- ¿Así que lo llaman el té de los albañiles?
He aprendido a vivir sin más pretensión que el
perfeccionamiento de la técnica arquitectónica que me haga disfrutar del sabor
de una galleta dulce y mantecosa mojada en la humeante taza de té sin que se
rompa. Cuando lo consigo, levito; salgo de mi cuerpo y emprendo un viaje astral. Cómo es posible que algo tan aparentemente
inofensivo como un poco de agua hervida pueda resultar tan corrosivo para un
material sólido si no sabemos retirarlo a tiempo.
- Solemos mojar galletas.
- ¿Las mojan?
- Es decir, que sumergimos la galleta en el té y la dejamos hasta que se
ablanda e intentamos calcular el instante preciso de retirar la galleta y
llevarla a la boca antes de que se desmenuce y disfrutar de la gozosa
combinación de la galleta y el té.
Creo que lo que
el personaje que interpreta Judi Dench en la deliciosa y recién descubierta
para mí película "El exótico Hotel
Marigold" trata de explicar al joven hindú que dirige el call-center en el que pretende
emplearse, encierra varias parábolas que van más allá de la pericia que deben
desarrollar los albañiles para mezclar los materiales de construcción de la
forma correcta para que los edificios que construyen se sostengan en pie.
La primera y más evidente es que los
ingleses representarán eternamente ese inalcanzable refinamiento de maneras y
espíritu frente a quienes, como por ejemplo los españoles, son especialistas en
hacer sopas y demás tipos de batallas navales dentro de las tazas y tazones de
café con leche. Me preguntó si algo tendrá que ver lo de la Armada Invencible…
pero en el fondo lo que refleja esa manera de tensar hasta su límite máximo de
solidez un material fácilmente destructible como la galleta dentro de un
líquido como el té, no es ni más ni menos que el ansia de preservar una armonía
formal en una mezcla de densidades cuyo resultado al paladar debe resultar
sublime. El sabor puede ser el mismo, ya sea deshecho y flotando o en su punto
exacto de solidez; la diferencia es sólo la apariencia, la manera de ejecutar
una misma acción, la ingeniería precisa puesta al servicio de lo cotidiano.
Descifrar la ecuación, encontrar un pulso sin temblores ni oscilaciones, que nos permita obrar con decisión y sin ensuciarnos
ni las manos, ni la boca, ni la ropa, ni el mantel. Esa es la clave. Una forma
de tomar el té tan extrapolable a la vida que a mí me sobrecoge.
¿Dónde está el límite entre la disciplina y
el cariño si hablamos, por ejemplo, de la educación de nuestros hijos? En los
primeros años la autoridad es para ellos sinónimo de seguridad, quien les marca
las lindes de lo que debe o no hacerse ejerce asimismo como ancla ante el
zozobrante mundo que se empieza a aprender y que ya descubren lleno de peligros
en forma de miedos, lobos y pesadillas. Ahí interviene el abrazo, la caricia,
el beso, el contacto, el reconocimiento olfativo entre el cachorro y sus
padres. Cuánto dar de cada para que con un exceso de dulzura no les hagamos
débiles y dependientes, alicortados en la maraña zancadilleante de envidias e
injusticias que será su vida; o para que no les anulemos, para que dejemos
fluir su élan vital sin marcar en la
corta distancia el volcado de todas nuestras frustraciones de adulto, nuestras
amarguras y sentimientos de inferioridad no reconocidos, con una educación al
paso de la oca que no apela en absoluto a lo íntimo ni a lo cercano.
¿Cuánto de nosotros entregamos al ser amado?
¿Cómo equilibramos las imprescindibles parcelas de reencuentro con uno mismo,
con las requeridas exigencias de paciencia, empatía y atención? ¿Cómo
transformar el salvaje cauce de nuestras relaciones con sus meandros
serpenteantes, su desbordamiento o su sequía, sin que afecte en modo alguno a
la preservación de un medio ambiente en el que decididamente hemos de tratar de
ser felices… aunque sólo sea a ratos?
Quizás esa sea la clave. Disfrutar del rato,
del instante dichoso con lo que a cada uno nos remueva el alma: un paseo junto
al mar con la brisa como coartada, la lectura de un libro en un silencioso
aparte, el intercambio salival acompañado de caricias intercaladas en el
frenético ritmo del sexo cuando también es amor…, una galleta de mantequilla mojada en una taza de té. El cuerpo y la mente, y la vida
tan efímera.
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