Bienvenidos al País de Nunca Jamás, ese del que sin haber salido del todo ya queremos volver. Para adolescentes con canas y toda una generación de EGB. El Pandemónium de un cántabro con alma británica ,hedonista, viajero, deportista, melómano, cinéfilo y fashionista. Este es mi credo.
Sólo se me ocurre el escapismo como modo de
supervivencia. Juro que la cobardía nunca en mí ha conseguido encardinarse. De
tantas decisiones tomadas valientemente proceden la inmensa mayoría de mis
cicatrices.
Sólo un grito
que me nace del duodeno, yeyuno e íleon y atraviesa mis vísceras más
contaminadas en una progresión ascendente hacia mi boca, hastiada ya de
silencios estratégicos y de argumentaciones desestructuradas.
Sólo el viento
del norte y el salitre del mar como testigos. Y el eterno retorno al punto de
inmovilismo primigenio, tan rancio ya, tan pútrido de tanto embate y
embestidas.
Harto ya de ser
el eterno prejuzgado, el sospechoso habitual al que recurrir en ausencia de otras
evidencias. Harto de que me caiga toda la mierda de las bajantes de un edificio
comunitario en el que siempre me han encalomado todas las reparaciones. Da
igual mi pericia, mi técnica, mi intención. Siempre tras el arreglo aparecerá
otra avería, y siempre, siempre, todos dirán que es consecuencia de mi mala
gestión anterior…aunque haya permanecido inmóvil desde entonces.
Ya me pesa la
mala prensa, y más que eso las traiciones de las opiniones variables, de las
inteligencias sobrevaloradas, de las apariciones estelares. Me pesa la ausencia
de nobleza, el interés y los egoísmos, los negocios que se anteponen a los
compromisos, y los olvidos intencionados que dañan más que los obligados.
Pero pueden irse jodiendo quienes me cercan,
porque aún no me ha flaqueado la estructura ni el resuello. El hecho de no haber
experimentado, por el momento y de forma un tanto incomprensible, cambio físico
alguno desde los últimos 30 años, me está permitiendo sobrevivir a tantas
hostias punzantemente lanzadas.
Cuento además
con una ventaja competitiva que pesa más que cualquier otra represalia: dispongo
del archivo gráfico y documental más extenso que pueda tenerse. Lo sé todo, me
acuerdo de todo, y sobre todo, puedo aportar las pruebas irrefutables de todo ello.
Imágenes que me exculpan y delatan a otros, secuencias escritas de legajos que
me exoneran de las responsabilidades que me atribuyen. Todo ordenado, todo
dispuesto, todo a buen recaudo.
Así que esa es
mi gran disyuntiva. Sacar los papeles a la luz o apartarme ya por siempre de
todos cuantos me hieren. En mi caso tengo claro que mi verdadera independencia
va indexada al ostracismo. Pero lo he aceptado. Ya no me duele.
Pero algo queda
de escatológico, que me sitúa permanentemente en medio del fuego cruzado. Haga
lo que haga. Repare lo que repare. Sirva para lo que sirva. El mundo que uno
daba por conocido, el que te aportaba el equilibrio imprescindible para seguirte
levantando mucho antes de que comenzara a sonar el despertador, ése sigue dándose
la vuelta cada poco, tratando de ponerme patas arriba a mí con él. Y nadie teme
lo que pueda tener guardado, como si ni siquiera fuera considerado como
enemigo.
Y estoy cansado
de las estrategias, de las traiciones…mucho más que de las ingratitudes. He
pagado por todo, y aun así no me compensa el beneficio.
El acto inaugural de los
renovados Jardines de Pereda de Santander tuvo una parte institucional, por la
mañana, cuajada de discursos de relumbrón, formalidades, palabras previsibles, y
pretensiones de vísceralidad carentes de tuétano.
Es lo que tienen los gestores, que
suelen ser eficaces desempeñando su trabajo, pero adolecen de esa capacidad de
pellizcar el alma que marca diferencias insalvables entre lo simplemente
correcto y lo verdaderamente sublime, por muy grandilocuentes que sean las
frases con que tratan de envolverse.
Ya por la tarde, con la anhelada puntualidad
de quienes esperan desprenderse de un vendaje que les oculta la cara o de una
escayola que les inmoviliza las extremidades para conseguir una mejoría o una curación
completa tras días, semanas o meses de incómodas molestias, los Jardines fueron
tomados por los santanderinos.
Los más de 700 amigos del Centro Botín que
nos congregamos ahí, formamos una cadena humana rodeando todo el perímetro de
unas vallas que comenzaron a desaparecer hasta dejar completamente expedito un
espacio tan geográficamente emblemático como emocionalmente arraigado.
Mis compañeros de eslabón eran mis hijos y
mi hermano Mateo. Todos nosotros dimos nuestros primeros pasos lúdicos con
varias décadas de diferencia en aquel espacio arbolado, y lo más probable es
que sus hijos, mis nietos, hagan lo propio algún día, espero que también guiados
de mi mano. Por eso era tan importante estar ahí. Al menos para mí. Y desde
luego con ellos.
