abundantemente y con las que no paro de aprender). Pero no es menos cierto que lo han tomado al asalto, han impuesto sus leyes aprovechando un vacío legal y una prevalencia de posición por su mayor edad. Y aun respetándoles, no estaría de más recordarles de forma gráfica que deben pensar un poco en los demás, que ese es un espacio común, y que para contarse sus chascarrillos siempre les queda la cafetería, la sala de baile o las prolongadas estancias en Benidorm. Y que a los que vamos con el tiempo justo para realizar nuestras rutinas de ejercicios nos permitan llevarlas a cabo sin barreras psicológicas ni obstáculos físicos insalvables.



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