lunes, 16 de junio de 2014

TIPOLOGÍAS, ESTEREOTIPOS Y CARICATURAS


  Ser analítico y observador, con un punto caustico irreprimible, me permite en
 ocasiones el divertimento de diseccionar realidades cercanas, cotidianas, que a menudo suelen pasar completamente inadvertidas.
   Hacer clasificaciones, definir tipologías, encajar estereotipos y caricaturizar personajes siempre me ha ayudado a entender a mis congéneres. Haberlo analizado previamente me permite ubicar a cada cual en su territorio y así, mantener las distancias justas o tratar de entrar hasta la cocina.
   Las tipologías humanas a bote pronto más radicales, permiten dividirse entre quienes toman o no lexatines. En nuestra sociedad contemporánea, tan decididamente hedonista, saber que puedes recurrir a demanda a una pastilla bicolor que te regula casi automáticamente los niveles de ansiedad hasta hacerte incluso insensible a los pellizcos, es de gran ayuda a la hora de actuar en cada momento. Que estás irascible sin un motivo en concreto o estás cargado de ellos, que agredes con la palabra, que tu mirada te hace sospechoso de cualquier intento de homicidio, que te sale espuma por la boca, que guillotinas a quien ose llevarte la contraria, que abofeteas a quien trate de corregirte, que gritas al oído del prójimo blasfemias personalizadas, que muerdes la mano que te da de comer…todo de forma desproporcionada…sólo tiene una explicación que además lo justifica todo: " es que hoy no me he tomado el lexatín".
   "¡Ah, bueno…! ¡Que era eso! ¡Buff, que alivio!", se ve obligado a decir el ofendido, entendiendo siempre que una razón tan de peso como esa exime al autor de la masacre de todo tipo de responsabilidad criminal.

   Esto lo que hace es situar en minoría absoluta a quienes no lo toman porque no lo necesitan. Es hasta normal posicionar en modernos guetos a todo el que gestiona con calma y paciencia sus emociones. Normalmente es porque confluye la envidia, ese gran pecado capital incardinado a ultranza y con gallardía en todo lo español. Suele ocurrir que quien mejor dosifica sus baterías, quien pone en cada acción las energías precisas que se necesitan y no más pero tampoco menos, quien hace bien su trabajo, quien lleva con rigor todos los eventos de su agenda, ése obtiene a buen seguro unos resultados mucho más exitosos. Y eso es absolutamente intolerable para el mediocre común de los mortales carpetovetónicos, que además depende en buena medida del lexatín para analizarlo. "Así que al gueto, chaval. Ponte una estrella de David en la solapa del traje, y no traspases este territorio, que es mío". Menos mal que esta tipología suele ser hábil camuflándose y en seguida copan posiciones de poder que si bien no pueden evitar un linchamiento verbal, impiden de momento el físico manteniéndoles indemnes.
   Y luego están los que deberían tomarse ese lexatín por prescripción facultativa y no lo hacen. Suele ser gente muy racial, muy auténtica. Abanderan inmediatamente las luchas de los proletariados o no proletariados del mundo en todos los ámbitos imaginables, y su razón social es el inconformismo radical sin argumentos y la queja perenne sin alternativas. Ser tan de verdad a menudo les sobrepasa, aunque bien es cierto que suelen relajarse con sustancias naturales tan auténticas como ellos mismos. El resultado es una cierta bipolaridad que te acojona, y de la que ni ellos mismos son conscientes, aferrados como están a su legitimidad vital para cambiar el mundo desde la más absoluta inacción.

   Luego vienen los estereotipos. Por ejemplo, alguien dotado de un don tan efímero y tan poco meritorio en el fondo como es el de la belleza, por pura lógica comúnmente aceptada no puede ser en absoluto inteligente.
   O alguien que consigue escalar posiciones sociales o profesionales, siempre es porque se ha tirado a algún máximo hacedor por el camino. Los méritos contrastados nunca serán un bagaje válido que lo justifique.
   O que los gays son obligatoriamente promiscuos, alérgicos a cualquier relación estable basada en el amor, y que de la mañana a la noche están follando como locas o pensando en hacerlo. Menos mal que algunos se adornan de un ingenio cuajado de fuegos de artificio, chispeante, rápido, nada convencional, que les redime de tan pesada carga estereotípica.
   O que todos los gordos son felices, cuando sólo pensar en las llagas producidas por el roce del movimiento en sus entrepiernas nos haga bramar de dolor. Y eso cuando consiguen moverse, torpemente limitados por un sobrepeso que afecta a su corazón no sólo en lo físico sino también en lo emocional. Es su eterna lucha con la autoestima.
   Y por último las caricaturas. La que más prolifera es la basada en la bazofia televisiva de media tarde. Ser poseídos por los tópicos de la zafiedad, hablar a base de tacos y expresiones escatológicas, émulos de esos juguetes rotos, les proporcionan un gran éxito de público. Se convierten en las personas más populares de la reunión, del trabajo o de la cola de la pescadería, al tiempo que relegan para mejor ocasión entregar algo de su propia autenticidad a sus oyentes, tal vez porque saben que carecen de ella en absoluto.
   Existe otra, muy de moda, que tiene que ver enormemente con el revanchismo. Es la trampa en la que han caído algunas mujeres que se ven impelidas a desgranar su femineidad en actos extremos de reivindicación, en ocasiones contrarios a todas las leyes dictadas por la humanidad desde el Derecho Romano. Pintan sus cuerpos desnudos con leyendas subversivas y se encadenan a altares y baldaquinos a falta de otros lugares en los que llamar la atención. No toleran que un hombre les censure ninguno de sus actos, en cualquiera de los ámbitos en que éstos se desarrollen, y son capaces de buscarle a uno un problema calumnioso por el simple hecho de tratarlas con la misma idea de igualdad que a otra persona cualquiera. En su caso todo es un abuso intolerable de superioridad de género, independientemente de que lo que se les recrimine o afee esté plenamente justificado desde una base firmemente asentada…si lo hace un hombre, ojito con el tono, que es violencia machista.

   Y luego hay personalidades caricaturescas que en el fondo dan lástima, porque no son conscientemente culpables de sus esperpentos. Bien por una falta de cultura no achacable a ellos, bien por haber recibido una educación localista que es la única que han tenido la posibilidad de conocer. La chistología popular está cuajada de acentos exagerados, de planteamientos vitales eternamente pueriles o de atuendos pasados de moda. Pura mala leche, que también es muy sana como desahogo.
   Soy consciente de mis propias limitaciones, de que en ocasiones no soy más que la pretendida caricatura de lo que ni siquiera hubo nunca en mí, que tiene más delito. Que vago por el espacio tiempo que me ha tocado vivir haciendo gala de una prepotencia que solo oculta mis propias taras, tan humanas como las de cualquiera de los especímenes mofados.

   Tengo tan sólo el don del cronista, la suficiente capacidad reflexiva para estructurar mi campo visual de forma ordenada, con la sistemática mirilla telescópica siempre limpia, y la intuición irreprimible de que a alguien le interese. Y eso no me hace ni mejor ni peor. Me hace un hombre como otro cualquiera, que piensa y se expresa como se le antoja, tratando de veras no dejar demasiados cadáveres bajo el colchón.  


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