Nos soltamos las manos, y arrancamos nuestra
exploración. Corriendo, gritando, impacientes, tal vez acompasando la rítmica y
estruendosa música de los tambores que tan idóneamente nos servía de marco
sonoro en la integración sensorial de los nuevos rincones. Ávidos de un
descubrimiento viajero sin salir de casa. Turismo doméstico. Perplejos de cómo
algo tan reconocible puede llegar a resultar tan desconocido. Cómo un remozo puede
alterar las coordenadas vivenciales de una buena parte de tu vida. Cómo la
modernidad, el futuro, los puntales inteligentes de una sociedad sostenible se
abrazan con los monumentos de siempre, con la más arraigada tradición tan solo cambiada
de ubicación. Pisas la misma tierra, pero no es el mismo suelo. Reconoces tu
silueta infantil en el puente sobre el estanque, oyes las voces de tus abuelas
susurrándote su ternura inabarcable…pero te has hecho adulto, y seguramente
ahí, en ese breve instante, el corazón puede quebrarse un segundo y provocar la
preclara advertencia de tantas oportunidades perdidas. Es un choque, no cabe
duda, pero son tan solo un par de notas las que conforman la frustración mientras
rebobinas a toda leche la película de tu vida. Lo que tienes delante es siempre
un futuro abierto al que seguir pidiendo cohabitación.
Pero la reveladora emoción que mi
bendita/maldita sensibilidad encuentra siempre en los actos más sencillos,
terminó por regalarme mi más reciente momento álgido. Mi espíritu en máximos. Inesperado
e inolvidable. En conexión directa con las contradictorias pero complementarias
sensaciones experimentadas a lo largo de la tarde, también asistí a la
inauguración del pequeño anfiteatro al aire libre que se integra dentro
de los nuevos Jardines de Pereda.
Reencontrarme separado por tan solo 5 metros
de escenario con Tony Hadley, el vocalista de Spandau Ballet, el mítico grupo
de los 80´s, fue uno de esos regalos merecidos con los que te premia muy de vez
en cuando el azar.
Lo que la música de aquel grupo new romantic supuso en mi adolescencia
inconexa, probablemente no tenga más precio que el que he pagado por mis
propios fracasos. Elevado. Aquellos sintetizadores, los cardados y la laca de
sus peinados, la elegancia estudiada del raso y los terciopelos adentrándose en
el mundo del glam pero aferrándose sin
tapujos a las camisas con chorreras, y por encima de todo, la modulación potente
y varonil de la voz de crooner de Tony,
con ese timbre de matriz clásica adornado por giros redondos y siempre
afinados, oscuro en los graves y vibrante en los agudos.
Spandau Ballet, ya desde su evocador nombre,
y a través de las canciones que Tony Hadley interpretaba, me hicieron soñar con
un futuro emulador de rancio abolengo europeo adobado con la modernidad más
descarnada. Eso sí tuve claro que quería que fuera mi vida.
Más de 30 años después, con una vida desestructurada
con peterpanescas pretensiones de mejora, me hizo mucho bien corear “Gold”, “Only when you leave” o “Through
the barricades” con mucho más trasfondo emocional que cuando tenía 14 años.
Eran versiones interpretadas por una
impresionante Big Band, que sonaban tan iguales como distintas en la voz de Mr.
Hadley. Su sudor sobre el escenario, entregado a la grandeza, patrimonio
exclusivo de muy pocos, de transmitir con su elegancia y su dicción perfecta el
esfuerzo de vivir, era mucho más que el efecto de los focos. Su sudor, paliado
entre canción y canción con un sorbito de whisky escocés, era el mío. Pero gracias
a él, tengo claro que aún me queda tiempo para encontrar el oro. Gold.
"There is
something Pagan in me that I can not shake off. In short, I deny nothing, but
doubt everything".
ThisLord
Byron´s thought met me yesterday, around the corner from the hotel where
I've stayed for the weekend inNottingham.It appeared
on a poster beside another two quotes, one ofDH
Lawrenceandanother
oneofAlan Sillitoe, under the
title"Our rebel
writers”, with their respective portraits decorating the facade of a
building under restoration opposite the railway station. It was a frontal impact
without airbag that could cushion it, as if the aristocrat and English Romantic
poet had decided to shake me in spirit, just a day after attending the ceremony
of a typically English wedding in the placethat had been the family home of his ancestors,Colwick Hall.
I was anchored to the
sidewalk, I do not know if I was only disturbed, or in addition terrified. For
a writer who imagines stories in which destiny appears as the single
gravitational element, it was like a little taste of my own medicine. And I had suddenly
become one of my characters, one of those who
wondered why causality governs this sudden event, which unreadable message
sends me the beyond, for what purpose and to achieve what kind of goal.
I also had a second filled with egocentrism, and I enjoyed briefly the idea of belonging to a
supernatural chain that was joining romantic poets throughout the centuries. It
was a joyful second, but fortunately went swiftly back in order to not face again my pathetic dissatisfied face of
failure.
