En sus diferentes versiones, este anuncio de la
colonia masculina del mismo nombre ( así, tal cual, ni Jacques ni Jack, y con
ese omnipresente a partir de entonces genitivo sajón) , preside la iconografía
publicitaria de mi peterpanesca generación.
Esa exuberante hembra motorizada, vestida con un
ajustado mono de cuero rojo cuya maniobra de bajada de la cremallera a la
altura de sus pechos tras quitarse el casco que la cubría y poner en orden hasta
el último pelo de su larguísima melena con un simple golpe de cabeza, nos hizo
oler en masa a madera y a pachuli con el único fin imaginario de atraer olfativamente
hacia nosotros a mujeres de ese porte, es decir, esas que sólo existen en los
anuncios.
En mi caso, lo que ya mi desbordante imaginación
adolescente tramaba como modelo escapista de vida, era verme como mi alter ego Jacq´s
recién encontrado, tomando los mandos de la Harley con mi despampanante moza de
paquete, abrazada a mi torso y con la cabeza apoyada sobre mi espalda. Juntos
emprenderíamos un viaje sin retorno recorriendo primero toda Europa hasta Cabo
Norte, para luego embarcarnos en un carguero hasta la costa Este de los Estados
Unidos, y recorrer desde Chicago toda la ruta 66 hasta llegar a nuestro
californiano destino final en Los Ángeles. Todo ello vestidos de cuero negro de
pies a cabeza, durmiendo en moteles de carretera, haciéndonos tatuajes de calaveras
y follando como locos al despertar y al acostarnos.
Demasiado para mi tradicional educación cristiana
como reserva espiritual de occidente, y para mi modélica imagen de niño formal
y responsable del que se esperaban grandes cosas como continuador del destino de su estirpe
(?). La culpa de toda la gama en grises que vino después no puedo echársela a nadie
nada más que a mí. Es cierto que con esas premisas educacionales, pasar al lado
macarra y malote de la vida, el wild side
anhelado, era poco menos que comparable a dar cicuta a todos mis mayores en
la mejor tradición española del chantaje emocional. La pena es haber
descubierto tan a destiempo que eso me hubiera hecho mucho más feliz.
Y me bloqueé hasta tal extremo que he vivido desde
entonces como un bípedo parásito no motorizado, auto engañándome con argumentos
ecológicos en defensa del transporte colectivo. Empezando porque ni siquiera he
aprendido a montar en bicicleta, víctima de una infancia urbana de paseos,
repeinado y vestido de domingo. Que sí, que sí, que también podía haber
aprendido de mayor…pero necesitaba nocturnidad y alevosía para reparar mi vergüenza.
Continuando porque no me saqué el carnet de conducir
a los 18. También, también, que se puede sacar a cualquier edad, pero a medida
que iban pasando los años y vencía las imposiciones laborales de tenerlo, más
miedo me entraba de atropellar a una viejecita y acabar mis días en la cárcel. Cuestión
de reflejos, que se van perdiendo con la edad.
Y finalizando porque consecuencia de todo lo
anterior, sentir el poderío sobre el asfalto empuñando una moto de gran cilindrada,
aunque fuera vestido de paisano, descuadraba mi cómoda instalación en el
conformismo más penoso.
Pero ahora quiero hacerlo. ¿No es ésta una crónica
de mis peterpanescas ocurrencias y percances? Y por una vez no me compraré el traje
de cuero antes que la moto, ni la moto antes de tener el carnet, ni el carnet
antes de aprender a montar sobre dos ruedas, ni aprender a montar sobre dos
ruedas sin saber antes realmente quien soy yo. Que no soy Jacq´s lo sé con
clarividencia desde hace muchos años…aunque yo también lo siga buscando.
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