domingo, 22 de junio de 2014

MINI YOS

  Compartir experiencias es la clave de las relaciones paterno-filiales. Ya he hablado en alguna ocasión de la importancia del ejemplo para la educación de nuestros cachorros humanos. Su aprendizaje está basado en lo que seamos capaces de transmitirles. Y no solo de valores y disciplina vive el hombre, ni tampoco de espíritu lúdico y juguetón.
   Yo, a mis hijos y asimilados (incluyo a mi hermano pequeño Mateo, de 12 años, porque es más joven que su sobrina Claudia de 17, y por roce, afinidad y vinculación forma parte del núcleo duro de mis afectos), me los he cargado con el fashionismo.
   Creo que he creado monstruos del estilismo y el seguimiento de las tendencias, que gruñen como un jauría de perros hambrientos cuando la combinación de ropa propuesta no se ajusta al menos al canon de un escaparate de Zara o H&M.
   Tienen inoculado el sentido de la estética casi como una asignatura más de su educación moral y religiosa, conocedores de la importancia para la formación de su espíritu de sentirse guapos y atractivos, elegantes como una prolongación natural de la cultura que están teniendo la suerte de recibir. Pura vanidad intravenosa.


   Para mí ha sido una labor tan prioritaria como leerles un cuento cada noche al acostarles, sacarles de paseo, llevarles a conocer lugares diferentes, o crear un vínculo indestructible yendo al cine el mismo día del estreno a ver todas y cada una de las 6 películas de Harry Potter, de la primer a la última.
   Una labor tan entregada como la de hablarles de suerte y solidaridad: la que ellos tienen y la que le deben a quienes les rodean. Una labor tan primordial como educarles en la igualdad, sin posicionamientos radicales, pero instruyéndoles en la toma de partido ante la vida, para que las injusticias maniqueas de esta sociedad  tan hipócrita no les alteren la percepción de esas pocas realidades incuestionables. Una labor, en fin, tan próxima a lo artístico y a lo teatral como yo mismo, en un intento de que valoren la importancia de la puesta en escena como parte indisoluble de la función.
   Y tienen tan claros los dress-codes de cada ocasión, como que todo está supeditado a que se esfuercen al máximo en sus estudios para que logren ser aquello con lo que sueñen en la zancadilleante jungla inanimada que les aguarda ahí fuera.


   La culpa de haberles llevado de compras, y haberles justificado cada una de ellas en base a criterios tan esenciales como el fondo de armario, el clásico intemporal o la tendencia más rabiosa, han hecho de ellos unos superdotados del eclecticismo.
   Claudia tiene desde hace años su propio blog de moda, con cientos de seguidores de los cinco continentes (ventajas de una educación bilingüe y de escribirlo enteramente en inglés). Va adaptando sus prendas vintage, combinándolas con otras low cost, buscando siempre en las fotos en las que hace de modelo una unidad de criterio argumental, en las que no se deja al azar ni el peinado, ni el maquillaje, ni los complementos. En esencia, una manifestación insoslayable de que los caminos de la genética son inescrutables.


   Con Liam y Mateo la conexión siempre empieza por lo capilar. De forma inintencionada, acabamos compartiendo no sólo peluquera sino peinado. Verles después a escondidas, cómo enchufan el secador y se cepillan el pelo, para acabar dándose el toque final con una extensa variedad de ceras, gominas y espumas, no deja de ser algo subyugante.
   Y luego, también de forma inconsciente, quedamos los 3 condicionados por ese peinado para vestirnos según la ocasión lo requiera, siempre a caballo entre la elegancia británica y la italiana, como no podía ser de otro modo bajo pena de cadalso si cometieran semejante apostasía sartorial.
   Quedo pues a la entera disposición de todo aquel que quiera increparme llamándome superficial, para explicarle con calma pero con contundencia las claves de todo lo que para mí entra de un modo innegociable dentro del concepto de educación.
   Detesto profundamente cuando a los niños los disfrazan de niños, convirtiéndoles en personajes caricaturescos llenos de bordados, lazos y entredoses.
  Un niño, un hijo, debe estar en sintonía con sus padres. Ser un mini yo une más que cualquier otro vínculo sanguíneo. Coincidir con tus hijos luciendo una misma cazadora perfecto de cuero, o entonados en los mismos estampados de camuflaje, o usar un modelo similar de gafas de sol polarizadas, te acerca a su espíritu de un modo tan compacto, que difícilmente podrá romperse esa conexión de estilo por mucho que las diferencias generacionales quieran anegarla. Pero claro, para eso hay que ser un padre fashionista…y entregado.




jueves, 19 de junio de 2014

JUBILADOS EN EL GIMNASIO

   Como era previsible, acabó en tangana. Casi en riña tumultuaria necesitada de intervención de las fuerzas del orden. Se veía venir. No podía durar eternamente la inmunidad a las mafias organizadas de jubilados que se desplazan diariamente, haciendo alarde de una gran notoriedad, de la cinta de correr a la zona de abdominales, y de la sala de actividades colectiva a la de musculación.
   Era algo que veníamos comentando desde hace muchísimo tiempo entre nosotros, el resto de socios de mi gimnasio. Una mañana cualquiera, máxime los lunes, por aquello de las conciencias culpables tras los excesos etílicos y gastronómicos del fin de semana, en la franja horaria entre las 9 y las 12, el normal desarrollo de una simple tabla de ejercicios resulta una labor mucho más difícil que entender el bosón de Higgs para un iletrado en física como creo que somos el común de los mortales.
   No es ya solamente la constatación de que cualquier ejercicio cardiovascular que uno se plantee realizar va a resultar infructuoso, y no por una manifiesta insuficiencia de máquinas para practicarlo (que no es el caso en mi gimnasio), sino porque nuestra querida mafia de jubilados no sólo sobrepasa impunemente los 30 minutos máximos de utilización para las que todas están programadas volviéndolas a reiniciar sin bajarse, sino que se van reservando el turno unos a otros en la mejor tradición alcaponiana.