So I decided to find a sense to the
phrase, a useful application which spun what I am or what I want to be, to where I was
and why exactly there and then.The postulates ofdeterminismtook possession of me, as if my life
were a moving walkway - as airports or subway ones- that move me conveniently in line since my last cause to my next
consequence, while I was returning from England.
Indeed I would not have reached that poster or that phrase, if I had
not been that weekend in England.I would have
never attended the wedding if I hadn´t had a 7-year
relationship with a woman, an English widow, with a son that is mine since he
was 3.
The truth is that they would not have gone if they had not known me. And I’m really
sure about it. This serious illness I
suffer since I was aware, as I repeat incessantly like my greatest dogma, that the stork erred miserably by depositing me inSpainand not in theBritish Islands, is the one who is guilty about me encouraging them the need of maintaining the contact with
the child´s English family; the one who is guilty aboutI showing inflexible when flagging Britishness as a
paradigm of the fusion between tradition and modernity. I’m the one who dragg them, not them who force me.
There is also a lot of painful sea in the background, many memories that often emerge when you are in contact with
the assumption of absence, to the point that in the past it has caused some
unwanted somatization. To alleviate it, I say that I have come to serve as a
greased nut in a mechanism that should not be broken and to which I bring my gym arms, my romantic soul and a generous sort of selfishness
that I apply as none other every time I focus a trip to England on the
horizon.
It is much more than the fact toput the childElgar´s
music"Pomp and
Circumstance"or"Rule
Brittania"as an
unavoidable part of human and musical education; much more than having an
amazing ability to organize trips, tickets and itineraries; much more thanthe selection of an ad hoc costume for the event that included
the same blue chromatic Anderson tartan in the tie that Liam wore during the event. It is much more
than to feel love for them, much more than being a paranoid and a die-hard
Anglophile.
Is to reach at the end of the celebration that
took me there, that
my son's uncle, his father's brother, melted me into a deep and compact hug, so
fulled of manhood as it was fulled of emotion, and told me in a voice that
sounded as true as I felt british, that it was really priceless what I
was doing, that Paul would feel tremendously proud of how his son was being educated, that I was already a member of that family…I just say as a joke that they should give me the opportunity of change my name and become a full
member of the Scottish clan of Anderson, including the right to wear a kilt. They do not realize that they arethe ones who are doing the real favor to me.
P. D. "There is
something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny nothing, but
doubt everything.", said Lord Byron. And I say from a poet to a poet:
thanks, from the bottom of my heart.
"There is something Pagan in me that I cannot shake off. In short, I deny
nothing, but doubt everything"
Este pensamiento
de Lord Byron salió a mi encuentro ayer, al doblar la esquina del hotel en el
que me he alojado durante el fin de semana en Nottingham. Aparecía en un cartel
junto a otras dos citas, una de D.H. Lawrence y otra de Alan Sillitoe, que
bajo el título "Our rebel writers" (nuestros escritores rebeldes) decoraba
con sus respectivos retratos la fachada de un edificio en proceso de restauración
frente a la estación de trenes.
Me produjo un
impacto frontal, sin airbag que pudiera amortiguarlo, como si ese aristócrata y
poeta inglés del romanticismo hubiera decidido zarandearme en espíritu, justo
un día después de haber asistido a la celebración de una boda típicamente
inglesa en la que había sido la casa familiar de sus ancestros, Colwick Hall.
Me quedé anclado
a la acera, no sé si solamente conturbado, o además aterrado. Para un escritor
que imagina historias en las que el sino aparece como único elemento
gravitacional, era como probar un poco de
mi propia medicina.
Y de repente me vi
convertido en uno de mis personajes, uno de esos que se pregunta qué causalidad
gobierna ese acontecimiento súbito, qué indescifrable mensaje me envía el más
allá, con qué intención y con qué pretendido fin.
También tuve un
segundo de henchido egocentrismo, y deliré brevemente con la idea de
pertenencia a una cadena sobrenatural que fuera uniendo poetas románticos a lo
largo de los siglos. Fue un segundo gozoso, pero afortunadamente pasó raudo
para no enfrentarme de nuevo a mi patética cara de insatisfecho fracasado.
Así que opté por
hallarle un sentido a la frase, una aplicación práctica que hilara lo que soy o
lo que quiero ser, con dónde estaba y porqué allí y entonces precisamente. Los
postulados del determinismo que me llevan poseyendo desde lejos, como si mi vida fuera una cinta mecánica como las
del metro o los aeropuertos, que me traslada cómodamente en línea desde mi
anterior causa a mi próxima consecuencia, fueron de los que eché mano todo mi
camino de vuelta desde Inglaterra.
Verdaderamente
yo no hubiera llegado a ese cartel ni a esa frase, si no hubiera estado ese fin
de semana en Inglaterra. Jamás hubiera asistido a esa boda si no tuviera desde
hace 7 años una relación sentimental con una mujer, viuda de un inglés, y con
un hijo que es el mío desde que tenía 3 años.
