miércoles, 14 de mayo de 2014

SER EUROFAN


   Es duro ser eurofan. It´s hard. C´est trés dure. Asociado en un primer momento a lo hortera, después a lo friki, para acabar convirtiéndose en un movimiento decididamente gay, para alguien que no es ninguna de esas tres cosas sigue siendo duro reconocerse abiertamente eurofan.
   Llevo fuera de ese armario, militando en el eurofans pride, desde hace más de 40 años. He padecido escarnios, burlas y mofas, he sido juzgado y etiquetado erróneamente, y me he visto impelido a participar hasta en peleas por defender una marca de identidad que propongo estudiar algún día dentro de la cadena de mi ADN.
   Que fuera un niño gordito con cara de muñeca antigua que contoneaba su pandero al caminar, no sólo me hizo incapaz de subir la cuerda en clase de gimnasia sino que me granjeó el bonito mote de "culo de hawaiana" entre mis compañeros (por utilizar la fórmula de cortesía); que detestara jugar al fútbol en el recreo tampoco ayudaba, y como no encontraba ningún otro bicho raro como yo (otro gallo me hubiera cantado si mis padres hubieran tenido la deferencia de enviarme  a un colegio mixto), opté por refugiarme en la lectura, la escritura y el cine, y una vez al año en el Festival de Eurovisión.
   A falta de enemigos externos, los de dentro aprovechaban la cariñosa cercanía para saldar cuentas pendientes conocedores sin duda de que Eurovisión era mi punto más vulnerable. Verbigracia, mi hermano solía subirse a un taburete para acceder al cuadro eléctrico del hogar familiar y procedía a bajar todos los automáticos justo unos segundos antes de que actuara España. O, en unos años 80´s dominados por el VHS, resultaba que mi cinta virgen, pagada con mi dinero, destinada ad hoc para recoger completo para la posteridad, cada año, el festival, era utilizada maliciosamente para grabar encima partidos de fútbol o de baloncesto. Daba igual que al año siguiente rompiera la pestañita que hacía inviolable a mi cinta de VHS; mi hermano le ponía un trozo de celo y procedía del mismo modo. Mis gritos, lloros y puñetazos aún se recuerdan, y en ello está quizá el germen de una cierta incompatibilidad aflorada con mi sector fraternal ya en la vida adulta.


   Pero aunque resulte difícil de creer, esa dureza tuvo en mí un efecto salvífico. Soñar con Eurovisión me concienció desde los años de la transición del grave error de una cigüeña desorientada en tiempos en los que no se estilaban los GPS´s en ese tipo de envíos humanos. Me soltaron en España por error, de eso nunca tuve la menor duda. No sé si pudo más el anticiclón de las Azores que la borrasca sobre las islas británicas aquel noviembre de 1967, pero fue descubrir lo que se encerraba más allá de esa sucesión rítmica y melódica de canciones una vez al año, lo que me convirtió en un transexual de la nacionalidad. Y era contradictorio, porque yo quería que ganara España, pero me sentía más identificado con las baladas melifluas cantadas tan guturalmente en francés , con los ritmos pop británicos, o con los himnos vikingos que traían los países escandinavos, que con Peret, Remedios Amaya o las Azúcar Moreno.

  Y ahí mi primera reinvención ( las varias siguientes ya vendrán más adelante, lo juro), la que no sólo me permitió identificar Nicosia en el mapa, o aprender que kalispera en griego significa buenas noches, sino que me impulsó al estudio de idiomas para sentirme plenamente europeo al menos una noche al año tratando de entender sin traducción simultánea todo cuanto seguía al himno de eurovisión con el que daba inicio la conexión con el país encargado de organizar el festival.


   Eurovisión también hizo de mí un viajero impenitente por toda Europa, y la confirmación constante de que eran ciertas todas mis sospechas: la puñetera cigüeña, definitivamente, se había tomado alguna sustancia por el pico y me soltó en el lugar incorrecto, la muy capulla. Pero esa cultura viajera, en los permeables ojos de un observador compulsivo, me ha ido dando la vida en cada truculenta nueva vuelta de tuerca del camino. Una escapada a Londres, a Roma, a Estocolmo, a París…y como nuevo para otra temporada.
    Y ahora el milagro se llama YouTube. Sólo hay que cambiar el año, dejando inalterable las siglas en inglés (ESC) y la palabra full. Con eso es suficiente para poder evocar casi todos los recuerdos importantes de mi vida, asociados indefectiblemente al escenario, los participantes y el ganador de aquel año del Festival de Eurovisión, en versión completa y a demanda.  Marie Myriam ganó con "l´oiseau et l´enfant " el año que hice mi primera comunión; el festival de Roma del 91 fue el primero que viví ya emancipado del tóxico hogar familiar…y podría seguir así año por año sin equivocarme, vinculándome como hombre a Eurovisión de forma permanente. Ahí es nada: poder decir lo mismo hasta en 5 idiomas.



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