lunes, 19 de mayo de 2014

TEA & BISCUITS


    - ¿Así que lo llaman el té de los albañiles?
   - Solemos mojar galletas.
   - ¿Las mojan?
   - Es decir, que sumergimos la galleta en el té y la dejamos hasta que se ablanda e intentamos calcular el instante preciso de retirar la galleta y llevarla a la boca antes de que se desmenuce y disfrutar de la gozosa combinación de la galleta y el té.  

  Creo que lo que el personaje que interpreta Judi Dench en la deliciosa y recién descubierta para mí película "El exótico Hotel Marigold" trata de explicar al joven hindú que dirige el call-center en el que pretende emplearse, encierra varias parábolas que van más allá de la pericia que deben desarrollar los albañiles para mezclar los materiales de construcción de la forma correcta para que los edificios que construyen se sostengan en pie.

   La primera y más evidente es que los ingleses representarán eternamente ese inalcanzable refinamiento de maneras y espíritu frente a quienes, como por ejemplo los españoles, son especialistas en hacer sopas y demás tipos de batallas navales dentro de las tazas y tazones de café con leche. Me preguntó si algo tendrá que ver lo de la Armada Invencible… pero en el fondo lo que refleja esa manera de tensar hasta su límite máximo de solidez un material fácilmente destructible como la galleta dentro de un líquido como el té, no es ni más ni menos que el ansia de preservar una armonía formal en una mezcla de densidades cuyo resultado al paladar debe resultar sublime. El sabor puede ser el mismo, ya sea deshecho y flotando o en su punto exacto de solidez; la diferencia es sólo la apariencia, la manera de ejecutar una misma acción, la ingeniería precisa puesta al servicio de lo cotidiano.


   Descifrar la ecuación, encontrar un pulso sin temblores ni oscilaciones, que nos permita obrar con decisión y sin ensuciarnos ni las manos, ni la boca, ni la ropa, ni el mantel. Esa es la clave. Una forma de tomar el té tan extrapolable a la vida que a mí me sobrecoge.

   ¿Dónde está el límite entre la disciplina y el cariño si hablamos, por ejemplo, de la educación de nuestros hijos? En los primeros años la autoridad es para ellos sinónimo de seguridad, quien les marca las lindes de lo que debe o no hacerse ejerce asimismo como ancla ante el zozobrante mundo que se empieza a aprender y que ya descubren lleno de peligros en forma de miedos, lobos y pesadillas. Ahí interviene el abrazo, la caricia, el beso, el contacto, el reconocimiento olfativo entre el cachorro y sus padres. Cuánto dar de cada para que con un exceso de dulzura no les hagamos débiles y dependientes, alicortados en la maraña zancadilleante de envidias e injusticias que será su vida; o para que no les anulemos, para que dejemos fluir su élan vital sin marcar en la corta distancia el volcado de todas nuestras frustraciones de adulto, nuestras amarguras y sentimientos de inferioridad no reconocidos, con una educación al paso de la oca que no apela en absoluto a lo íntimo ni a lo cercano.

   ¿Cuánto de nosotros entregamos al ser amado? ¿Cómo equilibramos las imprescindibles parcelas de reencuentro con uno mismo, con las requeridas exigencias de paciencia, empatía y atención? ¿Cómo transformar el salvaje cauce de nuestras relaciones con sus meandros serpenteantes, su desbordamiento o su sequía, sin que afecte en modo alguno a la preservación de un medio ambiente en el que decididamente hemos de tratar de ser felices… aunque sólo sea a ratos?

   Quizás esa sea la clave. Disfrutar del rato, del instante dichoso con lo que a cada uno nos remueva el alma: un paseo junto al mar con la brisa como coartada, la lectura de un libro en un silencioso aparte, el intercambio salival acompañado de caricias intercaladas en el frenético ritmo del sexo cuando también es amor…, una galleta de mantequilla mojada en una taza de té. El cuerpo y la mente, y la vida tan efímera.


   He aprendido a vivir sin más pretensión que el perfeccionamiento de la técnica arquitectónica que me haga disfrutar del sabor de una galleta dulce y mantecosa mojada en la humeante taza de té sin que se rompa. Cuando lo consigo, levito; salgo de mi cuerpo y emprendo un viaje astral. Cómo es posible que algo tan aparentemente inofensivo como un poco de agua hervida pueda resultar tan corrosivo para un material sólido si no sabemos retirarlo a tiempo.


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