Lo cierto es que
ellos tampoco hubieran ido si no me hubieran conocido. De eso también estoy seguro. Esa grave enfermedad que
padezco desde que fui consciente, como repito incesantemente como si fuera mi
mayor dogma, que la cigüeña erró estrepitosamente al depositarme en España y no
en las Islas Británicas, es la culpable de que fomente en ellos la necesidad de
seguir en contacto con la familia de la que el niño procede y de que me muestre
inflexible a la hora de abanderar lo británico como paradigma de la fusión
entre tradición y modernidad como nadie es capaz de trascenderse en este planeta. Y lo digo bajo mi más profunda convicción. Soy yo quien les arrastro, no ellos quienes me
obligan.
Hay además mucho
mar de fondo doloroso, muchos recuerdos que suelen aflorar al entrar en
contacto con la asunción de las ausencias con tanto esfuerzo preteridas, hasta el punto de haber provocado en
el pasado auténticas somatizaciones físicas no deseadas. Para paliarlo dicen
que he llegado yo, para servir de tuerca engrasada en un mecanismo que no debe
romperse y para el que aporto mis brazos de gimnasio, mi alma romántica y una
especie de egoísmo generoso que pongo en práctica como nadie cada vez que
focalizo una escapada a Inglaterra en el horizonte.
Es mucho más que
ponerle al niño la música de Elgar de "Pompa y Circunstancia" o "Rule
Britannia" como parte insoslayable de su educación humana y musical; mucho
más que tener una habilidad pasmosa para organizar viajes, billetes e
itinerarios; mucho más que ultimar un vestuario ad hoc que
incluyera referencias cromáticas al mismo azul del tartan Anderson de la
corbata que mi hijo lució durante el evento. Es mucho más que sentir amor por
ellos, mucho más que ser un anglófilo recalcitrante y paranoico.
Es llegar al
final de la celebración que me llevó allí, a la que tal vez nunca en mi vida hubiera
asistido, y que el tío de mi hijo, el hermano de su padre, se fundiera conmigo
en un profundo y compacto abrazo, tan lleno de hombría como de emoción, y me
dijera con una voz que sonaba tan de verdad como que me siento british, que no tiene precio lo que yo estaba
haciendo, que Paul se sentiría tremendamente orgulloso de cómo estaba educando
a su hijo, que yo era ya un miembro más de esa familia…sólo le faltó decirme
que cuando quisiera podía también cambiarme el apellido y pasar a ser miembro de
pleno derecho del clan escocés de los Anderson.
No se dan cuenta
que el favor me lo están haciendo todos ellos a mí.
P.D. : " Hay
algo pagano en mí de lo que no pudo sacudirme. En resumen, no niego nada, pero
dudo de todo", que decía Lord Byron. Y yo le digo…de poeta a poeta,
también a él…gracias...from the bottom of my heart.
Compartir experiencias es la clave de las relaciones
paterno-filiales. Ya he hablado en alguna ocasión de la importancia del ejemplo
para la educación de nuestros cachorros humanos. Su aprendizaje está basado en
lo que seamos capaces de transmitirles. Y no solo de valores y disciplina vive
el hombre, ni tampoco de espíritu lúdico y juguetón.
Yo, a mis hijos
y asimilados (incluyo a mi hermano pequeño Mateo, de 12 años, porque es más
joven que su sobrina Claudia de 17, y por roce, afinidad y vinculación forma
parte del núcleo duro de mis afectos), me los he cargado con el fashionismo.
Creo que he
creado monstruos del estilismo y el seguimiento de las tendencias, que gruñen
como un jauría de perros hambrientos cuando la combinación de ropa propuesta no
se ajusta al menos al canon de un escaparate de Zara o H&M.
Tienen inoculado
el sentido de la estética casi como una asignatura más de su educación moral y
religiosa, conocedores de la importancia para la formación de su espíritu de
sentirse guapos y atractivos, elegantes como una prolongación natural de la cultura
que están teniendo la suerte de recibir. Pura vanidad intravenosa.
Para mí ha sido
una labor tan prioritaria como leerles un cuento cada noche al acostarles,
sacarles de paseo, llevarles a conocer lugares diferentes, o crear un vínculo
indestructible yendo al cine el mismo día del estreno a ver todas y cada una de
las 6 películas de Harry Potter, de la primer a la última.
Una labor tan
entregada como la de hablarles de suerte y solidaridad: la que ellos tienen y
la que le deben a quienes les rodean. Una labor tan primordial como educarles
en la igualdad, sin posicionamientos radicales, pero instruyéndoles en la toma
de partido ante la vida, para que las injusticias maniqueas de esta
sociedad tan hipócrita no les alteren la
percepción de esas pocas realidades incuestionables. Una labor, en fin, tan
próxima a lo artístico y a lo teatral como yo mismo, en un intento de que
valoren la importancia de la puesta en escena como parte indisoluble de la
función.
