domingo, 8 de junio de 2014

LA EXIGENCIA

  Tolerancia cero a la exigencia, parece que es el título del pasquín que se enarbola en nuestros días en ámbitos tan variados como el laboral, el docente, e incluso el doméstico.
   Como si ser un padre exigente hiciera peligrar la patria potestad por una causa equiparable al maltrato físico o psicológico del niño, su desnutrición o su abandono.
   Como si ser un profesor exigente nos retrotrajera a los tiempos pretéritos en los que imperaban lemas tales como "la letra con sangre entra" o "quien bien te quiere te hará llorar" y donde el castigo físico que se infligía a los alumnos como parte de su educación era consustancial a las corrientes pedagógicas de la época.
   Como si ser un jefe exigente fuera sinónimo de despotismo por cojones. Un esclavista. Alguien que ejerce tal presión sobre sus empleados que sólo logra fomentar el absentismo a base de bajas por ansiedad o depresión.
     
   Queda demostrado que un niño es un "cachorro humano" como llamaba la pantera Baguera al pequeño Mowgli en "El libro de la selva". Esa acepción que nos integra decididamente en el reino animal es algo que no podemos obviar; como el resto de animales tenemos que ser exigentes con nuestros cachorros para que aprendan a caminar por sí solos, para que sepan encontrar comida, para que no sean víctimas de otros depredadores. Un exceso de tolerancia puede ocasionar directamente que el cachorro no esté capacitado para sobrevivir en su vida adulta en la dureza de la selva, del desierto, de los cielos, de los océanos o del laberinto emocional del mundo contemporáneo.


   El niño aprende por observación. Los comportamientos que producen un determinado efecto contrastado son el ejemplo que el niño tomará para repetirlos. La importancia que tiene en éste caso la figura paterna/materna como instructores de sus hijos, es la que determinará decididamente el sesgo que tome una parte importante de su personalidad, sobre todo en lo tocante a sus valores éticos o morales.
   Por otro lado, nunca podemos olvidar que un niño no es sólo un ser bajito al que no se puede perder de vista, desconocedor de todo tipo de peligros. Un niño es fundamentalmente un ser vulnerable, en construcción, puro andamiaje, que sólo encontrará cobijo y seguridad en quien más le exija. A efectos prácticos, y sin olvidar las inherentes dosis de amor y ternura con las que hay que perfumarles cada día, aquel que le imponga al niño un cauce de rectitud, será quien le reconforte como un agarre firme en su dependencia. Un niño reconoce perfectamente a los otros niños, son como él. Un adulto debe ser alguien distinto, y por el hecho de serlo debe marcarle las pautas de forma muy clara, para con ello aportarle la seguridad que necesita para crecer. Sin ella nunca dejará de ser un niño perdido que navegará por todas sus épocas biológicas sin evolucionar en consonancia.


   La otra parte de la instrucción es la que se recibe fuera de casa, y no sólo en el colegio, sino que puede prolongarse hasta la Universidad. El nivel de exigencia se ha ido relajando con el tiempo, de forma que asistimos hoy día a la paradoja de que quienes tienen el mando de las aulas son los alumnos y no los profesores. No sólo porque sea imposible en muchos institutos impedir que se introduzcan teléfonos móviles a las clases con los que estarse mandando wasaps en vez de atendiendo las instrucciones en matemáticas, filosofía o historia. No sólo porque se han impuesto las calumnias hacia los docentes sabiendo que les ampara la ley, y que aunque exista una presunción de inocencia nos agarramos al "difama que algo queda". No sólo porque la versión distorsionada que aportan los hijos sobre los porqués de sus fracasos, ya nunca admite más prueba en contrario que la ineptitud del profesorado; y los padres, ni cortos ni perezosos, se presentan ante ellos sin previo aviso para pedirles explicaciones sobre las injustas calificaciones de sus hijos, y su inmediata rectificación. No sólo porque la libertad de cátedra haya quedado condicionada a lo "políticamente correcto".


    No sólo por todo ello, sino que además se acepta unánimemente que los alumnos ya llegan aprendidos, de forma que sólo será buen profesor quien se haga su colega, quien aparte la exigencia para encauzarse hacia la cooperación. Las estructuras jerarquizadas deben morir, dicen algunos. Al maestro no debe vérsele como alguien distante e infalible al que tratar de usted. Muy al contrario, debe ser éste quien se pliegue a las necesidades de aprendizaje de su pupilo y deje de lado las normas, los reglamentos, los procedimientos y los programas oficiales. Interacción. Sólo loas a la excelente predisposición natural, y las correcciones siempre leves para no resultar prepotentes e injustificadas, para que no hieran la frágil sensibilidad y el ego del alumno independientemente del tamaño que lo tenga, y del mayor o menor esfuerzo que cada uno haya impreso al estudio de su aprendizaje.



   La consecuencia de todo ello llega inexorablemente a las oficinas y centros de trabajo de todo tipo. Resulta inexplicable que a un grupo de trabajadores treintañeros haya que recordarles que la jornada laboral es para trabajar, y no para contar chistes, reírse o chatear por Facebook, retrotrayendo al jefe a un puesto de cuidador de patio de colegio de una puerilidad tan manifiesta y vergonzante como innecesaria. Resulta inexplicable que la apelación a una conjura de hechos cósmicamente adversos impidan siempre la consecución de los resultados y objetivos de negocio, y jamás se valore la posibilidad de un esfuerzo escaso y nada diligente por parte de quienes cobran por conseguirlo. Resulta cuanto menos preocupante que un mínimo nivel de exigencia se vuelva en contra de quien lo pide, y pase a ser sospechoso de todo tipo de modernos delitos y faltas del ámbito laboral, como el acoso o el mobbing. Todo ello sin mencionar las siempre gratuitas denostaciones hacia el jefe, minimizando su valía y cualificación para el puesto, puestas de manifiesto en todo tipo de redes sociales bajo la impunidad y la cobardía del anonimato.



   De aquellos barros, estos lodos. 


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