   De ahí que cuando al fin, después de haberte quedado frío esperando, les ves bajar de la máquina y te diriges a ocuparla, te paren en seco. Y no es porque por higiene o educación cívica tengan el pundonor de limpiarla de sus propios restos de transpiración antes de que tú la utilices, sino porque te indican con expresión muy seria y trascendente que ya se la tenían pedida.Como si de la cola de la pescadería se tratase.
   Hoy un hombre de unos 40 años ha tenido la osadía de replicarle a una señora enjuta y contrahecha que se bajaba de la elíptica. Ella se la tenía reservada a su marido, que mientras esperaba los últimos 45 minutos había pasado del remo a la bicicleta estática. La susodicha es bien conocida por todos como la capomafiosa oficial. Gestiona con maestría no sólo la máquina que ocupa, sino todas las demás, y en sus recriminaciones e imposición de orden habla como portavoz de todos sus adeptos, matrimonios jubilados como ella y su marido, con los que en su vida no deportiva comparten también viajes del Inserso a Benidorm y baile en la Finca Altamira los jueves, viernes y sábados.


   Pues bien, el valiente que ha osado encararse con la señora bajita de gafas, ha hecho oídos sordos de la prohibición de subirse a la máquina sin que se le pusiera nada por delante. Bueno, nada que no fuera el señor que a continuación ha aparecido de inmediato para conminarle a que se bajara y que con gesto violento en sus ademanes y agresividad en sus palabras casi le zarandea y le echa a empellones más que por usurpación, por haber mancillado el honor de la que viene siendo su esposa desde hace 50 años. Ella está muy claro que se vale sola, y que es el cerebro de ese matrimonio, pero en circunstancias difíciles apela al clásico rol del macho protector.
   El altercado se ha solucionado con la intervención de los monitores de sala, que no sabían por dónde les soplaba el aire, hasta que el socio expulsado de la elíptica de marras ha tomado la deportiva decisión de bajarse de la misma y dirigirse al despacho de gerencia del centro para poner la correspondiente reclamación recogiendo el sentir de todos nosotros.
   Y lo mismo puede decirse de las ocupaciones interminables de las máquinas de musculación por parte de los jubilados. Sus descansos entre serie y serie los realizan sentados en la propia máquina, y si se osa sugerirles que si es posible alternar el uso, suelen mirarte con cara de haber visto un quinqui navajero que les quiere robar la cartera empleando la fuerza bruta. Se levantan a regañadientes, como diciendo "ahora me vas a cambiar el peso y me vas a descentrar cuando vuelva a sentarme". Y eso es lo más suave, porque otra de las casuísticas habituales es la de un jubilado sentado en la máquina de press pectoral, sin utilizarla, y otro jubilado de pie frente a él, dándose mutuo palique durante más de un cuarto de hora, que alguna vez lo hemos cronometrado.


   O cuando invaden la zona reservada para las colchonetas en las que hacer los abdominales, y capitaneados por otro jubilado jefe que en su día fue profesor de karate y que ha desarrollado un método propio de gimnasia, se ponen a mover brazos y piernas durante más de media hora provocando el absoluto colapso de las instalaciones. Y como es una kedada clandestina, que no oficial del club, no pueden utilizar las salas de clases colectivas.
   En estas últimas se produce otro hecho sangrante, esta vez atentativo al más elemental sentido de la estética. Y no hablo ya de las redondeces recogidas en modernas prendas de licra antitranspirantes, sino  de las completas asincronías en los movimientos coreográficos de las clases de zumba, aerobic, kick-boxing o step. Algo que debería resultar tan próximo al baile contemporáneo o a la danza, se convierte en una función colegial de cuarta regional. Pero ellas tan pichis y tan de peluquería, con todo el oro y joyerío resonando entre paso y zancada.


   Que conste que defiendo la práctica deportiva y la vida saludable por encima de todas las cosas, y que valoro la constancia de todos estos jubilados con los que comparto gimnasio cada mañana. (Es más, con muchos de ellos he fraguado amistades entrañables de las que me nutro abundantemente y con las que no paro de aprender). Pero no es menos cierto que lo han tomado al asalto, han impuesto sus leyes aprovechando un vacío legal y una prevalencia de posición por su mayor edad. Y aun respetándoles, no estaría de más recordarles de forma gráfica que deben pensar un poco en los demás, que ese es un espacio común, y que para contarse sus chascarrillos siempre les queda la cafetería, la sala de baile o las prolongadas estancias en Benidorm. Y que a los que vamos con el tiempo justo para realizar nuestras rutinas de ejercicios nos permitan llevarlas a cabo sin barreras psicológicas ni obstáculos físicos insalvables.



miércoles, 18 de junio de 2014

ANTONIO DE FELIPE

  La marcada bipolaridad de nuestra moderna sociedad dominada por Internet, por un lado nos ha ido quitado placeres arcanos como los que emanaban de pasar a mano las hojas de un libro, del olor del papel, el tacto de la cubierta o la emoción de seleccionar tu ejemplar de entre todos los que podías comprar en el siempre estimulante viaje a la librería; pero por otro nos ha dado la inmediatez de la sabiduría, el acceso a los más completos dosieres sobre cualquier hecho o personaje, que en el pasado nos hubiera llevado días encontrar y ordenar sistemáticamente dentro de una buena biblioteca, no siempre cercana o disponible para todos.
   Pensé en ello ayer, cuando en menos de cinco minutos, la rápida ojeada a un suplemento dominical me llevó a leer un reportaje en el que se planteaban una serie de preguntas, en general manidas y poco inteligentes, a hombres y mujeres con influencia en el actual mundo social, político o cultural cuyo nexo de unión era haber nacido en la España de los 60´s y formar parte, como yo, de la generación de Felipe VI. Uno de ellos era Antonio de Felipe, pintor valenciano de 1965. De ahí a un buscador de internet donde no sólo obtuve una información completa y exhaustiva de su biografía y trayectoria artística, sino que pude disfrutar de cientos de imágenes con la mayoría de su obra pictórica. Hasta vídeos subidos a YouTube con entrevistas e imágenes en movimiento. De inmediato. Directo al conocimiento y al disfrute.