Y tienen tan claros
losdress-codes de cada ocasión, como
que todo está supeditado a que se esfuercen al máximo en sus estudios para que
logren ser aquello con lo que sueñen en la zancadilleante jungla inanimada que
les aguarda ahí fuera.
La culpa de
haberles llevado de compras, y haberles justificado cada una de ellas en base a
criterios tan esenciales como el fondo de armario, el clásico intemporal o la
tendencia más rabiosa, han hecho de ellos unos superdotados del eclecticismo.
Claudia tiene
desde hace años su propio blog de moda, con cientos de seguidores de los cinco
continentes (ventajas de una educación bilingüe y de escribirlo enteramente en
inglés). Va adaptando sus prendasvintage,
combinándolas con otras low cost, buscando
siempre en las fotos en las que hace de modelo una unidad de criterio
argumental, en las que no se deja al azar ni el peinado, ni el maquillaje, ni
los complementos. En esencia, una manifestación insoslayable de que los caminos
de la genética son inescrutables.
Con Liam y Mateo la conexión siempre empieza
por lo capilar. De forma inintencionada, acabamos compartiendo no sólo
peluquera sino peinado. Verles después a escondidas, cómo enchufan el secador y
se cepillan el pelo, para acabar dándose el toque final con una extensa
variedad de ceras, gominas y espumas, no deja de ser algo subyugante.
Y luego, también
de forma inconsciente, quedamos los 3 condicionados por ese peinado para
vestirnos según la ocasión lo requiera, siempre a caballo entre la elegancia
británica y la italiana, como no podía ser de otro modo bajo pena de cadalso si
cometieran semejante apostasía sartorial.
Quedo pues a la entera disposición de todo aquel que quiera increparme llamándome superficial, para
explicarle con calma pero con contundencia las claves de todo lo que para mí entra de un modo innegociable dentro del concepto de educación.
Detesto profundamente cuando a los niños los
disfrazan de niños, convirtiéndoles en personajes caricaturescos llenos de
bordados, lazos y entredoses.
Un niño, un hijo,
debe estar en sintonía con sus padres. Ser un mini yo une más que cualquier
otro vínculo sanguíneo. Coincidir con tus hijos luciendo una misma cazadora perfecto de cuero, o entonados en los
mismos estampados de camuflaje, o usar un modelo similar de gafas de sol
polarizadas, te acerca a su espíritu de un modo tan compacto, que difícilmente
podrá romperse esa conexión de estilo por mucho que las diferencias
generacionales quieran anegarla. Pero claro, para eso hay que ser un padre
fashionista…y entregado.
Como era previsible, acabó en tangana. Casi en riña
tumultuaria necesitada de intervención de las fuerzas del orden. Se veía venir.
No podía durar eternamente la inmunidad a las mafias organizadas de jubilados
que se desplazan diariamente, haciendo alarde de una gran notoriedad, de la
cinta de correr a la zona de abdominales, y de la sala de actividades colectiva
a la de musculación.
Era algo que
veníamos comentando desde hace muchísimo tiempo entre nosotros, el resto de
socios de mi gimnasio. Una mañana cualquiera, máxime los lunes, por aquello de
las conciencias culpables tras los excesos etílicos y gastronómicos del fin de
semana, en la franja horaria entre las 9 y las 12, el normal desarrollo de una
simple tabla de ejercicios resulta una labor mucho más difícil que entender el bosón de Higgs para un iletrado en física como creo que somos el común de los
mortales.
No es ya
solamente la constatación de que cualquier ejercicio cardiovascular que uno se
plantee realizar va a resultar infructuoso, y no por una manifiesta
insuficiencia de máquinas para practicarlo (que no es el caso en mi gimnasio),
sino porque nuestra querida mafia de jubilados no sólo sobrepasa impunemente
los 30 minutos máximos de utilización para las que todas están programadas
volviéndolas a reiniciar sin bajarse, sino que se van reservando el turno unos
a otros en la mejor tradiciónalcaponiana.
De ahí que
cuando al fin, después de haberte quedado frío esperando, les ves bajar de la
máquina y te diriges a ocuparla, te paren en seco. Y no es porque por higiene o
educación cívica tengan el pundonor de limpiarla de sus propios restos de
transpiración antes de que tú la utilices, sino porque te indican con expresión
muy seria y trascendente que ya se la tenían pedida.Como si de la cola de la pescadería se tratase.
Hoy un hombre de
unos 40 años ha tenido la osadía de replicarle a una señora enjuta y
contrahecha que se bajaba de la elíptica. Ella se la tenía reservada a su
marido, que mientras esperaba los últimos 45 minutos había pasado del remo a la
bicicleta estática. La susodicha es bien conocida por todos como la capomafiosa oficial. Gestiona con maestría
no sólo la máquina que ocupa, sino todas las demás, y en sus recriminaciones e
imposición de orden habla como portavoz de todos sus adeptos, matrimonios
jubilados como ella y su marido, con los que en su vida no deportiva comparten
también viajes del Inserso a Benidorm y baile en la Finca Altamira los jueves,
viernes y sábados.
