Es
duro ser eurofan. It´s hard. C´est trés dure. Asociado en un
primer momento a lo hortera, después a lo friki, para acabar convirtiéndose en
un movimiento decididamente gay, para alguien que no es ninguna de esas tres
cosas sigue siendo duro reconocerse abiertamente eurofan.
Llevo fuera de ese armario, militando en el eurofans pride, desde hace más de 40
años. He padecido escarnios, burlas y mofas, he sido juzgado y etiquetado erróneamente, y me he visto impelido a participar hasta
en peleas por defender una marca de identidad que propongo estudiar algún día
dentro de la cadena de mi ADN.
Que fuera un niño gordito con cara de muñeca
antigua que contoneaba su pandero al caminar, no sólo me hizo incapaz de subir
la cuerda en clase de gimnasia sino que me granjeó el bonito mote de "culo
de hawaiana" entre mis compañeros (por utilizar la fórmula de cortesía);
que detestara jugar al fútbol en el recreo tampoco ayudaba, y como no
encontraba ningún otro bicho raro como yo (otro gallo me hubiera cantado si mis
padres hubieran tenido la deferencia de enviarme a un colegio mixto), opté por refugiarme en
la lectura, la escritura y el cine, y una vez al año en el Festival de
Eurovisión.
A falta de enemigos externos, los de dentro
aprovechaban la cariñosa cercanía para saldar cuentas pendientes conocedores
sin duda de que Eurovisión era mi punto más vulnerable. Verbigracia, mi hermano
solía subirse a un taburete para acceder al cuadro eléctrico del hogar familiar
y procedía a bajar todos los automáticos justo unos segundos antes de que
actuara España. O, en unos años 80´s dominados por el VHS, resultaba que mi
cinta virgen, pagada con mi dinero, destinada ad hoc para recoger completo para
la posteridad, cada año, el festival, era utilizada maliciosamente para grabar
encima partidos de fútbol o de baloncesto. Daba igual que al año siguiente
rompiera la pestañita que hacía inviolable a mi cinta de VHS; mi hermano le
ponía un trozo de celo y procedía del mismo modo. Mis gritos, lloros y
puñetazos aún se recuerdan, y en ello está quizá el germen de una cierta
incompatibilidad aflorada con mi sector fraternal ya en la vida adulta.
Pero aunque resulte difícil de creer, esa
dureza tuvo en mí un efecto salvífico. Soñar con Eurovisión me concienció desde
los años de la transición del grave error de una cigüeña desorientada en
tiempos en los que no se estilaban los GPS´s en ese tipo de envíos humanos. Me
soltaron en España por error, de eso nunca tuve la menor duda. No sé si pudo
más el anticiclón de las Azores que la borrasca sobre las islas británicas
aquel noviembre de 1967, pero fue descubrir lo que se encerraba más allá de esa
sucesión rítmica y melódica de canciones una vez al año, lo que me convirtió en
un transexual de la nacionalidad. Y era contradictorio, porque yo quería que
ganara España, pero me sentía más identificado con las baladas melifluas
cantadas tan guturalmente en francés , con los ritmos pop británicos, o con los
himnos vikingos que traían los países escandinavos, que con Peret, Remedios Amaya o las Azúcar Moreno.
Y ahí mi primera reinvención ( las varias
siguientes ya vendrán más adelante, lo juro), la
que no sólo me permitió identificar Nicosia en el mapa, o aprender que kalispera en griego significa buenas
noches, sino que me impulsó al estudio de idiomas para sentirme plenamente
europeo al menos una noche al año tratando de entender sin traducción
simultánea todo cuanto seguía al himno de eurovisión con el que daba inicio la
conexión con el país encargado de organizar el festival.
Eurovisión también hizo de mí un viajero
impenitente por toda Europa, y la confirmación constante de que eran ciertas todas
mis sospechas: la puñetera cigüeña, definitivamente, se había tomado alguna
sustancia por el pico y me soltó en el lugar incorrecto, la muy capulla. Pero
esa cultura viajera, en los permeables ojos de un observador compulsivo, me ha
ido dando la vida en cada truculenta nueva vuelta de tuerca del camino. Una
escapada a Londres, a Roma, a Estocolmo, a París…y como nuevo para otra
temporada.
Y ahora el milagro se llama YouTube. Sólo
hay que cambiar el año, dejando inalterable las siglas en inglés (ESC) y la
palabra full. Con eso es suficiente
para poder evocar casi todos los recuerdos importantes de mi vida, asociados
indefectiblemente al escenario, los participantes y el ganador de aquel año del
Festival de Eurovisión, en versión completa y a demanda. Marie Myriam ganó con "l´oiseau et l´enfant " el año que
hice mi primera comunión; el festival de Roma del 91 fue el primero que viví ya
emancipado del tóxico hogar familiar…y podría seguir así año por año sin
equivocarme, vinculándome como hombre a Eurovisión de forma permanente. Ahí es
nada: poder decir lo mismo hasta en 5 idiomas.
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