jueves, 22 de mayo de 2014

ESPAÑA CAÑÍ

   Se trata definitivamente de una carencia cultural. No solamente jamás se le ha prestado atención en este país a la moda masculina, sino que el simple hecho de mostrar afición o atrevimiento en el vestir ha sido sistemáticamente cercenado por la mediocridad circundante. Calificativos que abarcaban despectivamente todas las declinaciones del afeminamiento no eran la mejor cantera para sacar de la prehistoria al macho ibérico.
   No pretendo elaborar una tesis que me obligue a remontarme a siglos o simplemente a décadas pasadas. Lo que veo en la sociedad española en la que vivo es lo que me preocupa, y mi estupefacción, unida a mi endémica capacidad de observación, lo que me autoriza a diseccionar un panorama claramente desalentador.
   No es posible apelar al falso binomio que une elegancia con capacidad económica. Primero porque la elegancia ni se adquiere ni se compra, y segundo porque en un mundo low cost como en el que vivimos no hay excusa para el desaliño.
   Por el mismo dinero un hombre puede vestir en España con un forro polar del décathlon o con un cárdigan de punto de H&M; con una camiseta de la selección española de fútbol (ganadora del mundial) o con una básica de algodón de corte ajustado de Primark; con unos calcetines blancos y zapatillas de deporte de mercadillo o con zapatos Oxford de Pull&Bear. Es cuestión de poner un poco de interés y exactamente los mismos euros.
   Por otro lado, España sigue viviendo bajo el concepto de la uniformidad. El porqué al llegar a los cuarenta se militaba hasta el fin de los días en el pantalón de vestir gris de tergal, los jerseys acrílicos azul marino de cuello en pico con camisas discretas lisas o de rayas…o porqué en verano el súmmum de la elegancia se ha considerado un pantalón chino, un polo de algodón y un zapato náutico…o porqué las corbatas de los anodinos trajes grises y azules de los ejecutivos no se prestan al menor atrevimiento…no tiene más explicación que el miedo a destacar. La integración masiforme es patrimonio exclusivo del español, el medio natural donde sentirse seguro.

                  

   La sombra del landismo sigue siendo alargada. Y el complejo de inferioridad y el sentido del ridículo es lo que más nos condiciona. Así nuestras calles, nuestros transportes públicos siguen trasladándonos, salvo excepciones, a las imágenes de Albania durante el comunismo o a la de los asilados y refugiados políticos de países en guerra. Puro y triste monocromatismo. Líneas rectas. Ninguna concesión al estilo ni a las tendencias, no vaya a ser que perdamos nuestra casposa esencia carpetovetónica, eso que nos llevó a ser un Imperio en el que no se ponía el sol…
   La complexión física del español medio tampoco ayuda. No es fácil parecer elegante cuando los pantalones no estilizan si no llegas al metro ochenta, o cuando las americanas no abrochan por la prominencia de las tripas. Ahora hay una nueva generación alimentada en mejores pastos, que moldea su cuerpo en el gimnasio y que se preocupa al menos de darse una vuelta por cualquier Zara. La pena es que son carne de HMYV (hombres mujeres y viceversa, para no entendidos en frikismo televisivo, programa de emparejamientos presentado por Emma García en Tele 5), y la impecable percha y el punto de estilo lo destrozan por completo con su escasa cultura y su absoluta falta de inquietud hacia ninguna parcela del conocimiento no carnal. Así que estamos arreglados…si no generan cultura de la de siempre difícilmente contribuirán a crear señas de identidad propias dentro del mundo de la moda.


   Retomo así mi post de ayer ("Inglese Italianato") y concluyo apesadumbrado sobre los varios cuerpos de distancia que nos separan de los hombres de otras nacionalidades que no pierden ni un ápice de virilidad por ponerse un fular estampado, ni pantalones de colores ni chaquetas entalladas.

   Los hombres que se preocupan de su propia estética son más hombres, porque arriesgan. Son más inteligentes, porque piensan. Son más deseables, porque están más bellos. Y las mujeres y los hombres lo agradecen. La armonía en el vestir, el refinamiento, lo depurado, lo valiente…no es más que la traslación exterior de lo que exclusivamente puede ofrecerse por dentro. Detesto a quienes califican la moda de superficial. Superficial es ir a trabajar en chanclas y bermudas, o ponerse un chándal cuando ni siquiera se es deportista. 

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