Pues bien, el
valiente que ha osado encararse con la señora bajita de gafas, ha hecho oídos
sordos de la prohibición de subirse a la máquina sin que se le pusiera nada por
delante. Bueno, nada que no fuera el señor que a continuación ha aparecido de
inmediato para conminarle a que se bajara y que con gesto violento en sus
ademanes y agresividad en sus palabras casi le zarandea y le echa a empellones
más que por usurpación, por haber mancillado el honor de la que viene siendo su
esposa desde hace 50 años. Ella está muy claro que se vale sola, y que es el
cerebro de ese matrimonio, pero en circunstancias difíciles apela al clásico
rol del macho protector.
El altercado se
ha solucionado con la intervención de los monitores de sala, que no sabían por
dónde les soplaba el aire, hasta que el socio expulsado de la elíptica de
marras ha tomado la deportiva decisión de bajarse de la misma y dirigirse al
despacho de gerencia del centro para poner la correspondiente reclamación
recogiendo el sentir de todos nosotros.
Y lo mismo puede
decirse de las ocupaciones interminables de las máquinas de musculación por
parte de los jubilados. Sus descansos entre serie y serie los realizan sentados
en la propia máquina, y si se osa sugerirles que si es posible alternar el uso,
suelen mirarte con cara de haber visto un quinqui navajero que les quiere robar
la cartera empleando la fuerza bruta. Se levantan a regañadientes, como diciendo "ahora me vas a
cambiar el peso y me vas a descentrar cuando vuelva a sentarme". Y eso es
lo más suave, porque otra de las casuísticas habituales es la de un jubilado
sentado en la máquina de press pectoral, sin utilizarla, y otro jubilado de pie
frente a él, dándose mutuo palique durante más de un cuarto de hora, que alguna
vez lo hemos cronometrado.
O cuando invaden
la zona reservada para las colchonetas en las que hacer los abdominales, y
capitaneados por otro jubilado jefe que en su día fue profesor de karate y que
ha desarrollado un método propio de gimnasia, se ponen a mover brazos y piernas
durante más de media hora provocando el absoluto colapso de las instalaciones.
Y como es una kedada clandestina, que no oficial del club, no pueden utilizar
las salas de clases colectivas.
En estas últimas
se produce otro hecho sangrante, esta vez atentativo al más elemental sentido
de la estética. Y no hablo ya de las redondeces recogidas en modernas prendas
de licra antitranspirantes, sino de las
completas asincronías en los movimientos coreográficos de las clases de zumba,
aerobic, kick-boxing o step. Algo que debería resultar tan próximo al baile
contemporáneo o a la danza, se convierte en una función colegial de cuarta regional.
Pero ellas tan pichis y tan de peluquería, con todo el oro y joyerío resonando
entre paso y zancada.
Que conste que
defiendo la práctica deportiva y la vida saludable por encima de todas las
cosas, y que valoro la constancia de todos estos jubilados con los que comparto
gimnasio cada mañana. (Es más, con muchos de ellos he fraguado amistades
entrañables de las que me nutro abundantemente y con las que no paro de
aprender). Pero no es menos cierto que lo han tomado al asalto, han impuesto
sus leyes aprovechando un vacío legal y una prevalencia de posición por su
mayor edad. Y aun respetándoles, no estaría de más recordarles de forma gráfica
que deben pensar un poco en los demás, que ese es un espacio común, y que para
contarse sus chascarrillos siempre les queda la cafetería, la sala de baile o
las prolongadas estancias en Benidorm. Y que a los que vamos con el tiempo
justo para realizar nuestras rutinas de ejercicios nos permitan llevarlas a
cabo sin barreras psicológicas ni obstáculos físicos insalvables.
La marcada bipolaridad de nuestra moderna sociedad
dominada por Internet, por un lado nos ha ido quitado placeres arcanos como los
que emanaban de pasar a mano las hojas de un libro, del olor del papel, el
tacto de la cubierta o la emoción de seleccionar tu ejemplar de entre todos los
que podías comprar en el siempre estimulante viaje a la librería; pero por otro
nos ha dado la inmediatez de la sabiduría, el acceso a los más completos dosieres
sobre cualquier hecho o personaje, que en el pasado nos hubiera llevado días
encontrar y ordenar sistemáticamente dentro de una buena biblioteca, no siempre
cercana o disponible para todos.
Pensé en ello
ayer, cuando en menos de cinco minutos, la rápida ojeada a un suplemento
dominical me llevó a leer un reportaje en el que se planteaban una serie de
preguntas, en general manidas y poco inteligentes, a hombres y mujeres con
influencia en el actual mundo social, político o cultural cuyo nexo de unión
era haber nacido en la España de los 60´s y formar parte, como yo, de la
generación de Felipe VI. Uno de ellos era Antonio de Felipe, pintor valenciano
de 1965. De ahí a un buscador de internet donde no sólo obtuve una información
completa y exhaustiva de su biografía y trayectoria artística, sino que pude
disfrutar de cientos de imágenes con la mayoría de su obra pictórica. Hasta
vídeos subidos a YouTube con entrevistas e imágenes en movimiento. De
inmediato. Directo al conocimiento y al disfrute.
