Cuando tu forma de vida es un trabajo comercial, son
tantas las implicaciones personales que pueden llegar a establecerse, tanta la
tensión ejercida de un lado por el cliente y de otro por el vendedor en esa
goma elástica que es la captación, que los concomitantes paralelismos con el
mundo de las emociones reales son capaces de llegar a mimetizarnos.
Conseguir que
alguien que no ha pedido ser llamado ni visitado te preste la atención mínima
para escuchar tu mensaje, claro, conciso y con gancho, se parece demasiado al
proceso del cortejo amoroso. Quien pretenda llegar al corazón de otro de
improviso ha de trazar por fuerza una estrategia para vender su producto: uno
mismo. Ha de despertar en la persona pretendida un mínimo interés, significarse
por algo que le haga diferente, y por supuesto utilizar un lenguaje verbal y no
verbal con códigos selváticos perfectamente perceptibles. Lo rebuscado aquí no
funciona, hay que ponerlo fácil.
No es lo normal,
pero puede darse el amor a primera vista. Tienen que confluir muchos factores:
que se esté huyendo despavorido de una relación anterior y se apele al tan manido
"un clavo saca a otro clavo", que se pretenda celar al otro para
conseguir volver mejorando las condiciones de convivencia de forma ventajista,
o simplemente que se tenga el corazón vacante y desesperado y nos acojamos a
aquello de "aunque sea éste". También puede ocurrir que no concurra
ninguno de los anteriores espurios motivos, y solamente la maestría en el
requiebro, la pericia en la palabra, la habilidad social, nos hagan acreedores
del corazón ajeno de inmediato y de forma incontestable. Puro flechazo. Siempre
hay donjuanes y casanovas sueltos también por el mundo comercial que venden a
primera vista exprimiendo al máximo sus encantos.
Lo habitual es
posponer las citas. Bien para hacerse uno el interesante, bien por pura y
verdadera incapacidad para tomar decisiones, o las más de las veces por esa
manera de quitarse a alguien de en medio de la forma más educada posible sin
sentirse culpable. En éste último caso, si además se acompaña de una cierta
cobardía, lo normal es no acudir a esa segunda cita para, con esa elocuente
ausencia, dejar patente el desinterés. El comercial que lo sufre tiende a caer
en la frustración, ya que no deja de ser una pérdida de tiempo que no conduce a
un resultado productivo y que de haber mediado la sinceridad debida, le hubiera
permitido pegar tiros en otro coto que tal vez le hubieran hecho cobrarse la
pieza.
Algunas
propuestas pasan a la fase de negociación. Un toma y daca encaminado a sacar las
mayores prestaciones del otro al menor precio, o los mayores beneficios al más
bajo coste, según se trate del punto de vista del comprador o del vendedor. No
todas llegan a buen puerto. Las que lo hacen colman egos personales, motivan e
ilusionan. Justifican el camino de espinas.
Las que no,
producen mucha frustración en quienes lo han intentado con todas sus fuerzas, y
sobre todo generan una gran impotencia si cuando al moverse el pulgar hacia
abajo no hay más motivo que una pura cerrazón mental o unas falsas lealtades debidas
a otros usureros.
Hay algunos que
siguen luchando, y tras argumentos y contra argumentos, objeciones y su
correspondiente rebate, y una postrera exaltación de todas nuestras ventajas, apelan
casi al chantaje emocional como último cartucho de su particular ruleta rusa
amorosa o profesional. Otros en cambio no resisten las reglas del juego y lo
abandonan para siempre.
"¿Y esto en
qué situación nos deja, Carlos?", le dijo el otro día un operador a un
cliente que mostraba su negativa final a contratar tras dos llamadas diferidas y
más de 15 minutos de conversación en los que se había intentado de todo. Como
si encarara una separación definitiva, como si tuvieran que repartirse amigos y
pertenencias, como si quisiera dejar abierto un resquicio de esperanza a una
futura reconciliación, como si le invitara a recapacitar su drástica decisión,
sin darse cuenta que hay quien en la vida toma decisiones firmes que no tienen
marcha atrás.
Esto nos deja en
que en el fondo, como decía al principio, la vida se resume en una especie de
teoría de los vasos comunicantes, y las técnicas que utilizamos en ocasiones
para realizar nuestro trabajo, no son muy diferentes de las que empleamos para
que nos quieran.
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