"Mi
táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites."
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites."
A mi juicio el más hermoso poeta de Mario Benedetti. Encierra no sólo una profunda sensibilidad enamorada, un alma que busca otro alma con la que fundirse sin concesiones, sino que disecciona una de las diferencias conceptuales más confusas y en general peor utilizadas en una gran variedad de ámbitos, y lo hace metafóricamente desde el punto de vista del amor.
La táctica
es el sistema o método dirigido para la consecución de un fin. Las fuentes del
término nos remiten al arte de la guerra, a la forma de planificar los mandos las
actuaciones militares con sus tropas para conseguir doblegar al enemigo,
generalmente usando el factor sorpresa. "En el
amor como en la guerra todo vale", debió decirse el inmortal
Benedetti, aunque no obstante son muchos los campos teóricos y prácticos a los
que se ha extrapolado el término en nuestra sociedad, la mayoría de ellos no
tan románticos.
Está la
táctica del avestruz, consistente en esconder la cabeza debajo del ala cuando
uno se siente amenazado por algo o por alguien, de forma que se crea un
autoengaño, una falsa realidad a través de la cual parece que ignorando el
peligro o el problema, éstos realmente no existen o directamente desaparecerán.
Como todo autoengaño, lo único que proporciona es un íntimo confort efímero, ya
que el obstáculo siempre seguirá ahí por mucho que nos neguemos a enfrentarlo.
Y aunque ese alivio psicológico al ignorar una realidad en general dañina creando una abstracción favorable, posibilita la toma de decisiones
desde una tranquilidad de otro modo imposible, no es menos cierto que salvo por
influjo de la magia, nada desaparece por el solo hecho de no ser considerado.
En el fondo, los terrores nocturnos de los niños, esa toma de contacto precoz e
injusta con la oscuridad, no se calman por mucho que les digamos que piensen en
otra cosa; se pasan cuando les traemos a dormir a nuestro lado y les abrazamos
con ternura.
Luego está
la táctica del parchís. La que nos permite poner barreras infranqueables para
que los contrincantes de los otros tres colores no puedan avanzar. Y aunque esa
inmovilidad tampoco nos permita ganar más posición que la que ostentamos,
cuando no nos quede más remedio que levantarla tendremos a tiro poder comer
cuantas fichas pasen obligatoriamente frente a nosotros, y así contar de
veinte en veinte hacia la victoria de la partida.
O las
tácticas comerciales y de márketing orquestadas para crear la necesidad de compra de un determinado producto o servicio, máxime cuando el cliente al que
van destinadas ni siquiera ha valorado nunca antes la posibilidad de
tenerlos. ¿Porqué sino todo gira entorno al cerebro de los publicistas?
O las
tácticas televisivas para captar audiencias y superar los shares. Da igual que todo sea un montaje, que nos engañen como si
todos fuéramos gilipollas con divorcios, reconciliaciones, amantes y
polígrafos. Si sabemos que todo está guionizado, que se están haciendo ricos
a nuestra costa, y que nos están llamando imbéciles a la cara…Da igual,
quedamos enganchados al culebrón, y aunque nos permitamos criticar la bazofia,
no dejamos de consumirla.
La
estrategia en cambio es el objetivo final, el fin en sí mismo,el gran concepto, las
letras mayúsculas, el qué se quiere conseguir a través del cómo de las tácticas. La
estrategia bélica es sin duda ganar la guerra. La estrategia del avestruz tal
vez sea vivir más feliz, aunque la tengamos por tonta, o por ilusa. La estrategia
del parchís es encabronar a nuestros contrincantes y darnos una pátina de
superioridad que nos haga rozar la arrogancia. La estrategia comercial es
incrementar la facturación. La estrategia televisiva aumentar exponencialmente el número
de espectadores para que anime a sponsors y anunciantes a publicitarse previo pago en
sus programas.
La táctica
y la estrategia que nos plantea Benedetti apela al temor a quedarnos solos. No
ser amados por nadie nos convierte en miseria, en basureros en los que hemos
depositado lo mejor de nosotros mismos sin prestar atención al valor de lo que
tirábamos. Creernos sobradamente libres e independientes, onanistas compulsivos
incapaces de compartir un destello, una caricia o un abrazo. Máquinas, robots
sin alma, sin epidermis, construidos con material artificial.
Vamos
mirando al ser amado para reconocer hasta el más recóndito de sus gestos, hasta
la más profunda de sus arrugas. Vamos dialogando en un ejercicio que nos haga ser más tolerantes y
empáticos con la personalidad del otro, para no resultar invasivos de los
respectivos espacios y crear así un nuevo y común lugar de reunión. Vamos comprometiéndonos,
dándonos cada día un poco más, estirando nuestros encantos y nuestras renuncias, aportando un algo nuevo, un algo fresco y sin artificios que al otro le verifique que estamos tan próximos físicamente como si nada más existiera la intimidad.
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