Dicen
que las relaciones de vecindad pueden ser conflictivas y tumultuarias. Temas de
lindes, de envidias o de odios ancestrales arrastrados generación tras
generación.
Otras
veces, lo que fomentan es la solidaridad, la ayuda desinteresada e
incondicional, casi la familiaridad. Dar
un paso más allá sería entrar directamente en el terreno del amor y del cariño.
Lo que he
tenido el placer de presenciar esta mañana supera incluso eso.
Nos
situamos. Santander. Un colegio de Educación Infantil y Primaria. Su vecino de
finca, un Centro de Día para mayores. Sus habitantes, respectivamente: niños
sanos, ágiles e hiperactivos versus ancianos dependientes, sombras vegetales de
un pasado gallardo y pinturero. Sus conserjes: hombres y mujeres con una
definida vocación de servicio, tocados en especial por una sensibilidad
escasamente corriente, que aúnan modo de vida y abnegada dedicación a los
demás, estén los vecinos al principio o al final de sus vidas.
Tenía que
aceptar la invitación de verles interactuar, otra de esas propuestas impulsadas
por la mujer más entusiasta, ilusionante y determinista que he conocido en los
últimos tiempos. Nada se le pone por delante, su manantial de ideas entrañables
no conoce límites, siempre buscando la conmoción y la emocionalidad desde la
más punzante y apabullante sencillez.
Era el
último de varios encuentros que se han ido sucediendo a lo largo del año
académico. La gran fiesta fin de curso. Los niños, radiantes dentro de sus
trajes y vestidos teatrales, han hecho gala de su disciplina, talento y
dedicación interpretando, con una capacidad memorística envidiable y una
dicción precisa, un sainete para su audiencia más especial: los abuelos del centro
de día.
Éstos,
cómodamente sentados, lo han degustado con la más agradecida de las atenciones.
Había casos muy severos: depresiones sólo atajables a través de la somnolienta química,
enfermedades del olvido enfrentándoles a desconocidos ante el espejo, manos
temblorosas aptas en el pasado para proporcionar caricias, inmovilidades
ultrajantes para quienes se pluriemplearon para sacar adelante a sus familias.
Arrancar de ahí un instante consciente de atención, una sonrisa frontal, una
lágrima emocionada o un aplauso gozoso, es infinitamente más de lo que muchas
personas consiguen hacer por nadie en toda su vida. Y éstos niños y niñas que
se prestan entusiastas a provocarlo, están aprendiendo con días como hoy más de
aquello en lo que consiste la vida y los valores primarios en que se incardinan
todas y cada una de las relaciones humanas, que lo que aprenderán probablemente
en el resto de sus días. Y lo mejor de todo, es que esto no lo olvidarán nunca.
Educando a seres humanos.
El
agradecimiento, para ser sincero, debe ser siempre de doble dirección. Y como
bien nacidos, los ancianos y quienes con mimo les acarician, o les hablan, o
les escuchan cada día, han presentado un precioso vídeo en el que nos han
narrado una historia jocosa llena de ingenio por medio de los personajes
clásicos de los cuentos, pasado todo ello por la thermomix del talento. Con
profusión de decorados llenos de la luz que pasaba a través de los arcos
góticos dibujados en largos pliegos de papel, caracterizados dulcemente o
resultando verdaderamente amenazadores, nos han invitado a todos a un gran
baile en el que lo único que se exaltaba era la felicidad. Happy. Atrapando
instantes, apresándolos para que no se les ocurra abandonarnos ( o aprovisionándolos por si vinieran mal dadas).
Ha sido una
hora escasa de interrelación vecinal. Como una Junta de propietarios, sólo que
sus pertenencias no eran en absoluto materiales. El único título de propiedad que
podían exhibir unos y otros era el de la afectividad. Para quienes más valioso resulta
recibir una flor y un beso de su nieto postizo, y para quienes más fácil resulta
darlos.
P.D.: La felicidad es tan relativa como intensos los instantes.
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