   Antonio de Felipe es el gran exponente del pop-art en nuestro país, ese que desde mediados del siglo XX toma prestados todo tipo de referentes iconográficos de la cultura popular, sacados de la publicidad, de los comics, de los carteles de cine con sus grandes estrellas, y los utiliza para crear un arte irónico, iconoclasta,ocurrente y las más de las veces inteligente, siempre como oposición al formalismo clásico de las Bellas Artes.
   En el caso de Antonio de Felipe, tras una formación académica tradicional, en la que uno de los referentes más notorios en su obra es Diego Velázquez, continúa el camino descubierto por Warhol y Liechtenstein en los Estados Unidos.
   Del primero obtiene la inspiración para declinar a las icónicas meninas en diferentes contextos y con increíbles complementos. Un enorme cartel de coca-cola de fondo y una botella del mismo refresco en una mano y un osito de peluche o un Mickey Mouse en la otra, o el logo del chupa-chups en forma de horquilla para el pelo adornando el siempre inalterable emblema velazqueño.




  Del otro, la reordenación del concepto de retrato a través de una misma imagen modificada tan sólo con la aplicación de distintas gamas cromáticas. Audrey Hepburn fue la elegida por nuestro artista patrio, hasta el punto de convertirla en un referente litográfico presente en un sinnúmero de salones españoles, casi tantos como la flamenca está encima de la tele.


   Como propia y reconocible marca, su serie de cuadros y esculturas de vacas, modificando un lomo tan reconocible en manchas blancas y negras, por otros impresos con logos publicitarios o acebrados.



   O la reinterpretación de las portadas de los discos de vinilo más emblemáticos de los 80 y los 90´s, donde destaca como buque insignia el cuadro basado en el Sgt. Pepper de los Beatles, donde el pintor se autorretrata entre una amplísima galería de personajes de toda índole, época y procedencia, reales o de ficción, puro eclecticismo caprichoso de quien aúna mitos y referentes culturales. Desde su propio padre a Mazinger Z, pasando por Indiana Jones, la pantera rosa, Superman, Tintín, Bambi, Madonna o el toro de Osborne.


  Esa es su verdadera obra cumbre, la que sirve como referente a una generación entera, la mía, la de Felipe VI, en el fondo como éste blog, tan pop, tan peterpanesca, tan temerosa de crecer, tan bien preparada, tan culta y tan llena de talento.  



lunes, 16 de junio de 2014

TIPOLOGÍAS, ESTEREOTIPOS Y CARICATURAS


  Ser analítico y observador, con un punto caustico irreprimible, me permite en
 ocasiones el divertimento de diseccionar realidades cercanas, cotidianas, que a menudo suelen pasar completamente inadvertidas.
   Hacer clasificaciones, definir tipologías, encajar estereotipos y caricaturizar personajes siempre me ha ayudado a entender a mis congéneres. Haberlo analizado previamente me permite ubicar a cada cual en su territorio y así, mantener las distancias justas o tratar de entrar hasta la cocina.
   Las tipologías humanas a bote pronto más radicales, permiten dividirse entre quienes toman o no lexatines. En nuestra sociedad contemporánea, tan decididamente hedonista, saber que puedes recurrir a demanda a una pastilla bicolor que te regula casi automáticamente los niveles de ansiedad hasta hacerte incluso insensible a los pellizcos, es de gran ayuda a la hora de actuar en cada momento. Que estás irascible sin un motivo en concreto o estás cargado de ellos, que agredes con la palabra, que tu mirada te hace sospechoso de cualquier intento de homicidio, que te sale espuma por la boca, que guillotinas a quien ose llevarte la contraria, que abofeteas a quien trate de corregirte, que gritas al oído del prójimo blasfemias personalizadas, que muerdes la mano que te da de comer…todo de forma desproporcionada…sólo tiene una explicación que además lo justifica todo: " es que hoy no me he tomado el lexatín".
   "¡Ah, bueno…! ¡Que era eso! ¡Buff, que alivio!", se ve obligado a decir el ofendido, entendiendo siempre que una razón tan de peso como esa exime al autor de la masacre de todo tipo de responsabilidad criminal.

   Esto lo que hace es situar en minoría absoluta a quienes no lo toman porque no lo necesitan. Es hasta normal posicionar en modernos guetos a todo el que gestiona con calma y paciencia sus emociones. Normalmente es porque confluye la envidia, ese gran pecado capital incardinado a ultranza y con gallardía en todo lo español. Suele ocurrir que quien mejor dosifica sus baterías, quien pone en cada acción las energías precisas que se necesitan y no más pero tampoco menos, quien hace bien su trabajo, quien lleva con rigor todos los eventos de su agenda, ése obtiene a buen seguro unos resultados mucho más exitosos. Y eso es absolutamente intolerable para el mediocre común de los mortales carpetovetónicos, que además depende en buena medida del lexatín para analizarlo. "Así que al gueto, chaval. Ponte una estrella de David en la solapa del traje, y no traspases este territorio, que es mío". Menos mal que esta tipología suele ser hábil camuflándose y en seguida copan posiciones de poder que si bien no pueden evitar un linchamiento verbal, impiden de momento el físico manteniéndoles indemnes.
   Y luego están los que deberían tomarse ese lexatín por prescripción facultativa y no lo hacen. Suele ser gente muy racial, muy auténtica. Abanderan inmediatamente las luchas de los proletariados o no proletariados del mundo en todos los ámbitos imaginables, y su razón social es el inconformismo radical sin argumentos y la queja perenne sin alternativas. Ser tan de verdad a menudo les sobrepasa, aunque bien es cierto que suelen relajarse con sustancias naturales tan auténticas como ellos mismos. El resultado es una cierta bipolaridad que te acojona, y de la que ni ellos mismos son conscientes, aferrados como están a su legitimidad vital para cambiar el mundo desde la más absoluta inacción.

