La
solidaridad no parece cosa de ricos. O sí lo
parece, pero las más de las veces nadie cree que sea del todo verdad. Siempre
cabe la sospecha de que lo hacen para acallar sus sucias conciencias usureras,
y que el sentimiento de reequilibrio social no brota de una convicción del alma
sino de una medida cosmética
orquestada desde los departamentos de márketing o de asesoría de imagen de las
empresas, cuando no por una mera cuestión de desgravación fiscal.
Es difícil
también que ese espejismo de conmiseración hacia los más desfavorecidos se prolongue
de forma constante en el tiempo. Es más, tan habituados como estamos a renombrar
el calendario, como un moderno santoral
pagano, se preasigna un día de concienciación para una causa determinada, y
entorno a ella se orquestan una serie de eventos
de carácter divulgativo y recaudatorio.
Pero
alejémonos de la tentación del maniqueísmo,
y demos por buenas cualquiera de estas manifestaciones de solidaridad, bien
entendida por supuesto desde la transparencia y la integridad, sin personas
interpuestas que detraigan para sí un porcentaje de los beneficios obtenidos.
El sábado
del último fin de semana de mayo está señalado en rojo para todo el alumnado y
profesorado del King´s College de Soto de Viñuelas, sus familias, y por
extensión a toda la comunidad británica radicada en Madrid y alrededores.
Tiene lugar la May Fair, una fiesta lúdica y divertida que celebra al aire
libre de la sierra la llegada de la primavera y recauda fondos para tres
proyectos solidarios en los que se trabaja desde hace años, uno en Haiti ( Holding
Hands with Haiti), otro en Nepal (Child Bright Foundation) y el último
en Jordania (Un Sueño Compartido).
La premisa
es pasar un día agradable comiendo especialidades
exóticas, a las que son tan aficionados los británicos con su extenso pasado
colonial, en puestos repartidos a lo largo y ancho del patio del colegio;
comprando boletos para las rifas y
tómbolas de todo tipo de objetos donados por los alumnos o por sponsors
oficiales; asistiendo a competiciones
deportivas; accediendo a la compra de libros en inglés en una gran librería montada al efecto; y disfrutando
de los espectáculos musicales en vivo
sobre el escenario en los que participan todos los integrantes del centro,
desde personal directivo hasta profesores, pasando por alumnos de todas las
edades.
Es una
jornada de encuentro, de convivencia. Quizá la más propagandísticamente aireada. Es cuanto menos curioso que,
así como a veces los padres de los alumnos de este centro se pierden a nivel
curricular dada la inmersión en el sistema educativo británico, tan diferente al
español, y la información no es siempre todo lo fluida que sería necesario,
desde varias semanas antes a la May Fair son decenas las circulares
y emails recibidos con todo tipo de indicaciones sobre los horarios, el
aparcamiento, las actividades, las solicitudes de voluntariado para colaborar
en cualquier misión ese día, etc…
Me quedo
con el obligado y protocolario paso por las
mesas de cambio repartidas por todo el campus, dado que el dinero de curso
legal debe ser sustituida por pequeñas monedas de plástico de colores con
valores diferentes, únicas válidas para poder invertir en cualquiera de los
puestos, tómbolas o casetas.
Me quedo
con un plato de curry de pollo con arroz, el ya tradicional "Curry
in a hurry", que como no estés precavido vuela con la misma
rapidez que te lo comes.
Me quedo
con el puesto de comida libanesa con sus deliciosos falafel, hummus y taboule.
Me quedo
con cualquiera de los dulces postres caseros que venden las "Sweet
Mamas", siempre tan encantadoras con sus delantales de puntillas y
sus uñas pintadas regalando sonrisas a todos los visitantes que se acercan a su
mesa.
Me quedo
con el descubrimiento de nuevos talentos vocales entre los alumnos del centro,
emulando de forma sorprendente y a veces hasta sobrecogedora a estrellas del
pop británico como Adele o Coldplay, y aportando esa misma
estética indeleble que los hace únicos e irrepetibles (esas botas Dr. Martens verdes con vestido estampado de tirantes de una de las intérpretes me pareció la quintaesencia del espíritu inglés), y que justifica que hayan
llegado donde lo han hecho a nivel internacional.
Me quedo con
las coreografías que las rubias y
nativas jóvenes profesoras preparan con profesionalidad, sin ningún sentido del
ridículo, producto de muchas horas de ensayo fuera de su horario laboral.
Me quedo
sobre todo con la sensación de que en el fondo, no te gastas más de lo que lo
harías cualquier otro sábado y al menos estos británicos parece que te ofrecen
confianza en lo que es el buen fin de tu colaboración solidaria.
Long live the May Fair!
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