Antonio de
Felipe es el gran exponente del pop-art en nuestro país, ese que desde mediados
del siglo XX toma prestados todo tipo de referentes iconográficos de la cultura
popular, sacados de la publicidad, de los comics, de los carteles de cine con
sus grandes estrellas, y los utiliza para crear un arte irónico, iconoclasta,ocurrente y las más de las veces inteligente, siempre como oposición al
formalismo clásico de las Bellas Artes.
En el caso de
Antonio de Felipe, tras una formación académica tradicional, en la que uno de los
referentes más notorios en su obra es Diego Velázquez, continúa el camino
descubierto por Warhol y Liechtenstein en los Estados Unidos.
Del primero
obtiene la inspiración para declinar a las icónicas meninas en diferentes contextos
y con increíbles complementos. Un enorme cartel de coca-cola de fondo y una
botella del mismo refresco en una mano y un osito de peluche o un Mickey Mouse en
la otra, o el logo del chupa-chups en forma de horquilla para el pelo adornando
el siempre inalterable emblema velazqueño.
Del otro, la
reordenación del concepto de retrato a través de una misma imagen modificada
tan sólo con la aplicación de distintas gamas cromáticas. Audrey Hepburn fue la
elegida por nuestro artista patrio, hasta el punto de convertirla en un
referente litográfico presente en un sinnúmero de salones españoles, casi tantos como la flamenca está encima de la tele.
Como propia y
reconocible marca, su serie de cuadros y esculturas de vacas, modificando un
lomo tan reconocible en manchas blancas y negras, por otros impresos con logos
publicitarios o acebrados.
O la
reinterpretación de las portadas de los discos de vinilo más emblemáticos de
los 80 y los 90´s, donde destaca como buque insignia el cuadro basado en el Sgt. Pepper de los Beatles, donde el pintor se autorretrata entre una amplísima galería
de personajes de toda índole, época y procedencia, reales o de ficción, puro
eclecticismo caprichoso de quien aúna mitos y referentes culturales. Desde su
propio padre a Mazinger Z, pasando por Indiana Jones, la pantera rosa,
Superman, Tintín, Bambi, Madonna o el toro de Osborne.
Esa es su verdadera obra cumbre, la que sirve como referente a una generación entera, la mía,
la de Felipe VI, en el fondo como éste blog, tan pop, tan peterpanesca, tan
temerosa de crecer, tan bien preparada, tan culta y tan llena de talento.
Ser analítico y observador, con un punto caustico
irreprimible, me permite en
ocasiones el divertimento de diseccionar
realidades cercanas, cotidianas, que a menudo suelen pasar completamente inadvertidas.
Hacer
clasificaciones, definir tipologías, encajar estereotipos y caricaturizar
personajes siempre me ha ayudado a entender a mis congéneres. Haberlo analizado
previamente me permite ubicar a cada cual en su territorio y así, mantener las
distancias justas o tratar de entrar hasta la cocina.
Las tipologías
humanas a bote pronto más radicales, permiten dividirse entre quienes toman o
no lexatines. En nuestra sociedad contemporánea, tan decididamente hedonista, saber
que puedes recurrir a demanda a una pastilla bicolor que te regula casi
automáticamente los niveles de ansiedad hasta hacerte incluso insensible a los
pellizcos, es de gran ayuda a la hora de actuar en cada momento. Que estás
irascible sin un motivo en concreto o estás cargado de ellos, que agredes con
la palabra, que tu mirada te hace sospechoso de cualquier intento de homicidio,
que te sale espuma por la boca, que guillotinas a quien ose llevarte la
contraria, que abofeteas a quien trate de corregirte, que gritas al oído del
prójimo blasfemias personalizadas, que muerdes la mano que te da de comer…todo
de forma desproporcionada…sólo tiene una explicación que además lo justifica
todo: " es que hoy no me he tomado el lexatín".
"¡Ah,
bueno…! ¡Que era eso! ¡Buff, que alivio!", se ve obligado a decir el
ofendido, entendiendo siempre que una razón tan de peso como esa exime al autor
de la masacre de todo tipo de responsabilidad criminal.
Esto lo que hace
es situar en minoría absoluta a quienes no lo toman porque no lo necesitan. Es
hasta normal posicionar en modernos guetos a todo el que gestiona con calma y
paciencia sus emociones. Normalmente es porque confluye la envidia, ese gran
pecado capital incardinado a ultranza y con gallardía en todo lo español. Suele
ocurrir que quien mejor dosifica sus baterías, quien pone en cada acción las
energías precisas que se necesitan y no más pero tampoco menos, quien hace bien
su trabajo, quien lleva con rigor todos los eventos de su agenda, ése obtiene a
buen seguro unos resultados mucho más exitosos. Y eso es absolutamente
intolerable para el mediocre común de los mortales carpetovetónicos, que además
depende en buena medida del lexatín para analizarlo. "Así que al gueto,
chaval. Ponte una estrella de David en la solapa del traje, y no traspases este
territorio, que es mío". Menos mal que esta tipología suele ser hábil
camuflándose y en seguida copan posiciones de poder que si bien no pueden
evitar un linchamiento verbal, impiden de momento el físico manteniéndoles
indemnes.
