jueves, 15 de mayo de 2014

BUSCO A JACQ´S


   En sus diferentes versiones, este anuncio de la colonia masculina del mismo nombre ( así, tal cual, ni Jacques ni Jack, y con ese omnipresente a partir de entonces genitivo sajón) , preside la iconografía publicitaria de mi peterpanesca generación.
   Esa exuberante hembra motorizada, vestida con un ajustado mono de cuero rojo cuya maniobra de bajada de la cremallera a la altura de sus pechos tras quitarse el casco que la cubría y poner en orden hasta el último pelo de su larguísima melena con un simple golpe de cabeza, nos hizo oler en masa a madera y a pachuli con el único fin imaginario de atraer olfativamente hacia nosotros a mujeres de ese porte, es decir, esas que sólo existen en los anuncios.
   En mi caso, lo que ya mi desbordante imaginación adolescente tramaba como modelo escapista de vida, era verme como mi alter ego Jacq´s recién encontrado, tomando los mandos de la Harley con mi despampanante moza de paquete, abrazada a mi torso y con la cabeza apoyada sobre mi espalda. Juntos emprenderíamos un viaje sin retorno recorriendo primero toda Europa hasta Cabo Norte, para luego embarcarnos en un carguero hasta la costa Este de los Estados Unidos, y recorrer desde Chicago toda la ruta 66 hasta llegar a nuestro californiano destino final en Los Ángeles. Todo ello vestidos de cuero negro de pies a cabeza, durmiendo en moteles de carretera, haciéndonos tatuajes de calaveras y follando como locos al despertar y al acostarnos.


   Demasiado para mi tradicional educación cristiana como reserva espiritual de occidente, y para mi modélica imagen de niño formal y responsable del que se esperaban grandes cosas como continuador del destino de su estirpe (?). La culpa de toda la gama en grises que vino después no puedo echársela a nadie nada más que a mí. Es cierto que con esas premisas educacionales, pasar al lado macarra y malote de la vida, el wild side anhelado, era poco menos que comparable a dar cicuta a todos mis mayores en la mejor tradición española del chantaje emocional. La pena es haber descubierto tan a destiempo que eso me hubiera hecho mucho más feliz.
   Y me bloqueé hasta tal extremo que he vivido desde entonces como un bípedo parásito no motorizado, auto engañándome con argumentos ecológicos en defensa del transporte colectivo. Empezando porque ni siquiera he aprendido a montar en bicicleta, víctima de una infancia urbana de paseos, repeinado y vestido de domingo. Que sí, que sí, que también podía haber aprendido de mayor…pero necesitaba nocturnidad y alevosía para reparar mi vergüenza.
   Continuando porque no me saqué el carnet de conducir a los 18. También, también, que se puede sacar a cualquier edad, pero a medida que iban pasando los años y vencía las imposiciones laborales de tenerlo, más miedo me entraba de atropellar a una viejecita y acabar mis días en la cárcel. Cuestión de reflejos, que se van perdiendo con la edad.
   Y finalizando porque consecuencia de todo lo anterior, sentir el poderío sobre el asfalto empuñando una moto de gran cilindrada, aunque fuera vestido de paisano, descuadraba mi cómoda instalación en el conformismo más penoso.

   Pero ahora quiero hacerlo. ¿No es ésta una crónica de mis peterpanescas ocurrencias y percances? Y por una vez no me compraré el traje de cuero antes que la moto, ni la moto antes de tener el carnet, ni el carnet antes de aprender a montar sobre dos ruedas, ni aprender a montar sobre dos ruedas sin saber antes realmente quien soy yo. Que no soy Jacq´s lo sé con clarividencia desde hace muchos años…aunque yo también lo siga buscando.



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