martes, 13 de mayo de 2014

PETER PAN DE SALDO

   La culpa la tiene la genética. ¡Cuánto daño le ha hecho la genética a mi familia! Bueno, a unos más que a otros. Conmigo, desde luego, se ha cebado.
   Porque aunque exhiba todo chulo mi DNI como prueba irrefutable de mi edad biológica ante una audiencia incrédula , nací en el 67. Y todo es mío. El pelo que me sigue creciendo al mismo ritmo que los verdes pastos anegados por la lluvia de mi norte natal, y que me obliga a frecuentar mi peluquería de cabecera con periodicidad mensual si quiero mantener la estética de mi peinado. Y oye, nada más que un par de canas entreveradas como pidiendo su turno y viéndose permanentemente postergadas. Juro que no me tiño. Bueno, el champú johnsons baby camomila con el que me lavo el pelo, creo que no cuenta como tinte.

   Dicen que me cuido. Y dicen bien. Trato de llevar una alimentación equilibrada (amo la menestra de verduras por encima de todas las cosas, vuelvo cada noche de trabajar soñando con mi bowl de ensalada mezclum de bolsa, y las frutas de temporada o la siempre fiel manzana kanzi rodean mi existencia cotidiana), voy al gimnasio cada mañana (aunque tenga que pegarme con las mafias de jubilados que lo han tomado al asalto y se reparten los turnos de la elíptica cual números invisibles de la pescadería), y uso cremas (del Mercadona, pero cremas...de caviar, ahí es nada). No fumo, no bebo, y de lo otro todo lo que puedo. Pero conozco a muchos coetáneos e incluso bastante más jóvenes que haciendo lo mismo que yo, se asoman derrotados a la calle con una dejadez conformista para mí inexplicable.
   Trato de mantener mi talla, y no solo eso, sino que trato de vestirla con modernidad, comodidad y elegancia. Puro fashionismo, que no sé ya muy bien si es herencia de mi hija o viceversa de tan gratamente sorprendido como estoy de ese crucial punto en común con una adolescente.
   Me mantengo culturalmente inquieto. Sin olvidar mis fuentes clásicas, esas que a mi generación sin wikipedias nos hizo acreedores de la mejor cultura general de la historia de este país, me ocupo de estar vivo en tendencias artísticas,literarias y musicales. Además, combino magistralmente lo sesudo con el petardeo televisivo, y lo mismo puedo comentar las intervenciones musicales de Pepi Valladares (la ex asistente personal de la Pantoja) en el Sálvame Deluxe, que el montaje de Hanneke de La flauta mágica en el Teatro Real.
   Y es por todo ello que muchos de los espejos en los que me miro, tras llenar de vaho la estancia en la que se encuentran, me devuelven una única señal al airearla: llevan escrito PETER PAN...así, con mayúsculas y trazo grueso. Y veo esa leyenda identificativa más que la densidad cambiante de mis pupilas según los grados de penumbra.

   Pero si soy un Peter Pan, lo soy de saldo. Introspección mediante, no escatimo autocríticas. No es que no quiera crecer...es que me obligaron a ser un niño viejo cuando debía andar de botellón.Tan formal, tan modélico y tan triste, he encontrado en la genética mi venganza. Por un precio muy económico,adicto como soy a un inabarcable mundo low cost de todos los colores y formatos posibles, éste Peter Pan se encara al futuro de un modo tan ingenuo como atroces han sido las experiencias vividas.¿ Pura inmadurez, absoluta falta de inteligencia? ¿O tal vez es sólo la esperanza de fotografiarse, al fin, sobre una alfombra roja vistiendo ese tuxedo de Armani que tiene guardado en el desván de la recámara última donde la vida es justa poéticamente al menos un breve instante?

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