viernes, 13 de junio de 2014

RELACIONES DE VECINDAD

    Dicen que las relaciones de vecindad pueden ser conflictivas y tumultuarias. Temas de lindes, de envidias o de odios ancestrales arrastrados generación tras generación.
   Otras veces, lo que fomentan es la solidaridad, la ayuda desinteresada e incondicional, casi la familiaridad.  Dar un paso más allá sería entrar directamente en el terreno del amor y del cariño.
   Lo que he tenido el placer de presenciar esta mañana supera incluso eso.
   Nos situamos. Santander. Un colegio de Educación Infantil y Primaria. Su vecino de finca, un Centro de Día para mayores. Sus habitantes, respectivamente: niños sanos, ágiles e hiperactivos versus ancianos dependientes, sombras vegetales de un pasado gallardo y pinturero. Sus conserjes: hombres y mujeres con una definida vocación de servicio, tocados en especial por una sensibilidad escasamente corriente, que aúnan modo de vida y abnegada dedicación a los demás, estén los vecinos al principio o al final de sus vidas.
   Tenía que aceptar la invitación de verles interactuar, otra de esas propuestas impulsadas por la mujer más entusiasta, ilusionante y determinista que he conocido en los últimos tiempos. Nada se le pone por delante, su manantial de ideas entrañables no conoce límites, siempre buscando la conmoción y la emocionalidad desde la más punzante y apabullante sencillez.


   Era el último de varios encuentros que se han ido sucediendo a lo largo del año académico. La gran fiesta fin de curso. Los niños, radiantes dentro de sus trajes y vestidos teatrales, han hecho gala de su disciplina, talento y dedicación interpretando, con una capacidad memorística envidiable y una dicción precisa, un sainete para su audiencia más especial: los abuelos del centro de día.


   Éstos, cómodamente sentados, lo han degustado con la más agradecida de las atenciones. Había casos muy severos: depresiones sólo atajables a través de la somnolienta química, enfermedades del olvido enfrentándoles a desconocidos ante el espejo, manos temblorosas aptas en el pasado para proporcionar caricias, inmovilidades ultrajantes para quienes se pluriemplearon para sacar adelante a sus familias. Arrancar de ahí un instante consciente de atención, una sonrisa frontal, una lágrima emocionada o un aplauso gozoso, es infinitamente más de lo que muchas personas consiguen hacer por nadie en toda su vida. Y éstos niños y niñas que se prestan entusiastas a provocarlo, están aprendiendo con días como hoy más de aquello en lo que consiste la vida y los valores primarios en que se incardinan todas y cada una de las relaciones humanas, que lo que aprenderán probablemente en el resto de sus días. Y lo mejor de todo, es que esto no lo olvidarán nunca. Educando a seres humanos.


   El agradecimiento, para ser sincero, debe ser siempre de doble dirección. Y como bien nacidos, los ancianos y quienes con mimo les acarician, o les hablan, o les escuchan cada día, han presentado un precioso vídeo en el que nos han narrado una historia jocosa llena de ingenio por medio de los personajes clásicos de los cuentos, pasado todo ello por la thermomix del talento. Con profusión de decorados llenos de la luz que pasaba a través de los arcos góticos dibujados en largos pliegos de papel, caracterizados dulcemente o resultando verdaderamente amenazadores, nos han invitado a todos a un gran baile en el que lo único que se exaltaba era la felicidad. Happy. Atrapando instantes, apresándolos para que no se les ocurra abandonarnos ( o aprovisionándolos por si vinieran mal dadas).


   Ha sido una hora escasa de interrelación vecinal. Como una Junta de propietarios, sólo que sus pertenencias no eran en absoluto materiales. El único título de propiedad que podían exhibir unos y otros era el de la afectividad. Para quienes más valioso resulta recibir una flor y un beso de su nieto postizo, y para quienes más fácil resulta darlos.


P.D.: La felicidad es tan relativa como intensos los instantes.


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