Ser analítico y observador, con un punto caustico
irreprimible, me permite en
ocasiones el divertimento de diseccionar
realidades cercanas, cotidianas, que a menudo suelen pasar completamente inadvertidas.
Hacer
clasificaciones, definir tipologías, encajar estereotipos y caricaturizar
personajes siempre me ha ayudado a entender a mis congéneres. Haberlo analizado
previamente me permite ubicar a cada cual en su territorio y así, mantener las
distancias justas o tratar de entrar hasta la cocina.
Las tipologías
humanas a bote pronto más radicales, permiten dividirse entre quienes toman o
no lexatines. En nuestra sociedad contemporánea, tan decididamente hedonista, saber
que puedes recurrir a demanda a una pastilla bicolor que te regula casi
automáticamente los niveles de ansiedad hasta hacerte incluso insensible a los
pellizcos, es de gran ayuda a la hora de actuar en cada momento. Que estás
irascible sin un motivo en concreto o estás cargado de ellos, que agredes con
la palabra, que tu mirada te hace sospechoso de cualquier intento de homicidio,
que te sale espuma por la boca, que guillotinas a quien ose llevarte la
contraria, que abofeteas a quien trate de corregirte, que gritas al oído del
prójimo blasfemias personalizadas, que muerdes la mano que te da de comer…todo
de forma desproporcionada…sólo tiene una explicación que además lo justifica
todo: " es que hoy no me he tomado el lexatín".
"¡Ah,
bueno…! ¡Que era eso! ¡Buff, que alivio!", se ve obligado a decir el
ofendido, entendiendo siempre que una razón tan de peso como esa exime al autor
de la masacre de todo tipo de responsabilidad criminal.
Esto lo que hace
es situar en minoría absoluta a quienes no lo toman porque no lo necesitan. Es
hasta normal posicionar en modernos guetos a todo el que gestiona con calma y
paciencia sus emociones. Normalmente es porque confluye la envidia, ese gran
pecado capital incardinado a ultranza y con gallardía en todo lo español. Suele
ocurrir que quien mejor dosifica sus baterías, quien pone en cada acción las
energías precisas que se necesitan y no más pero tampoco menos, quien hace bien
su trabajo, quien lleva con rigor todos los eventos de su agenda, ése obtiene a
buen seguro unos resultados mucho más exitosos. Y eso es absolutamente
intolerable para el mediocre común de los mortales carpetovetónicos, que además
depende en buena medida del lexatín para analizarlo. "Así que al gueto,
chaval. Ponte una estrella de David en la solapa del traje, y no traspases este
territorio, que es mío". Menos mal que esta tipología suele ser hábil
camuflándose y en seguida copan posiciones de poder que si bien no pueden
evitar un linchamiento verbal, impiden de momento el físico manteniéndoles
indemnes.
Y luego están
los que deberían tomarse ese lexatín por prescripción facultativa y no lo
hacen. Suele ser gente muy racial, muy auténtica. Abanderan inmediatamente las
luchas de los proletariados o no proletariados del mundo en todos los ámbitos
imaginables, y su razón social es el inconformismo radical sin argumentos y la
queja perenne sin alternativas. Ser tan de verdad a menudo les sobrepasa,
aunque bien es cierto que suelen relajarse con sustancias naturales tan
auténticas como ellos mismos. El resultado es una cierta bipolaridad que te
acojona, y de la que ni ellos mismos son conscientes, aferrados como están a su
legitimidad vital para cambiar el mundo desde la más absoluta inacción.
Luego vienen los
estereotipos. Por ejemplo, alguien dotado de un don tan efímero y tan poco meritorio
en el fondo como es el de la belleza, por pura lógica comúnmente aceptada no
puede ser en absoluto inteligente.
O alguien que
consigue escalar posiciones sociales o profesionales, siempre es porque se ha
tirado a algún máximo hacedor por el camino. Los méritos contrastados nunca
serán un bagaje válido que lo justifique.
O que los gays son
obligatoriamente promiscuos, alérgicos a cualquier relación estable basada en
el amor, y que de la mañana a la noche están follando como locas o pensando en
hacerlo. Menos mal que algunos se adornan de un ingenio cuajado de fuegos de
artificio, chispeante, rápido, nada convencional, que les redime de tan pesada
carga estereotípica.
O que todos los
gordos son felices, cuando sólo pensar en las llagas producidas por el roce del
movimiento en sus entrepiernas nos haga bramar de dolor. Y eso cuando consiguen
moverse, torpemente limitados por un sobrepeso que afecta a su corazón no sólo
en lo físico sino también en lo emocional. Es su eterna lucha con la autoestima.
Y por último las
caricaturas. La que más prolifera es la basada en la bazofia televisiva de
media tarde. Ser poseídos por los tópicos de la zafiedad, hablar a base de
tacos y expresiones escatológicas, émulos de esos juguetes rotos, les proporcionan un gran éxito de público.
Se convierten en las personas más populares de la reunión, del trabajo o de la
cola de la pescadería, al tiempo que relegan para mejor ocasión entregar algo
de su propia autenticidad a sus oyentes, tal vez porque saben que carecen de
ella en absoluto.
Existe otra, muy
de moda, que tiene que ver enormemente con el revanchismo. Es la trampa en la
que han caído algunas mujeres que se ven impelidas a desgranar su femineidad en
actos extremos de reivindicación, en ocasiones contrarios a todas las leyes dictadas
por la humanidad desde el Derecho Romano. Pintan sus cuerpos desnudos con
leyendas subversivas y se encadenan a altares y baldaquinos a falta de otros
lugares en los que llamar la atención. No toleran que un hombre les censure
ninguno de sus actos, en cualquiera de los ámbitos en que éstos se desarrollen,
y son capaces de buscarle a uno un problema calumnioso por el simple hecho de tratarlas
con la misma idea de igualdad que a otra persona cualquiera. En su caso todo es
un abuso intolerable de superioridad de género, independientemente de que lo
que se les recrimine o afee esté plenamente justificado desde una base
firmemente asentada…si lo hace un hombre, ojito con el tono, que es violencia
machista.
Y luego hay
personalidades caricaturescas que en el fondo dan lástima, porque no son
conscientemente culpables de sus esperpentos. Bien por una falta de cultura no
achacable a ellos, bien por haber recibido una educación localista que es la
única que han tenido la posibilidad de conocer. La chistología popular está
cuajada de acentos exagerados, de planteamientos vitales eternamente pueriles o
de atuendos pasados de moda. Pura mala leche, que también es muy sana como
desahogo.
Soy consciente
de mis propias limitaciones, de que en ocasiones no soy más que la pretendida
caricatura de lo que ni siquiera hubo nunca en mí, que tiene más delito. Que
vago por el espacio tiempo que me ha tocado vivir haciendo gala de una
prepotencia que solo oculta mis propias taras, tan humanas como las de
cualquiera de los especímenes mofados.
Tengo tan sólo
el don del cronista, la suficiente capacidad reflexiva para estructurar mi
campo visual de forma ordenada, con la sistemática mirilla telescópica siempre
limpia, y la intuición irreprimible de que a alguien le interese. Y eso no me
hace ni mejor ni peor. Me hace un hombre como otro cualquiera, que piensa y se
expresa como se le antoja, tratando de veras no dejar demasiados cadáveres bajo el colchón.
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