miércoles, 21 de mayo de 2014

INGLESE ITALIANATO


"L'inglese italianato/ è il diavolo incarnato" (Un inglés italianizado es el mismo diablo), es quizá una de las frases que mejor sintetizan y amalgaman cuanto de forma instintiva y natural ha sido siempre en mí una tendencia de vida.
   La pronuncia Cecil Vyse, el atildado y snob prometido, por un breve espacio de tiempo, de Mrs. Lucy Honeychurch, en la imprescindible "A room with a view" de mi idolatrado E.M. Forster, que centra su relato en la transformación que sufre una joven de clase alta en la reprimida Inglaterra eduardiana, al viajar a Florencia y entran en contacto con la monumentalidad circundante que suscita en ella el italiano descubrimiento de la pasión.
   Llevado al terreno de la moda masculina es quizá desde donde mejor pueda analizarse hoy en día esa aseveración. Nada puede objetarse ni a italianos ni británicos sobre su tradicional estilo y elegancia. Y es en sus calles donde se derrama esa cultura por las hechuras, los cortes y los complementos, traspasando el ideal mundo teórico de las revistas de moda y tendencias.
   El hombre británico siempre ha sido pura sastrería. Y ha sabido adaptarla a la modernidad sin perder un ápice de su veneración a la tradición. Como todo en lo británico, para mí tan admirable. Desde los paños de lana de tweed con los que dieron forma a la chaqueta y chalecos Harris creados para el ocio campestre por artesanos escoceses, hasta the golden mile of tailoring en Savile Row donde la sastrería a medida con telas lisas, de raya diplomática o en príncipe de gales cobra dimensiones artísticas por el cuidado, la dedicación y el buen gusto empleados.



   

   O la invención del trench coat (el abrigo trinchera) durante la Primera Guerra Mundial, con objeto de dotar a los soldados de una prenda que resultara caliente a la vez que impermeable, que ha convertido a esa sarga mezclada de lana y algodón en un básico de cualquier fondo de armario.
   De la cabeza a los pies, con unos elegantes zapatos Oxford y una visera de lana, o con una declinación infinita de tartans escoceses o patas de gallo. Han creado símbolos mundialmente reconocibles de elegancia, y han sido capaces de exportarlos manteniendo inalterables sus cimientos.
   Mezclados con unos jeans, con camisetas…y completados con estéticas capilares que van desde el pelo alborotado cuidadosamente estudiado, hasta el impecable corte a navaja que rapa nucas y laterales, y juega cándido con los largos flequillos.
   Algún detalle iconográfico elaborado a base de union jacks, y ya tenemos perfectamente definido el modelo de hombre británico contemporáneo que perdurará eternamente fiel a sus raíces y siendo al tiempo el más innovador y rompedor creando nuevas tendencias de moda.




   El hombre italiano no surge de una elegancia tradicional, sino inventada en el pasado siglo. Los italianos inventaron el diseño, encontrando en ello no sólo una industria próspera sino una forma de vida.
   En su caso las sedas, en esa vocación marcopolesca que les perdura en su código genético, trabajadas con primor en sus corbatas, pañuelos y fulares, fueron su primera seña de identidad.
   Luego la camisería, con sus tallajes estrechos, eso que luego el mundo anglosajón denominaría slim fit, sus cuellos anchos de varias abotonaduras o cerrados para quedar perfectamente encajados.
   El hombre italiano ama la ropa y todos sus complementos. Los hace suyos, los personaliza, se muestra cómodo y se arriesga. Con unas imprescindibles gafas de sol de diseño, un reloj deportivo, una chaqueta cruzada y un colorido fular complementando o contrastando los tonos de su camisa, el italiano puede reconocerse desde lejos.



   De esa mezcla de lo inglés y lo italianizado surge un surtidor de elegancia tan agradable de paladear como difícil de conseguir. Hay que nacer inglés o italiano (o en mi caso ser consciente, como digo siempre, del error garrafal de la cigüeña que me trajo…aunque para dar cera a la falta de estilo del hombre español ya habrá tiempo) para ser un paradigma del buen gusto, para dar valor a lo superficial como prolongación de lo que en realidad se es, para distinguirse y resultar atractivo, para aferrarse a las tradiciones siendo los más modernos, para enaltecer al diseño que trabaja para dar continuidad a una parcela de la vida tan imprescindible como es reconocernos únicos y diferentes delante de un espejo.





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