Pundonor.
1.(s. m.)Sentimiento que mueve a una persona a cuidar su prestigio y
buena fama y a intentar quedar bien ante sí mismo y los demás.
Siempre he sentido fascinación por esta
palabra. Sus resonancias son épicas, caballerescas, y entroncan inevitablemente
con tiempos en los que los valores en sí mismos y su cumplimiento práctico
marcaban la diferencia entre quienes eran o no hombres de bien.
( Digo hombres en genérico, y
negándome tajantemente a esa costumbre tan moderna de utilizar la @ para
aseverar machaconamente un innecesario concepto de igualdad que para mí es consustancial
a hombres y mujeres. Bien es cierto que en las épocas evocadas por el vocablo
los hombres eran los guerreros y las mujeres las invisibles. Lo doy por
zanjado).
Creo que el propio desuso de la palabra
pundonor en nuestros días termometriza una realidad que afecta a partes iguales
a la vida pública y a la privada.
No me quedan ganas de referirme ni de
soslayo a la ausencia evidente, contrastada y enquistada de este sentimiento al
que me estoy refiriendo por parte de cualquier miembro de la clase política.
Tiene el pundonor un punto egocéntrico en su
definición que me entusiasma. La satisfacción que obtiene uno mismo al sentirse
conseguidor de sus propios objetivos, las más de las veces alcanzados a través
de un descampado trufado de desolación, insolidaridad y envidias. No cejar,
caerse y levantarse, arrastrarse herido en el tramo final, pero conseguir
cortar la cinta con el pecho al llegar a la meta.
Por mis huevos, por vergüenza torera, o
simplemente porque uno tenga claro que en la vida hay que tratar, simplemente,
de hacer bien todo lo que se acometa, elevando la responsabilidad individual al
concepto de baluarte.
Cómo ha decaído el pundonor, por ejemplo, en
muchos ámbitos laborales. Puede justificarse, si se quiere, por la endémica
frustración que muchos sienten al no conseguir trabajar en lo que quieren o en
lo que les gusta. Creo que es un error. Todo trabajo es noble mientras
proporcione alimento. Lo que existe es un exceso de desidia, una alarmante tendencia
a la queja, a la crítica barata, a camuflar en los corrillos la propia mediocridad.
Muchos no se esfuerzan más que por cumplir su jornada y que no les echen, pero
nada ponen de pundonor para sentirse sobresalientes, para experimentar la
sensación magnífica de la superación de los límites imaginarios. Organización (método),
trabajo (acción) y pundonor (voluntad). Seguro que no me corrigen en ninguna Escuela de Negocios, si
asevero que esa es la única clave que prepara para el triunfo. Y cuando el
triunfo no llega…apelamos con superficialidad fácil a un entorno poco propicio o
le damos al culpable una apariencia que nunca es la de nosotros mismos. Nos
falta pundonor. Se ha perdido el espíritu del guerrero. Bueno, nos queda Rafa
Nadal…y algún torero.
El prestigio y la buena fama ya ni se
consideran. Bien es cierto que ya nadie da ejemplo, y solemos caer en un "
pero si haga lo que haga me va a dar igual" tan puramente conformista como
despotricados son los aspavientos que lo acompañan. Vemos que todo tiene un
precio, y que siempre hay alguien dispuesto a pagarlo. Oferta y demanda no
siempre coinciden con prestigio y buena fama. Es más, cuanto más negra sea la
leyenda, cuanto más morboso el montaje para el común televidente, más
exponencialmente suele subir la cotización.
A veces deja hasta de preocuparnos que nos
quieran, y obramos erráticamente en una espiral que siempre acaba en nuestro
ombligo. Damos de lado el tratar de entender que el otro puede tener otras
necesidades, otras prioridades, otros legítimos motivos tan válidos como los
nuestros, y que tratar de empatizar es empezar a querer.
Pundonor. Que se nos caiga la cara de vergüenza
si tras nuestra jornada laboral no hemos cumplido con todos nuestros cometidos,
que nos sintamos casquillos sin bala si no conseguimos hacer felices a quienes
nos quieren, que el ardor guerrero sin reminiscencias presida nuestros credos.
Dar lo máximo, exigirnos todo, estirarnos hasta límites de máxima holgura…por
pundonor.
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