   Luego vienen los estereotipos. Por ejemplo, alguien dotado de un don tan efímero y tan poco meritorio en el fondo como es el de la belleza, por pura lógica comúnmente aceptada no puede ser en absoluto inteligente.
   O alguien que consigue escalar posiciones sociales o profesionales, siempre es porque se ha tirado a algún máximo hacedor por el camino. Los méritos contrastados nunca serán un bagaje válido que lo justifique.
   O que los gays son obligatoriamente promiscuos, alérgicos a cualquier relación estable basada en el amor, y que de la mañana a la noche están follando como locas o pensando en hacerlo. Menos mal que algunos se adornan de un ingenio cuajado de fuegos de artificio, chispeante, rápido, nada convencional, que les redime de tan pesada carga estereotípica.
   O que todos los gordos son felices, cuando sólo pensar en las llagas producidas por el roce del movimiento en sus entrepiernas nos haga bramar de dolor. Y eso cuando consiguen moverse, torpemente limitados por un sobrepeso que afecta a su corazón no sólo en lo físico sino también en lo emocional. Es su eterna lucha con la autoestima.
   Y por último las caricaturas. La que más prolifera es la basada en la bazofia televisiva de media tarde. Ser poseídos por los tópicos de la zafiedad, hablar a base de tacos y expresiones escatológicas, émulos de esos juguetes rotos, les proporcionan un gran éxito de público. Se convierten en las personas más populares de la reunión, del trabajo o de la cola de la pescadería, al tiempo que relegan para mejor ocasión entregar algo de su propia autenticidad a sus oyentes, tal vez porque saben que carecen de ella en absoluto.
   Existe otra, muy de moda, que tiene que ver enormemente con el revanchismo. Es la trampa en la que han caído algunas mujeres que se ven impelidas a desgranar su femineidad en actos extremos de reivindicación, en ocasiones contrarios a todas las leyes dictadas por la humanidad desde el Derecho Romano. Pintan sus cuerpos desnudos con leyendas subversivas y se encadenan a altares y baldaquinos a falta de otros lugares en los que llamar la atención. No toleran que un hombre les censure ninguno de sus actos, en cualquiera de los ámbitos en que éstos se desarrollen, y son capaces de buscarle a uno un problema calumnioso por el simple hecho de tratarlas con la misma idea de igualdad que a otra persona cualquiera. En su caso todo es un abuso intolerable de superioridad de género, independientemente de que lo que se les recrimine o afee esté plenamente justificado desde una base firmemente asentada…si lo hace un hombre, ojito con el tono, que es violencia machista.

   Y luego hay personalidades caricaturescas que en el fondo dan lástima, porque no son conscientemente culpables de sus esperpentos. Bien por una falta de cultura no achacable a ellos, bien por haber recibido una educación localista que es la única que han tenido la posibilidad de conocer. La chistología popular está cuajada de acentos exagerados, de planteamientos vitales eternamente pueriles o de atuendos pasados de moda. Pura mala leche, que también es muy sana como desahogo.
   Soy consciente de mis propias limitaciones, de que en ocasiones no soy más que la pretendida caricatura de lo que ni siquiera hubo nunca en mí, que tiene más delito. Que vago por el espacio tiempo que me ha tocado vivir haciendo gala de una prepotencia que solo oculta mis propias taras, tan humanas como las de cualquiera de los especímenes mofados.

   Tengo tan sólo el don del cronista, la suficiente capacidad reflexiva para estructurar mi campo visual de forma ordenada, con la sistemática mirilla telescópica siempre limpia, y la intuición irreprimible de que a alguien le interese. Y eso no me hace ni mejor ni peor. Me hace un hombre como otro cualquiera, que piensa y se expresa como se le antoja, tratando de veras no dejar demasiados cadáveres bajo el colchón.  


viernes, 13 de junio de 2014

RELACIONES DE VECINDAD

    Dicen que las relaciones de vecindad pueden ser conflictivas y tumultuarias. Temas de lindes, de envidias o de odios ancestrales arrastrados generación tras generación.
   Otras veces, lo que fomentan es la solidaridad, la ayuda desinteresada e incondicional, casi la familiaridad.  Dar un paso más allá sería entrar directamente en el terreno del amor y del cariño.
   Lo que he tenido el placer de presenciar esta mañana supera incluso eso.
   Nos situamos. Santander. Un colegio de Educación Infantil y Primaria. Su vecino de finca, un Centro de Día para mayores. Sus habitantes, respectivamente: niños sanos, ágiles e hiperactivos versus ancianos dependientes, sombras vegetales de un pasado gallardo y pinturero. Sus conserjes: hombres y mujeres con una definida vocación de servicio, tocados en especial por una sensibilidad escasamente corriente, que aúnan modo de vida y abnegada dedicación a los demás, estén los vecinos al principio o al final de sus vidas.
   Tenía que aceptar la invitación de verles interactuar, otra de esas propuestas impulsadas por la mujer más entusiasta, ilusionante y determinista que he conocido en los últimos tiempos. Nada se le pone por delante, su manantial de ideas entrañables no conoce límites, siempre buscando la conmoción y la emocionalidad desde la más punzante y apabullante sencillez.


   Era el último de varios encuentros que se han ido sucediendo a lo largo del año académico. La gran fiesta fin de curso. Los niños, radiantes dentro de sus trajes y vestidos teatrales, han hecho gala de su disciplina, talento y dedicación interpretando, con una capacidad memorística envidiable y una dicción precisa, un sainete para su audiencia más especial: los abuelos del centro de día.


   Éstos, cómodamente sentados, lo han degustado con la más agradecida de las atenciones. Había casos muy severos: depresiones sólo atajables a través de la somnolienta química, enfermedades del olvido enfrentándoles a desconocidos ante el espejo, manos temblorosas aptas en el pasado para proporcionar caricias, inmovilidades ultrajantes para quienes se pluriemplearon para sacar adelante a sus familias. Arrancar de ahí un instante consciente de atención, una sonrisa frontal, una lágrima emocionada o un aplauso gozoso, es infinitamente más de lo que muchas personas consiguen hacer por nadie en toda su vida. Y éstos niños y niñas que se prestan entusiastas a provocarlo, están aprendiendo con días como hoy más de aquello en lo que consiste la vida y los valores primarios en que se incardinan todas y cada una de las relaciones humanas, que lo que aprenderán probablemente en el resto de sus días. Y lo mejor de todo, es que esto no lo olvidarán nunca. Educando a seres humanos.


   El agradecimiento, para ser sincero, debe ser siempre de doble dirección. Y como bien nacidos, los ancianos y quienes con mimo les acarician, o les hablan, o les escuchan cada día, han presentado un precioso vídeo en el que nos han narrado una historia jocosa llena de ingenio por medio de los personajes clásicos de los cuentos, pasado todo ello por la thermomix del talento. Con profusión de decorados llenos de la luz que pasaba a través de los arcos góticos dibujados en largos pliegos de papel, caracterizados dulcemente o resultando verdaderamente amenazadores, nos han invitado a todos a un gran baile en el que lo único que se exaltaba era la felicidad. Happy. Atrapando instantes, apresándolos para que no se les ocurra abandonarnos ( o aprovisionándolos por si vinieran mal dadas).


