martes, 10 de junio de 2014

EXÁMENES

   
   Han pasado 24 años desde mi último examen. Y no es que después no haya habido infinidad de ocasiones en las que haya tenido que demostrar mis capacidades y mi cualificación , por ejemplo, para obtener un puesto de trabajo. Pero era diferente. Sabías que si esa entrevista no iba todo lo bien que esperabas, muy probablemente habría otra para la que además estarías mucho más preparado conociendo el tipo de preguntas e interacciones que se darían. El entrenamiento es la base de todo, tanto desde el punto de vista físico como desde el emocional.
   Pero los exámenes académicos, esos cuyo suspenso parecen inhabilitarte para cubrir plenamente el proceso vital que te corresponde a cada edad, son una forma de tortura que se arrastra hasta nuestros días sin que ningún pedagogo haya sido capaz aún de encontrar fórmulas sustitutivas que humanicen todo el proceso.
   Sigo teniendo una pesadilla recurrente 24 años después, nunca me ha abandonado la muy cabrona, empalada a mis neuronas más vintage. Siempre suspendo el examen de Derecho Procesal de 5º y no consigo licenciarme en Derecho. Todo ello en medio de sudores fríos y calientes, movimientos convulsivos entre las sábanas, y esos dos o tres minutos de horror consciente hasta que te reubicas en la realidad de tu presente y de tu cama y coliges que no era más que un mal sueño. Otras veces la noticia del suspenso me llega en la actualidad, tantos años después, y entonces se desatan las deudas que me empiezan a ser reclamadas desde todos los ámbitos profesionales en los que he prestado mis servicios, invalidando mi trayectoria por impostor.
   Los sueños no son más que vivencias rencorosas que permanecen como enemigas hasta que mueres, y quién sabe si incluso más allá. No estoy muy seguro que el descanso eterno sólo lo sea a nivel cardíaco, y que de las recámaras mentales no sea de donde salgan los gusanos que nos devoren.


   El hecho es que con esa perspectiva de las cosas que se adquiriere en exclusiva cuanto más te vas acercando a una provecta edad, consigues entender que la presión innecesaria, los nervios aniquilantes, las ansiedades devoradoras, no han servido para nada. Al menos para nada útil de verdad.
   Aunque es como todo en el mundo de lo empírico. Sólo te das cuenta de lo que algo te hace sentir hasta que lo experimentas. Pero cuando mucho tiempo después recuerdas el efecto en ti de aquella sustancia, física o mental, ponderas la utilidad o no de la reacción sufrida en función, sobre todo, de cómo te haya tratado la vida a continuación.
   Verbigracia: Cuando pienso ahora, 24 años después, que aquel último examen de las pesadillas, o los centenares que vinieron antes, no eran más que la materialización de lo que otros esperaban de mí, pero no tenía nada que ver con lo que era mi verdadera vocación; cuando pienso en lo difícil que es tomar decisiones con trascendencia para los próximos 60 años cuando aún no sabes ni por dónde te pega el aire, o si lo sabes eres tan imbécil y pusilánime que no te atreves a plantar cara al statu quo jerarquizado del que dependes, a sabiendas que cualquier desviación de las tradiciones o de las formalidades dará al traste con tu reputación intachable de niño responsable y estudioso; cuando piensas que aún tirando para adelante y agarrándote a la infinidad de salidas profesionales consigues hacerte un currículum, los tropiezos y las equivocaciones te vuelven a poner reiteradamente en el punto de partida; cuando pienso en cómo sueño hoy que debería haber sido mi vida, y cómo dejé aniquilarse esos sueños; cuando pienso que aún puedo reinventarme, pero que estoy muy cansado de luchar, siempre con el arpón en la mano en mi vida de marino de barco ballenero…
   Cuando pienso en todo ello, me digo: mira que fuiste gilipollas Angelito.


  P.D: Encuentra tu vocación y síguela. Y examínate sólo de aquellas materias que te apasionen. Y nunca es tarde para hacerlo.


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