De los tensos, ajustados y opresivos corsés con los
que engañaron la visión externa de nuestras ideas y pensamientos hemos sido
víctimas generaciones enteras. La prolija abotonadura de presillas y corchetes
situada en la espalda nos obligaba a ser contorsionistas si queríamos
desembarazarnos de él para ser autosuficientes, y las más de las veces comprobábamos
impotentes que no podíamos. Estaban bien inventados, no solo para aparentar
embellecimiento sino para constreñir y apresar el tórax a cadena perpetua.
Fueron llegando las ayudas externas en forma de
ideas liberadoras, pero el marchamo a fuego había dejado tal huella, que por un
momento nos veíamos con las chichas descoyuntadas, fofos sin la perfecta
estructura que modelaba nuestra figura.
Daba igual. Tuvimos que romper los deformantes
espejos de las ferias, esos que nos devolvían imágenes distorsionadas a
propósito, para conseguir vernos tal y como en realidad éramos. Y tuvimos
después que aceptarnos, y los que quisimos empezamos a someternos a una dura y
disciplinada rutina de ejercicios que nos cincelara las partes más caducas de
nuestra anatomía a base de lectura, viajes y avidez de conocimiento.
Y en esas seguimos los que hemos decidido que la
capa epidérmica de nuestra vida no sea un corsé, los que seguimos defendiendo
el nudismo intelectual o el vaporoso vestido con falda de vuelo de alta
costura. Hay ocasiones propicias para lucirse y mostrarse en sociedad, otras para
ocultarse en la búsqueda de lo que en uno mismo pueda hacernos perdurables,
algunas para compartirlo todo y otras para negar hasta el saludo. Ahí radica
nuestra libertad como hombres y mujeres.
Por eso me convulsionan los rebrotes de clasismo que
me obligan a aceptar lo que la mediocridad de otros vende como un valor
absoluto. Vuelvo a sentirme como si quisieran reimplantarme el corsé, y
maliciosamente me lo vendieran como la última creación de París. Primero porque
no lo necesito ya. Estoy fibrado y sigo estrictamente mi propia dieta, no
tolero determinados alimentos. Segundo, porque la moda ha evolucionado gracias
a Dios, y puedo o no seguir sus dictados. Milito en un street style propio que me confunde con el resto más que me
destaca, y así me siento cómodo y elegante a mi manera. Y tercero, porque con
corsé o sin él, nadie es más que nadie. Si tuviera que hacer una criba, el
listón lo pondría en el talento. Y no me parecen precisamente las personas más
talentosas aquellas que proclaman con su estrechez de miras que lo suyo siempre
es lo mejor. Se pierden tantas cosas…
Así que me aterrorizo cuando un hombre público se
muestra condescendiente en el discurso porque su interlocutora es una mujer. Y
se me representa de inmediato como el carpetovetónico machote rodeado de amigos
en un bar con la barra de acero inoxidable y los jamones colgados del techo,
mientras comentan el partido de fútbol del plus con unas cervecitas y un
palillo entre los dientes. Aún queda mucho de eso en éste país. Y sus
conversaciones denigrando a las mujeres y reduciéndolas a la categoría de chochitos
calientes, no hacen más que ocultar con total seguridad su absoluta falta de
calidad en el terreno amatorio y su inquebrantable estulticia como personas.
Ellos se pierden el enriquecimiento de la igualdad,
la inconmensurable capacidad organizativa de las mujeres, su pragmatismo
cotidiano y su emocionalidad consciente. Su mayor inteligencia es la que nos ha
salvado a los hombres de tantos naufragios.
No me venda que lo suyo es lo mejor, señor Cañete,
no me amenace con volver a ponerme el corsé del clasismo, del machismo ni del
elitismo, porque ni lo quiero ni lo necesito. No creo en las castas, no creo en las superioridades
salvo en las de la inteligencia. No quiero una sociedad en la nos preocupe
dejar hablar a las mujeres. Ellas necesitan comunicarse mucho más que nosotros,
y es gracias a esos análisis detallados que ponen de manifiesto con su oratoria
que logramos ser conscientes de dónde está el problema y por dónde anda la
solución.
¿Un ya viejete superficial y hedonista como tú hablando de clasismo? eres la quinta esencia del mismo.
ResponderEliminarLo de Cañéte-y líbreme Allah de defender al PP- ni lo entendiste ni lo has querido entender.
Cañete quiso ser cortés con la Marimachunga ordinaria de Valenciano y utilizó el pretexto de ser mujer con ánimos caballerescos por no decir la verdad, que Valenciano es una nulidad y un erial de inteligencia y saber estar.
Si hay algo peor que un progre, esos sois los pijoprogres aburguesados de derechas
Lo tenéis mal, la gente siempre prefiere alo auténtico.