   Ha sido una hora escasa de interrelación vecinal. Como una Junta de propietarios, sólo que sus pertenencias no eran en absoluto materiales. El único título de propiedad que podían exhibir unos y otros era el de la afectividad. Para quienes más valioso resulta recibir una flor y un beso de su nieto postizo, y para quienes más fácil resulta darlos.


P.D.: La felicidad es tan relativa como intensos los instantes.


miércoles, 11 de junio de 2014

¿Y ESTO EN QUÉ SITUACIÓN NOS DEJA?

  Cuando tu forma de vida es un trabajo comercial, son tantas las implicaciones personales que pueden llegar a establecerse, tanta la tensión ejercida de un lado por el cliente y de otro por el vendedor en esa goma elástica que es la captación, que los concomitantes paralelismos con el mundo de las emociones reales son capaces de llegar a mimetizarnos.
   Conseguir que alguien que no ha pedido ser llamado ni visitado te preste la atención mínima para escuchar tu mensaje, claro, conciso y con gancho, se parece demasiado al proceso del cortejo amoroso. Quien pretenda llegar al corazón de otro de improviso ha de trazar por fuerza una estrategia para vender su producto: uno mismo. Ha de despertar en la persona pretendida un mínimo interés, significarse por algo que le haga diferente, y por supuesto utilizar un lenguaje verbal y no verbal con códigos selváticos perfectamente perceptibles. Lo rebuscado aquí no funciona, hay que ponerlo fácil.
   No es lo normal, pero puede darse el amor a primera vista. Tienen que confluir muchos factores: que se esté huyendo despavorido de una relación anterior y se apele al tan manido "un clavo saca a otro clavo", que se pretenda celar al otro para conseguir volver mejorando las condiciones de convivencia de forma ventajista, o simplemente que se tenga el corazón vacante y desesperado y nos acojamos a aquello de "aunque sea éste". También puede ocurrir que no concurra ninguno de los anteriores espurios motivos, y solamente la maestría en el requiebro, la pericia en la palabra, la habilidad social, nos hagan acreedores del corazón ajeno de inmediato y de forma incontestable. Puro flechazo. Siempre hay donjuanes y casanovas sueltos también por el mundo comercial que venden a primera vista exprimiendo al máximo sus encantos.

  Lo habitual es posponer las citas. Bien para hacerse uno el interesante, bien por pura y verdadera incapacidad para tomar decisiones, o las más de las veces por esa manera de quitarse a alguien de en medio de la forma más educada posible sin sentirse culpable. En éste último caso, si además se acompaña de una cierta cobardía, lo normal es no acudir a esa segunda cita para, con esa elocuente ausencia, dejar patente el desinterés. El comercial que lo sufre tiende a caer en la frustración, ya que no deja de ser una pérdida de tiempo que no conduce a un resultado productivo y que de haber mediado la sinceridad debida, le hubiera permitido pegar tiros en otro coto que tal vez le hubieran hecho cobrarse la pieza.
   Algunas propuestas pasan a la fase de negociación. Un toma y daca encaminado a sacar las mayores prestaciones del otro al menor precio, o los mayores beneficios al más bajo coste, según se trate del punto de vista del comprador o del vendedor. No todas llegan a buen puerto. Las que lo hacen colman egos personales, motivan e ilusionan. Justifican el camino de espinas.
   Las que no, producen mucha frustración en quienes lo han intentado con todas sus fuerzas, y sobre todo generan una gran impotencia si cuando al moverse el pulgar hacia abajo no hay más motivo que una pura cerrazón mental o unas falsas lealtades debidas a otros usureros.
   Hay algunos que siguen luchando, y tras argumentos y contra argumentos, objeciones y su correspondiente rebate, y una postrera exaltación de todas nuestras ventajas, apelan casi al chantaje emocional como último cartucho de su particular ruleta rusa amorosa o profesional. Otros en cambio no resisten las reglas del juego y lo abandonan para siempre.


  "¿Y esto en qué situación nos deja, Carlos?", le dijo el otro día un operador a un cliente que mostraba su negativa final a contratar tras dos llamadas diferidas y más de 15 minutos de conversación en los que se había intentado de todo. Como si encarara una separación definitiva, como si tuvieran que repartirse amigos y pertenencias, como si quisiera dejar abierto un resquicio de esperanza a una futura reconciliación, como si le invitara a recapacitar su drástica decisión, sin darse cuenta que hay quien en la vida toma decisiones firmes que no tienen marcha atrás.
   Esto nos deja en que en el fondo, como decía al principio, la vida se resume en una especie de teoría de los vasos comunicantes, y las técnicas que utilizamos en ocasiones para realizar nuestro trabajo, no son muy diferentes de las que empleamos para que nos quieran.




martes, 10 de junio de 2014

EXÁMENES

   
   Han pasado 24 años desde mi último examen. Y no es que después no haya habido infinidad de ocasiones en las que haya tenido que demostrar mis capacidades y mi cualificación , por ejemplo, para obtener un puesto de trabajo. Pero era diferente. Sabías que si esa entrevista no iba todo lo bien que esperabas, muy probablemente habría otra para la que además estarías mucho más preparado conociendo el tipo de preguntas e interacciones que se darían. El entrenamiento es la base de todo, tanto desde el punto de vista físico como desde el emocional.
   Pero los exámenes académicos, esos cuyo suspenso parecen inhabilitarte para cubrir plenamente el proceso vital que te corresponde a cada edad, son una forma de tortura que se arrastra hasta nuestros días sin que ningún pedagogo haya sido capaz aún de encontrar fórmulas sustitutivas que humanicen todo el proceso.
   Sigo teniendo una pesadilla recurrente 24 años después, nunca me ha abandonado la muy cabrona, empalada a mis neuronas más vintage. Siempre suspendo el examen de Derecho Procesal de 5º y no consigo licenciarme en Derecho. Todo ello en medio de sudores fríos y calientes, movimientos convulsivos entre las sábanas, y esos dos o tres minutos de horror consciente hasta que te reubicas en la realidad de tu presente y de tu cama y coliges que no era más que un mal sueño. Otras veces la noticia del suspenso me llega en la actualidad, tantos años después, y entonces se desatan las deudas que me empiezan a ser reclamadas desde todos los ámbitos profesionales en los que he prestado mis servicios, invalidando mi trayectoria por impostor.
   Los sueños no son más que vivencias rencorosas que permanecen como enemigas hasta que mueres, y quién sabe si incluso más allá. No estoy muy seguro que el descanso eterno sólo lo sea a nivel cardíaco, y que de las recámaras mentales no sea de donde salgan los gusanos que nos devoren.