Y luego están
los que deberían tomarse ese lexatín por prescripción facultativa y no lo
hacen. Suele ser gente muy racial, muy auténtica. Abanderan inmediatamente las
luchas de los proletariados o no proletariados del mundo en todos los ámbitos
imaginables, y su razón social es el inconformismo radical sin argumentos y la
queja perenne sin alternativas. Ser tan de verdad a menudo les sobrepasa,
aunque bien es cierto que suelen relajarse con sustancias naturales tan
auténticas como ellos mismos. El resultado es una cierta bipolaridad que te
acojona, y de la que ni ellos mismos son conscientes, aferrados como están a su
legitimidad vital para cambiar el mundo desde la más absoluta inacción.
Luego vienen los
estereotipos. Por ejemplo, alguien dotado de un don tan efímero y tan poco meritorio
en el fondo como es el de la belleza, por pura lógica comúnmente aceptada no
puede ser en absoluto inteligente.
O alguien que
consigue escalar posiciones sociales o profesionales, siempre es porque se ha
tirado a algún máximo hacedor por el camino. Los méritos contrastados nunca
serán un bagaje válido que lo justifique.
O que los gays son
obligatoriamente promiscuos, alérgicos a cualquier relación estable basada en
el amor, y que de la mañana a la noche están follando como locas o pensando en
hacerlo. Menos mal que algunos se adornan de un ingenio cuajado de fuegos de
artificio, chispeante, rápido, nada convencional, que les redime de tan pesada
carga estereotípica.
O que todos los
gordos son felices, cuando sólo pensar en las llagas producidas por el roce del
movimiento en sus entrepiernas nos haga bramar de dolor. Y eso cuando consiguen
moverse, torpemente limitados por un sobrepeso que afecta a su corazón no sólo
en lo físico sino también en lo emocional. Es su eterna lucha con la autoestima.
Y por último las
caricaturas. La que más prolifera es la basada en la bazofia televisiva de
media tarde. Ser poseídos por los tópicos de la zafiedad, hablar a base de
tacos y expresiones escatológicas, émulos de esos juguetes rotos, les proporcionan un gran éxito de público.
Se convierten en las personas más populares de la reunión, del trabajo o de la
cola de la pescadería, al tiempo que relegan para mejor ocasión entregar algo
de su propia autenticidad a sus oyentes, tal vez porque saben que carecen de
ella en absoluto.
Existe otra, muy
de moda, que tiene que ver enormemente con el revanchismo. Es la trampa en la
que han caído algunas mujeres que se ven impelidas a desgranar su femineidad en
actos extremos de reivindicación, en ocasiones contrarios a todas las leyes dictadas
por la humanidad desde el Derecho Romano. Pintan sus cuerpos desnudos con
leyendas subversivas y se encadenan a altares y baldaquinos a falta de otros
lugares en los que llamar la atención. No toleran que un hombre les censure
ninguno de sus actos, en cualquiera de los ámbitos en que éstos se desarrollen,
y son capaces de buscarle a uno un problema calumnioso por el simple hecho de tratarlas
con la misma idea de igualdad que a otra persona cualquiera. En su caso todo es
un abuso intolerable de superioridad de género, independientemente de que lo
que se les recrimine o afee esté plenamente justificado desde una base
firmemente asentada…si lo hace un hombre, ojito con el tono, que es violencia
machista.
Y luego hay
personalidades caricaturescas que en el fondo dan lástima, porque no son
conscientemente culpables de sus esperpentos. Bien por una falta de cultura no
achacable a ellos, bien por haber recibido una educación localista que es la
única que han tenido la posibilidad de conocer. La chistología popular está
cuajada de acentos exagerados, de planteamientos vitales eternamente pueriles o
de atuendos pasados de moda. Pura mala leche, que también es muy sana como
desahogo.
Soy consciente
de mis propias limitaciones, de que en ocasiones no soy más que la pretendida
caricatura de lo que ni siquiera hubo nunca en mí, que tiene más delito. Que
vago por el espacio tiempo que me ha tocado vivir haciendo gala de una
prepotencia que solo oculta mis propias taras, tan humanas como las de
cualquiera de los especímenes mofados.
Tengo tan sólo
el don del cronista, la suficiente capacidad reflexiva para estructurar mi
campo visual de forma ordenada, con la sistemática mirilla telescópica siempre
limpia, y la intuición irreprimible de que a alguien le interese. Y eso no me
hace ni mejor ni peor. Me hace un hombre como otro cualquiera, que piensa y se
expresa como se le antoja, tratando de veras no dejar demasiados cadáveres bajo el colchón.