Se trata definitivamente de una carencia cultural. No
solamente jamás se le ha prestado atención en este país a la moda masculina,
sino que el simple hecho de mostrar afición o atrevimiento en el vestir ha sido
sistemáticamente cercenado por la mediocridad circundante. Calificativos que
abarcaban despectivamente todas las declinaciones del afeminamiento no eran la
mejor cantera para sacar de la prehistoria al macho ibérico.
No pretendo
elaborar una tesis que me obligue a remontarme a siglos o simplemente a décadas
pasadas. Lo que veo en la sociedad española en la que vivo es lo que me
preocupa, y mi estupefacción, unida a mi endémica capacidad de observación, lo
que me autoriza a diseccionar un panorama claramente desalentador.
No es
posible apelar al falso binomio que une elegancia con capacidad económica.
Primero porque la elegancia ni se adquiere ni se compra, y segundo porque en un
mundo low cost como en el que vivimos
no hay excusa para el desaliño.
Por el
mismo dinero un hombre puede vestir en España con un forro polar del décathlon o con un cárdigan de punto de
H&M; con una camiseta de la selección española de fútbol (ganadora del
mundial) o con una básica de algodón de corte ajustado de Primark; con unos
calcetines blancos y zapatillas de deporte de mercadillo o con zapatos Oxford
de Pull&Bear. Es cuestión de poner un poco de interés y exactamente los mismos
euros.
Por otro
lado, España sigue viviendo bajo el concepto de la uniformidad. El porqué al
llegar a los cuarenta se militaba hasta el fin de los días en el pantalón de
vestir gris de tergal, los jerseys acrílicos azul marino de cuello en pico con
camisas discretas lisas o de rayas…o porqué en verano el súmmum de la elegancia
se ha considerado un pantalón chino, un polo de algodón y un zapato náutico…o
porqué las corbatas de los anodinos trajes grises y azules de los ejecutivos no
se prestan al menor atrevimiento…no tiene más explicación que el miedo a
destacar. La integración masiforme es patrimonio exclusivo del español, el
medio natural donde sentirse seguro.
La sombra del landismo sigue siendo alargada. Y el complejo de inferioridad y el sentido del ridículo es lo que más nos condiciona. Así nuestras calles, nuestros transportes públicos siguen trasladándonos, salvo excepciones, a las imágenes de Albania durante el comunismo o a la de los asilados y refugiados políticos de países en guerra. Puro y triste monocromatismo. Líneas rectas. Ninguna concesión al estilo ni a las tendencias, no vaya a ser que perdamos nuestra casposa esencia carpetovetónica, eso que nos llevó a ser un Imperio en el que no se ponía el sol…
La
complexión física del español medio tampoco ayuda. No es fácil parecer elegante
cuando los pantalones no estilizan si no llegas al metro ochenta, o cuando las
americanas no abrochan por la prominencia de las tripas. Ahora hay una nueva
generación alimentada en mejores pastos, que moldea su cuerpo en el gimnasio y
que se preocupa al menos de darse una vuelta por cualquier Zara. La
pena es que son carne de HMYV (hombres mujeres y viceversa, para no entendidos
en frikismo televisivo, programa de emparejamientos presentado por Emma García
en Tele 5), y la impecable percha y el punto de estilo lo destrozan por
completo con su escasa cultura y su absoluta falta de inquietud hacia ninguna
parcela del conocimiento no carnal. Así que estamos arreglados…si no generan
cultura de la de siempre difícilmente contribuirán a crear señas de identidad
propias dentro del mundo de la moda.
Retomo así
mi post de ayer ("Inglese Italianato") y concluyo apesadumbrado sobre
los varios cuerpos de distancia que nos separan de los hombres de otras
nacionalidades que no pierden ni un ápice de virilidad por ponerse un fular
estampado, ni pantalones de colores ni chaquetas entalladas.
Los hombres
que se preocupan de su propia estética son más hombres, porque arriesgan. Son
más inteligentes, porque piensan. Son más deseables, porque están más bellos. Y
las mujeres y los hombres lo agradecen. La armonía en el vestir, el
refinamiento, lo depurado, lo valiente…no es más que la traslación exterior de
lo que exclusivamente puede ofrecerse por dentro. Detesto a quienes califican
la moda de superficial. Superficial es ir a trabajar en chanclas y bermudas, o
ponerse un chándal cuando ni siquiera se es deportista.
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