   El hecho es que con esa perspectiva de las cosas que se adquiriere en exclusiva cuanto más te vas acercando a una provecta edad, consigues entender que la presión innecesaria, los nervios aniquilantes, las ansiedades devoradoras, no han servido para nada. Al menos para nada útil de verdad.
   Aunque es como todo en el mundo de lo empírico. Sólo te das cuenta de lo que algo te hace sentir hasta que lo experimentas. Pero cuando mucho tiempo después recuerdas el efecto en ti de aquella sustancia, física o mental, ponderas la utilidad o no de la reacción sufrida en función, sobre todo, de cómo te haya tratado la vida a continuación.
   Verbigracia: Cuando pienso ahora, 24 años después, que aquel último examen de las pesadillas, o los centenares que vinieron antes, no eran más que la materialización de lo que otros esperaban de mí, pero no tenía nada que ver con lo que era mi verdadera vocación; cuando pienso en lo difícil que es tomar decisiones con trascendencia para los próximos 60 años cuando aún no sabes ni por dónde te pega el aire, o si lo sabes eres tan imbécil y pusilánime que no te atreves a plantar cara al statu quo jerarquizado del que dependes, a sabiendas que cualquier desviación de las tradiciones o de las formalidades dará al traste con tu reputación intachable de niño responsable y estudioso; cuando piensas que aún tirando para adelante y agarrándote a la infinidad de salidas profesionales consigues hacerte un currículum, los tropiezos y las equivocaciones te vuelven a poner reiteradamente en el punto de partida; cuando pienso en cómo sueño hoy que debería haber sido mi vida, y cómo dejé aniquilarse esos sueños; cuando pienso que aún puedo reinventarme, pero que estoy muy cansado de luchar, siempre con el arpón en la mano en mi vida de marino de barco ballenero…
   Cuando pienso en todo ello, me digo: mira que fuiste gilipollas Angelito.


  P.D: Encuentra tu vocación y síguela. Y examínate sólo de aquellas materias que te apasionen. Y nunca es tarde para hacerlo.


EL TURISTA ACCIDENTAL


  "Los que están sentados en una butaca sueñan con viajar y los que viajan sueñan con estar sentados en una butaca".

   Gráficamente simbolizada en su portada por un sillón alado, que no orejero, la magnífica novela de Anne Tyler, fue llevada al cine por Lawrence Kasdan en 1988. Y aunque una cierta parte de su reclamo publicitario inicial era el reencuentro en pantalla de Kathleen Turner y William Hurt 7 años después de que filmaran con el mismo director esa sudorosa historia sureña con olor a semen y flujo vaginal llamada "Fuego en el cuerpo", nada más radicalmente opuesto desde su mismo planteamiento.

 Aquí el protagonista masculino aparece blindado al tacto y al resto de las emociones. Incluso a la hora de afrontar la peor de las tragedias que le puede suceder a un hombre como es sobrevivir a un hijo, lo hace con la misma gelidez y asepsia con la que escribe sus guías de viajes para ejecutivos. Como si decir que "el hombre de negocios debe viajar sólo con lo que cabe en un maletín de mano", o que "un sólo traje es suficiente si llevan paquetitos quitamanchas. El traje debe ser gris. El gris no sólo oculta las manchas sino que sirve para ir a funerales", o que "traigan siempre un libro para protegerse de la gente extraña", definiera su ideario de hombre acorazado frente a los sentimientos.
   Una vida de mullido convencionalismo que le proporciona el confort necesario para proseguir con su anodina cotidianeidad sin sobresaltos. Incluso su separación matrimonial consecuencia directa de la pérdida sufrida, se ejecuta con todos los signos del lenguaje civilizado. Ella necesita espacio para crecer, y él lo acepta sin objeciones.

   Un accidente doméstico le obligará a alojarse temporalmente en la vetusta mansión familiar donde viven su hermana y sus otros dos hermanos, todos solteros, todos bordeando el autismo y la asocialidad. El perfecto universo de silencios y comportamientos mecánicos y repetitivos, que hacen que la vida sea un erial medido al milímetro que evite cualquier posibilidad de extravío.
   El conformismo de una felicidad consistente en que día a día no pase nada que se salga del esquema trazado de antemano, la renuncia a cualquier emoción humana que pudiera alterarles el ritmo cardíaco, vivir rodeados de cosas conocidas para obtener seguridad. Viajeros de la vida necesitados de guías y libros de instrucciones por miedo a improvisar, que sienten pavor de la aventura que supone probar lo que no se conoce, cumplidores de las normas y abominadores de lo prohibido. En la vida por accidente, como el hombre de negocios impelido a viajar. Ningún placer, y máxima profilaxis a la experimentación.  
   Súbitamente hay un hecho determinante, una rebeldía animal que cambia el curso de los acontecimientos para el protagonista. Su Wales Corgi Pembrok, tan apático y bonancible como su dueño, de repente empieza a morder. Sus hermanos lo tiene claro: debe deshacerse de él. Pero de algún modo, ese perro es el único eslabón que le sigue conectando con su hijo muerto. Era su mascota.Y ese mordisco era una señal.

   La señal inequívoca de que no todo puede estar pautado. Los acontecimientos nos dominan y debemos ser capaces de improvisar.
   En el caso de Macon Leary, acude a una adiestradora de perros, una mujer joven, extrovertida, desinhibida, que viste ropa hortera de colores chillones y masca chicle, que no sólo reeducara el carácter del chucho sino que le enseñará a él que en realidad está construido de otra esencia por mucho que se lo quiera negar a sí mismo. Le despertará del cloroformo que le mantiene anestesiado, y le pondrá frente al comparativo espejo, siempre tan odioso. Ella tiene un hijo alérgico a casi todo en la vida, pero que se aferra a vivir con todas sus limitaciones. Ejemplarizante y revelador. Y le dará la vuelta, le revolucionará.
   Al final todo consiste en dejar fluir la sangre. Abiertos en canal a los sentidos. Podemos no ser turistas accidentales de una cotidianeidad irrepetible, que pasa a velocidad vertiginosa y que nunca más vuelve. Nunca vuelve. El mañana es una incógnita lapidaria. Podríamos morirnos sin más...¿y qué? ¿Cómo sería nuestro balance? ¿Habríamos experimentado lo suficiente, o nos habríamos quedado mediocremente con el pulso inalterado?
 No esperemos a que un perro que siempre ha sido dócil nos muerda para llamar nuestra dormida atención. No nos dejemos arruinar con el anhelo de lo que no tenemos ni aborrezcamos lo cotidiano. Vayamos a por ello. Todo lo anterior, jamás podremos recuperarlo.Y mañana ya es tarde.
   

