viernes, 23 de mayo de 2014

PUNDONOR


Pundonor.

1.(s. m.)Sentimiento que mueve a una persona a cuidar su prestigio y buena fama y a intentar quedar bien ante sí mismo y los demás. 

   Siempre he sentido fascinación por esta palabra. Sus resonancias son épicas, caballerescas, y entroncan inevitablemente con tiempos en los que los valores en sí mismos y su cumplimiento práctico marcaban la diferencia entre quienes eran o no hombres de bien.
   ( Digo hombres en genérico, y negándome tajantemente a esa costumbre tan moderna de utilizar la @ para aseverar machaconamente un innecesario concepto de igualdad que para mí es consustancial a hombres y mujeres. Bien es cierto que en las épocas evocadas por el vocablo los hombres eran los guerreros y las mujeres las invisibles. Lo doy por zanjado).
   Creo que el propio desuso de la palabra pundonor en nuestros días termometriza una realidad que afecta a partes iguales a la vida pública y a la privada.
   No me quedan ganas de referirme ni de soslayo a la ausencia evidente, contrastada y enquistada de este sentimiento al que me estoy refiriendo por parte de cualquier miembro de la clase política.
   Tiene el pundonor un punto egocéntrico en su definición que me entusiasma. La satisfacción que obtiene uno mismo al sentirse conseguidor de sus propios objetivos, las más de las veces alcanzados a través de un descampado trufado de desolación, insolidaridad y envidias. No cejar, caerse y levantarse, arrastrarse herido en el tramo final, pero conseguir cortar la cinta con el pecho al llegar a la meta.
   Por mis huevos, por vergüenza torera, o simplemente porque uno tenga claro que en la vida hay que tratar, simplemente, de hacer bien todo lo que se acometa, elevando la responsabilidad individual al concepto de baluarte.

  Cómo ha decaído el pundonor, por ejemplo, en muchos ámbitos laborales. Puede justificarse, si se quiere, por la endémica frustración que muchos sienten al no conseguir trabajar en lo que quieren o en lo que les gusta. Creo que es un error. Todo trabajo es noble mientras proporcione alimento. Lo que existe es un exceso de desidia, una alarmante tendencia a la queja, a la crítica barata, a camuflar en los corrillos la propia mediocridad. Muchos no se esfuerzan más que por cumplir su jornada y que no les echen, pero nada ponen de pundonor para sentirse sobresalientes, para experimentar la sensación magnífica de la superación de los límites imaginarios. Organización (método), trabajo (acción) y pundonor (voluntad). Seguro que no me corrigen en ninguna Escuela de Negocios, si asevero que esa es la única clave que prepara para el triunfo. Y cuando el triunfo no llega…apelamos con superficialidad fácil a un entorno poco propicio o le damos al culpable una apariencia que nunca es la de nosotros mismos. Nos falta pundonor. Se ha perdido el espíritu del guerrero. Bueno, nos queda Rafa Nadal…y algún torero.


   El prestigio y la buena fama ya ni se consideran. Bien es cierto que ya nadie da ejemplo, y solemos caer en un " pero si haga lo que haga me va a dar igual" tan puramente conformista como despotricados son los aspavientos que lo acompañan. Vemos que todo tiene un precio, y que siempre hay alguien dispuesto a pagarlo. Oferta y demanda no siempre coinciden con prestigio y buena fama. Es más, cuanto más negra sea la leyenda, cuanto más morboso el montaje para el común televidente, más exponencialmente suele subir la cotización.
   A veces deja hasta de preocuparnos que nos quieran, y obramos erráticamente en una espiral que siempre acaba en nuestro ombligo. Damos de lado el tratar de entender que el otro puede tener otras necesidades, otras prioridades, otros legítimos motivos tan válidos como los nuestros, y que tratar de empatizar es empezar a querer.
   Pundonor. Que se nos caiga la cara de vergüenza si tras nuestra jornada laboral no hemos cumplido con todos nuestros cometidos, que nos sintamos casquillos sin bala si no conseguimos hacer felices a quienes nos quieren, que el ardor guerrero sin reminiscencias presida nuestros credos. Dar lo máximo, exigirnos todo, estirarnos hasta límites de máxima holgura…por pundonor.


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