  

domingo, 8 de junio de 2014

LA EXIGENCIA

  Tolerancia cero a la exigencia, parece que es el título del pasquín que se enarbola en nuestros días en ámbitos tan variados como el laboral, el docente, e incluso el doméstico.
   Como si ser un padre exigente hiciera peligrar la patria potestad por una causa equiparable al maltrato físico o psicológico del niño, su desnutrición o su abandono.
   Como si ser un profesor exigente nos retrotrajera a los tiempos pretéritos en los que imperaban lemas tales como "la letra con sangre entra" o "quien bien te quiere te hará llorar" y donde el castigo físico que se infligía a los alumnos como parte de su educación era consustancial a las corrientes pedagógicas de la época.
   Como si ser un jefe exigente fuera sinónimo de despotismo por cojones. Un esclavista. Alguien que ejerce tal presión sobre sus empleados que sólo logra fomentar el absentismo a base de bajas por ansiedad o depresión.
     
   Queda demostrado que un niño es un "cachorro humano" como llamaba la pantera Baguera al pequeño Mowgli en "El libro de la selva". Esa acepción que nos integra decididamente en el reino animal es algo que no podemos obviar; como el resto de animales tenemos que ser exigentes con nuestros cachorros para que aprendan a caminar por sí solos, para que sepan encontrar comida, para que no sean víctimas de otros depredadores. Un exceso de tolerancia puede ocasionar directamente que el cachorro no esté capacitado para sobrevivir en su vida adulta en la dureza de la selva, del desierto, de los cielos, de los océanos o del laberinto emocional del mundo contemporáneo.


   El niño aprende por observación. Los comportamientos que producen un determinado efecto contrastado son el ejemplo que el niño tomará para repetirlos. La importancia que tiene en éste caso la figura paterna/materna como instructores de sus hijos, es la que determinará decididamente el sesgo que tome una parte importante de su personalidad, sobre todo en lo tocante a sus valores éticos o morales.
   Por otro lado, nunca podemos olvidar que un niño no es sólo un ser bajito al que no se puede perder de vista, desconocedor de todo tipo de peligros. Un niño es fundamentalmente un ser vulnerable, en construcción, puro andamiaje, que sólo encontrará cobijo y seguridad en quien más le exija. A efectos prácticos, y sin olvidar las inherentes dosis de amor y ternura con las que hay que perfumarles cada día, aquel que le imponga al niño un cauce de rectitud, será quien le reconforte como un agarre firme en su dependencia. Un niño reconoce perfectamente a los otros niños, son como él. Un adulto debe ser alguien distinto, y por el hecho de serlo debe marcarle las pautas de forma muy clara, para con ello aportarle la seguridad que necesita para crecer. Sin ella nunca dejará de ser un niño perdido que navegará por todas sus épocas biológicas sin evolucionar en consonancia.


   La otra parte de la instrucción es la que se recibe fuera de casa, y no sólo en el colegio, sino que puede prolongarse hasta la Universidad. El nivel de exigencia se ha ido relajando con el tiempo, de forma que asistimos hoy día a la paradoja de que quienes tienen el mando de las aulas son los alumnos y no los profesores. No sólo porque sea imposible en muchos institutos impedir que se introduzcan teléfonos móviles a las clases con los que estarse mandando wasaps en vez de atendiendo las instrucciones en matemáticas, filosofía o historia. No sólo porque se han impuesto las calumnias hacia los docentes sabiendo que les ampara la ley, y que aunque exista una presunción de inocencia nos agarramos al "difama que algo queda". No sólo porque la versión distorsionada que aportan los hijos sobre los porqués de sus fracasos, ya nunca admite más prueba en contrario que la ineptitud del profesorado; y los padres, ni cortos ni perezosos, se presentan ante ellos sin previo aviso para pedirles explicaciones sobre las injustas calificaciones de sus hijos, y su inmediata rectificación. No sólo porque la libertad de cátedra haya quedado condicionada a lo "políticamente correcto".


    No sólo por todo ello, sino que además se acepta unánimemente que los alumnos ya llegan aprendidos, de forma que sólo será buen profesor quien se haga su colega, quien aparte la exigencia para encauzarse hacia la cooperación. Las estructuras jerarquizadas deben morir, dicen algunos. Al maestro no debe vérsele como alguien distante e infalible al que tratar de usted. Muy al contrario, debe ser éste quien se pliegue a las necesidades de aprendizaje de su pupilo y deje de lado las normas, los reglamentos, los procedimientos y los programas oficiales. Interacción. Sólo loas a la excelente predisposición natural, y las correcciones siempre leves para no resultar prepotentes e injustificadas, para que no hieran la frágil sensibilidad y el ego del alumno independientemente del tamaño que lo tenga, y del mayor o menor esfuerzo que cada uno haya impreso al estudio de su aprendizaje.



   La consecuencia de todo ello llega inexorablemente a las oficinas y centros de trabajo de todo tipo. Resulta inexplicable que a un grupo de trabajadores treintañeros haya que recordarles que la jornada laboral es para trabajar, y no para contar chistes, reírse o chatear por Facebook, retrotrayendo al jefe a un puesto de cuidador de patio de colegio de una puerilidad tan manifiesta y vergonzante como innecesaria. Resulta inexplicable que la apelación a una conjura de hechos cósmicamente adversos impidan siempre la consecución de los resultados y objetivos de negocio, y jamás se valore la posibilidad de un esfuerzo escaso y nada diligente por parte de quienes cobran por conseguirlo. Resulta cuanto menos preocupante que un mínimo nivel de exigencia se vuelva en contra de quien lo pide, y pase a ser sospechoso de todo tipo de modernos delitos y faltas del ámbito laboral, como el acoso o el mobbing. Todo ello sin mencionar las siempre gratuitas denostaciones hacia el jefe, minimizando su valía y cualificación para el puesto, puestas de manifiesto en todo tipo de redes sociales bajo la impunidad y la cobardía del anonimato.



   De aquellos barros, estos lodos. 


sábado, 7 de junio de 2014

LA NUIT AMERICAINE (DAY FOR NIGHT)

   El número 700 de la mítica revista cinematográfica francesa "Cahiers du cinema" dedica gran parte de sus páginas a analizar el concepto de emoción en el cine. A través de la opinión de 140 cineastas, se expresan otros tantos momentos en que una imagen, un instante de celuloide ha sido capaz de producirles una emoción.
   De forma casual o no, ese mismo número homenajea a Francois Truffaut al cumplirse estos días el 30 aniversario de su precoz muerte a los 52 años.
   El amante del amor, la más profunda mirada interior, la que mejor ha sabido proyectarse, la que partía del abandono físico, de la orfandad emocional, la que trataba por todos los medios de resarcirse a través de su eterno alter ego , convirtiendo la tortuosa consecución de ese sentimiento en el motor y la turbina que todo lo transforma.
   El drama de las pérdidas a destiempo, cuando se trata de artistas y creadores, es la incógnita de sus obras inconclusas. Qué esbozos estarían ya desbrozados en su mente, cuánta más genialidad en ciernes jamás verá la luz.
   El consuelo es su legado. El perdurable reencuentro con lo que una vez nos reconcilió con la vida. Lo que hace grande al arte es su inmortalidad, disponible siempre para cuando queramos volver a emocionarnos. Y aunque la formulación química no es precisamente exacta cuando se trata de emociones artísticas dado que nuestra piel no reacciona igual según quien la toque y en qué momento sea tocada, lo que es infalible es que aquello que una vez te removió por dentro, lo siga haciendo de igual forma - aunque pueda variar en algún matiz la intensidad- ,mientras te quede el hilo de vida suficiente.


   Mi instante de emoción inalterable se lo debo a Truffaut.
   Se lo debo a "La noche americana" (Francia, 1973).
   Un guión que plantea el cine dentro del cine, y que a través de la técnica cinematográfica consistente en aplicar un determinado filtro a la lente de la cámara para simular un escenario nocturno cuando en realidad se está rodando de día (day for night), abre una reflexión sobre la confusión de los sentimientos, sobre los claroscuros del amor, mezclando realidad y ficción hasta el punto de hacerlas indistinguibles.
   El amor, decía Truffaut, "es el argumento de los argumentos, el único argumento posible". Su búsqueda, su encuentro y su pérdida como los tres actos de una ópera, o como los tres movimientos de una sinfonía contemporánea. Y todos los órdenes emocionales que pivotan entorno a él representados en el desarrollo narrativo: la conquista, la insinuación, la estrategia, el romanticismo, el sexo, la traición, el sufrimiento o la plenitud. Cada uno en el grado al que nuestra propia individualidad nos aboque.
   Y nos enseña el gran maestro francés que la pulsión que imprime el amor no está asociada en proporción geométrica a la edad. En la noche americana hay dos generaciones representadas: actores/personas veteranos baqueteados en mil escenarios que tratan de ignorar su inexorable declive, y actores/personas noveles que despuntan en su lozanía.
   El viejo galán reteñido, aún en buena forma física, que sigue adorando unos espejos que le han jurado odio eterno; y que trata de confundirse a sí mismo emulando una pasión de juventud que tuvo que estar tan oculta como secreto es su veinteañero amante al que pasea ignorante de que sólo persigue a través suyo un evidente afán de celebridad que todos ven menos él. Pura caricatura de un ser bellísimo que asiste a su descomposición diaria con horror.
   La eximia diva, que sobrevive reconociéndose tan solo en las poses de las fotos de artista en blanco y negro dedicadas a sus admiradores. Sofisticada y caprichosa, con turbantes de colores y unas enormes gafas negras de sol. Y sola. Terriblemente sola. Maltrecha perdedora que lo apostó todo alegremente, sin reparar que la juventud se esfuma tan rápido como los caudales cuando se dilapidan sin medida.
   El actor joven, atormentado y oscuro. Intenso pero de débil y sensible mirada líquida, niño caprichoso sin evolucionar , que posee cuanto quiere sin advertir que no es dueño ni siquiera de sí mismo. Que amenaza con efectistas suicidios de pacotilla con tal de seguir siendo siempre el manipulador centro de atención, porque no sabe verbalizarse de otro modo.
   Y mi instante de emoción, el que nunca dejará de acompañarme, encarnado en la irrupción en pantalla de la mujer más bella jamás creada, en su híbrida esencia genética nacida al socaire de las islas del canal de La Mancha, esa que le aportó la distante elegancia inalcanzable de las inglesas y la carnalidad húmeda y glamurosa de las francesas. Como una institutriz libertina que te enseña con educación exquisita el universo del placer desde el hipnotismo de sus ojos verdes.


   Lo que Jacqueline Bisset supuso para configurar mi esencia cinéfila está en esa secuencia de la película dentro de la película en la que se ensayaba el ángulo de la cámara, la luz de su rostro, serena y compleja a la vez, dejándose modelar por Truffaut mientras le agarraba el mentón y giraba su cabeza a derecha e izquierda ante la presencia transparente de su partenaire. Constituye la única explicación de que yo sea tal y como soy. Y no es necesario que nadie más lo entienda. Truffaut se llevó el secreto a la tumba hace 30 años y Jacqueline aun lo guarda mientras trata de embestir al paso del tiempo con su atemporal golpe de melena castaña.


   Sería injusto e imperdonable olvidarme de quien con su pulso de crescendo puso fondo musical a la secuencia y banda sonora a mi vida. La ascendente firmeza de las cuerdas de la orquesta, amalgamándose con las fanfarrias barrocas obra del gran músico George Delerue.
   Ahora al fin puedo confesarlo: la emoción extrema que aquel perfecto ensamblaje me produjo, es la única razón por la que he llegado al día de hoy con vida.
   Gracias Jacqueline, gracias Jean-Pierre, gracias George, gracias por siempre Francois. Gracias por salvarme la vida en el momento que más lo necesitaba.